El chico no sabía que, en aquella discoteca, su novia le espiaba. Así que trató de besar a una gorda. La gorda le dijo que no. En venganza, su novia vino a mí. Me besó, delante de él. El chico quería matarme, pero sus amigos le agarraron. Su novia y yo salimos de la discoteca, fuimos hasta mi casa. Su novio nos siguió. Nos lo encontramos frente al portal. El chico no me atacó. Quedó inmóvil y, de rodillas sobre la acera, comenzó a gritar al cielo oscuro, a la luna. No gritaba palabras. Sólo una letra. A. Una y otra vez. Quedé mirándole, pensando que presenciaba una dramática obra de arte. Emocionado, se me pusieron los pelos de punta. Sin embargo, me llevé a su novia a la cama. Uno aprecia el arte, pero no es imbécil.
En otra ocasión, estaba en la disco con una chica que era pretendida desde hacía años, por otro chico. Ella era mi novia y yo, aquella noche, me sentía triste: mi cara así lo reflejaba. Cuando me fui a la barra, a pedir una copa, el chico se me acercó. Me dijo:
-¿Por qué diablos crees que tienes derecho a estar triste?
No contesté. Los hombres me suelen dar asco. Me parecen cromañones sin sentimientos, guarros, egoístas y sin cerebro. Pero cuando los veo derrotados, enamorados, me parece que, en la Tierra, no se puede hallar mayor poesía.