Ella y yo fuimos hasta el mar de su playa favorita. Con los pies descalzos, agarrados de la mano, caminamos sobre la arena hasta la orilla. En nuestra mano, llevábamos una flor que ambos habíamos elegido: una flor del jardín de su abuela.
Llegamos a un lugar de la playa donde no había nadie.
La abracé, le dije:
-¿Quieres casarte conmigo, Aitana?
-Sí.
Callamos. Le avisé que ahora me lo tenía que pedir ella. Asintió.
-¿Quieres casarte conmigo, Rafa?
-Sí.
Y tiramos la flor al mar, muy lejos.
-El que quiera divorciarse –dijo ella- ha de recuperar esa flor. Si no, hasta ese momento, no nos podremos separar.
-De acuerdo –contesté.
Me arrodillé ante ella y saqué, del paquetito, el anillo. Un anillo vibrador de esos que se ponen en el pene.
Se lo puse primero en un dedo
Y más tarde, en casa, se lo metí por el coño.