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Lo que pasará cuando tu mujer muera: descalza por el cielo

El día que ella murió, abrió los ojos en el otro mundo: a su lado estaba su marido, llorando. Sin embargo, ella no pudo más que sonreír: ahora que había muerto podía ver el interior de su marido: y vio todo el amor que su marido sentía por ella. Eso le emocionó: jamás había visto algo tan bello. Jamás pudo sospechar que Fernando la quisiera tanto.

El interior de su marido era como un gran bosque. Y cada rama, cada brizna de hierba respiraba buscando, preguntando, donde estaba ella. El bosque era verde intenso y, tan inmenso, que le parecía increíble que pudiera estar en el interior del pecho de Fernando.

Tanto le emocionó todo el amor que su marido sentía por ella que quiso abrazarle, loca de felicidad… pero se entristeció… porque, al estar muerta, pensó que no podría abrazarlo. Pero sí que pudo. Y además de sentir su piel, sintió el bosque de amor que habitaba dentro de él y en el que ella era la única reina. Silvia cayó dentro de ese bosque. Era un bosque cálido.

-Te siento –dijo entonces Fernando.

Y Fernando dejó de llorar también. Porque supo que ella estaba a su lado. Y que la muerte se trataba, únicamente, de una separación temporal.

Un bello ángel apareció dentro de ese bosque. Le dijo a Silvia:

-No te preocupes. Dentro de nada volverás a estar, físicamente, con tu marido. Un año de vida, es aquí un segundo. Ahora eres eterna. Ya jamás volverás a sentir ningún dolor.

-¿Volveré a la vida? –repuso Silvia- Quiero estar con Fernando.

-Lo que prefieras –dijo el ángel- Puedes volver a la vida o esperar unos cuantos segundos aquí.

Silvia miró a su alrededor. Ahora ella estaba en el interior de su marido. En un bosque en el que sólo había amor. Se quitó los zapatos y, mientras pensaba qué contestar al ángel, caminó por ese bosque descalza. Sintió calor en los pies. Podría andar, sin ropas, por ese bosque y jamás sentiría frío. Se sentía joven, vital, como una niña que se enamoraba por primera vez en la vida. En ese bosque no había gente malvada, no había guerras, no se necesitaba dinero, no había niños que murieran de hambre. Ese bosque, ese amor eterno que sentía Fernando por ella, era el Cielo. Silvia estaba en el cielo. Porque el cielo está dentro del corazón de la gente que ama. Y la gente que ama nunca muere.

-Le esperaré aquí –decidió Silvia- Aquí sí que seremos felices.

-Eternamente –aclaró el ángel.

Y Fernando se llevó las manos al pecho y sintió que Silvia estaba allí. Y sonrió, feliz. Porque nunca la había sentido tan cerca.

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