Tras un duro y largo día de trabajo (donde principalmente me emborraché) llego al cuartucho de mi pensión. La viejita que cuida del negocio ha abierto mi armario, lavado, planchado y ordenado toda mi ropa. Le di las gracias, anoté mentalmente hacerle un regalo, pero sentí mucha vergüenza. Ahora, esa viejita, ya sabe todo de mi: sabe cuando cago, qué como, que no follo e incluso… qué películas pornos tenía escondidas en el armario.
-Lo único que no metí en la lavadora fueron tus calzoncillos –me dice- porque estaban muy sucios y me daban asco cogerlos y lavarlos junto a mi ropa.
Siempre me estoy quejando de que no me gusta el lugar donde vivo. Sin embargo, nunca hago nada para cambiarlo. Así que decido salir a buscar un nuevo lugar donde vivir. Ahora mismo. Lo malo es que me encanta el barrio donde vivo ahora, el barrio de las letras, además como cada día he de ir a alguna presentación cultural, todo me pilla muy cerca.
-Con lo que ganas –recuerdo lo que todo el mundo me dice- tendrás que vivir en la periferia o compartir piso con alguien. En Madrid los pisos están muy caros. Tú no puedes vivir en el centro.
Salí por mi barrio a buscar, edificio por edificio: he encontrado esta buhardilla por 500 euros, agua y luz aparte: os la enseño: este es el dormitorio:
Tiene una ventana que da al exterior, las vistas son a unos tejados:
Tiene dos pisos: esta peligrosa escalera de caracol (que no podré bajar cuando esté fumado o borracho) conduce a un cuarto con una mesa cocina y un baño aparte.
A ver si consigo zanjar el trato con la casera ya que no tengo aval bancario. Pero me gusta mucho el lugar: nada más salir de casa vería cada día a Federico García Lorca, manteniendo pajarillos en la palma de su mano:
Creo que va a salir bien: ocurrió una señal coelhopaulaniana que así lo dijo: seguí caminando un poco y me encontré un escaparate super fiki, lleno de objetos con la cara de Elvis Preysler.
Y, entonces, una chica rubia, super guapa y elegante, que se parecía a Naomi Watts se me acercó y me ha dicho, susurrando:
-Yo también te leo.
Es la segunda vez que me reconocen desde que estoy en Madrid. Le di un gran abrazo a esa mujer, más que por simpatía o cariño con una lectora por lo buena que estaba. Me dio vergüenza decirle que me la quería follar y me mostré esquivo: prefiero ser yo siempre quien se va primero: a mi orgullo le duele que me digan:
-Bueno, pues nada, adiós.