Ella es una lectora rubia y muy guapa. Quedamos para vernos por primera vez. En un café.
Llegué tarde. Ella me esperaba dentro del local, tomando una copa de rioja porque, afuera, hacía mucho frío. Nada más sentarme y disculparme, la camarera me dijo que qué quería yo beber. Pedí una cerveza para tratar de parecer un subhumano normal y corriente de Madrid. No quería sobresalir pidiendo un zumo de naranja. No me gusta la cerveza: amo mi salud y trato de tomar sólo cosas saludables. Los subhumanos son estúpidos y suelen, ilógicamente, meterse mierdas dentro del cuerpo.
-No quiero que escribas nada sobre mí –me dijo.
-Y no lo haré –mentí.
-El rioja aquí es horrible.
-Pues vámonos a otro lugar.
-¿No te terminas la cerveza?
-No. Aquí también es horrible –volví a mentir.
Fuimos a un bar de jazz que ella eligió. Pidió una gaypiriña. Yo un Amareto con hielo.
-¿Estás un poco nervioso, verdad?
-Sí.
-¿Por qué?
Pensé en decirle la verdad. Porque ella me gustaba. Y no soportaba la intriga de saber si íbamos a terminar en la cama. No es que deseara, sobre todas las cosas, acostarme con ella. Pero me intrigaba saber si ella aceptaría en caso de que yo lo intentara. Busqué una excusa con la que contestar:
-Estoy nervioso porque tengo que escribir tres artículos esta noche. Y no tengo ni idea de sobre qué.
-¿Tres artículos?
-Sí. Para este blog, para el de EZ Cultura y para la edición impresa del jueves (se presenta los miércoles). El de la edición impresa es el que más nervios me da. Tengo que escribir para todos los públicos y me cuesta mucho.
Ella se levantó, le pidió al camarero su bloc de notas y un bolígrafo. Se sonrieron mucho, cruzaron palabras cómplices que no alcancé a escuchar. No sé si ella conocía al camarero con anterioridad. Pero ella había elegido el local. Quizá se había follado al camarero. Me trajo el bloc y el bolígrafo a la mesa. Mientras me habló siguió mirando al camarero. Pero de reojo. Si se lo había follado había sido hace poco. Entre ellos, había esa clase de conexión que sólo existe en el principio de la gente que se gusta y que está junta desde hace muy poco o a punto de hacerlo.
-Escríbelo ahora. No quiero que estés nervioso ni quitarte tiempo.
A pesar del cachondeo con el camarero, me gustó mucho el detalle de que me trajera el bloc y el bolígrafo. Pero, sentado en ese bar, no pude escribir nada para la edición impresa. Cuando escribo para la edición impresa no dejo de pensar en el director del periódico. Me lo imagino detrás de mí, mirando cada palabra que me atreva a escribir. Me pongo nervioso, me intimida. Creo que, cuando mando mis columnas para la edición impresa, siempre se ríen de mí. Nunca estoy orgulloso de ellas.
Pedimos otra ronda. Me dijo que estaba un poco borracha. Por las cosas que me contaba no era cierto que estuviera un poco borracha. Estaba bastante borracha.
-¿Tienes un cigarro? –me preguntó.
-No fumo –contesté.
-Ni yo, pero en estos momentos ya…
Se levantó para pedir un cigarrillo a algún desconocido del bar. Yo no entendí su última frase: “en estos momentos ya” ¿Qué quería decir? Me pareció una frase muy enigmática y abstracta. Sin embargo, no se lo pregunté. Me puse a escribir este post con el bolígrafo y bloc de notas que me había traído. Se quedó mirándome: como si creyera que yo estaba escribiendo algo interesante e inteligentísimo.
Pero no era así.
…
Pensé en decirle que, siempre que va aparecer una chica importante en mi vida, sueño primero con ella: veo su cara en sueños. Yo soñé con una chica con los rasgos de ella, hace poco, una noche que me encontraba muy solo. Tan triste estaba, que le dije a Dios:
-Muéstrame la cara de la próxima chica especial en mi vida.
Y apareció su cara. O una cara muy parecida a la de ella. No se lo conté: nos acabábamos de conocer, nunca antes lo he escrito: y si se lo contaba ahora ella iba a pensar, quizá, que yo era un loco obsesivo y peligroso. Y las chicas no suelen follar con la gente que tiene pinta de loco obsesivo. Porque tienen miedo de que las descuarticen.
…
Se fue al baño. Y yo, como habíamos quedado, me acerqué a la barra a pedir aun mas copas.
-Para mí un Amareto –dije al camarero (pensé que era una bebida que me haría parecer interesante)
-No sé si hay –contestó- He de bajar al almacén.
Estuve a punto de decir al camarero que no bajara. Que un cubata estaba bien. Supuse que el almacén estaba abajo, al lado del baño de señoras. Y el camarero era más guapo que yo. Y ella estaba media borracha. Quizá se encontrarían, coincidirían abajo. Él, si era listo, le besaría a ella: como yo hacia con las turistas cuando trabajaba en la discoteca. Ella abriría la boca. Pero no dije nada. Así que el camarero bajó las escaleras. Esperé. Subieron juntos. Riendo. Me da que se besaron. Me deprimí. Pero lo disimulé.
…
Tras beber un poco, ella se levantó para pedir otro cigarrillo. No dejaba de mirar al camarero. Ni el camarero a ella. Supe que lo mejor sería que me fuera de ese local, no entrometerme entre la atracción física que había entre ambos, dejar de perder el tiempo con ella. Mi juventud había pasado: yo no podía competir con la belleza del camarero: tengo papada. Que follaran ellos.
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