Es una calle pequeña, sin portales. Nadie pasa nunca por ella. Hay ventanas que dan a esta calle, pero sus dueños siempre tienen las cortinas echadas: nadie quiere mirar qué pasa en esa calle en la que nunca ocurre nada (bueno).
La calle está sola. Y enamorada. En sus paredes sólo se encuentra una pintada de amor. Porque en la vida sólo se ama una vez. El resto de las veces, no son más que repeticiones. El resto de las veces no son más que disparos en la cabeza que te dejan tirado en el suelo, al lado de la basura.
La calle está llena de basura, de bolsas para construir algo. Pero en ella no hay nada. Soy una calle vacía que no sirve para nada, que está enamorada y en la que nunca conseguiré construir nada.
Paso las noches en el bar del poeta misterioso. Nos hemos convertido en grandes amigos. Con la excusa de que iba a ser mi cumpleaños cada noche nos bebemos 4 botellas de vino blanco. El momento mágico es cuando el alcohol sube y se comienzan a decir tonterías, a desvelar secretos
-Cada día paso 10 minutos cabeza abajo, haciendo el pino –cuenta- Nuestros órganos siempre están boca abajo, colgando: pueden ceder y caerse. Haciendo el pino la carne que une los órganos a nuestro cuerpo se refuerzan.
Otro de mis amigos con los que me emborracho cada noche es un importante ingeniero de telecomunicaciones que se parece a Mr. Bean o a Zapatero. Cuando se emborracha, también dice disparates:
-La viagra –cuenta- es tan buena para el organismo como la aspirina. Es recomendable tomar 2 ó 3 al día.
Mi vecino, Andrés, es catalán. Cuando le toca pagar la botella de vino blanco siempre le hacemos una fiesta y aplaudimos: por la coña de que todos los catalanes son unos agarrados:
Pero a pesar de mi felicidad, de mi alegría por tener amigos por fin, tras tanto tiempo de soledad, no consigo dejar de tener la diaria sensación de que todo esto es un sueño (mis amigos, mi enamoramiento de la chica de Pontevedra, el trabajo en “20 minutos”) que se desvanecerá en cualquier momento: que en cualquier momento tendré que volver a Fuerteventura, a aquella solitaria y deprimente casa de paredes blancas.
Miro a las aceitunas: pienso que todas se están riendo de mí: descojonadas:
…me las como, me las como, me las como… tengo que acabar con todas ellas… veo a un brasileño gordito sólo en el local… le pido que se venga a emborrachar con nosotros: no quiero que nunca, nadie, se encuentre solo.