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Mi romántica vida de eZcritor en la basura

Hace menos de un mes no podía dejar de pensar en Begoña. Ahora pregunto donde está toda la pasión y furia que me llenaba de dolor cuando ella no estaba a mi lado.

No me importaba tanto imaginarla follando con su marido como saber que yo nunca podría verla, rutinariamente, a mi lado: tomando una sopa que se acabara de preparar en la cocina, vistiéndose por la mañana para ir al trabajo, sentada-acostada frente al televisor, mientras ella veía, aburrida y vestida con unas bragas y una camiseta fea, cualquier canal del televisor… su sonrisa, su mirada permanecían, 24 horas a otro.

-Te quiero –me dijo- Pero no puedo dejarle por todo lo que él ha hecho por mí.

Y yo la dejé ir. No luché por ella, ni la volví a escribir, a pesar de que tengo por norma luchar por las cosas que quiero: sin descanso y obsesivamente. No luche por miedo a que ella sólo fuera un capricho. Otro coño más del que me cansaría. No luché por miedo a que, cuando la tuviera en mi casa (si algún día tengo una casa, que esa es otra) y la viera aburrida, sentada de cualquier manera, viendo la tele, no pensara en qué suerte tenía por poder vivir una rutina con ella. Sino en, menuda estúpida parásita imbécil que pierde su tiempo viendo cualquier programa de televisión.

Preferí quedarme con la bella historia de amor de lo que pudo haber sido, que con la realidad. Así, siempre tendré otra bella historia de amor en mi corazón: amor en la nevera, congelado, en cubitos, listo para sacar y mezclar con Sambuca: listo para recordar e imaginar en cualquier tarde de domingo.

Sin embargo, ahora, busco la pasión, la rabia y el amor que antes sentía y no lo encuentro. Y eso me extraña muchísimo ¿De verdad que ella era sólo un capricho? ¿Tan cruel, tan poco tiempo para darme cuenta? No quiero creerlo. Aunque sepa que el amor es una mentira que estalla en mi cara. Y que siempre, termina oliendo a mierda.

Camino por la calle, encuentro todo el amor que sentí por ella. Todo está metido en unas bolsas, en una puerta del Ministerio de Educación y Ciencias.

Todos mis sentimientos, archivados en carpetas, en portafolios de plástico transparente. Toda la información sobre ella, y sus fotografías, metidas en dos grandes bolsas de basura. Listo para ser expulsado de mi mente. Todo lo que sentimos, todo lo que nos dijimos ya no vale nada. Los del Ministerio de Educación y Ciencia lo han metido en dos bolsas de basura y lo han depositado en la calle, por si alguien lo quiere, si no, más tarde pasará el chico a tirarlo dentro del container: los del Ministerio de Educación y Ciencia no tienen espacio en sus bibliotecas para guardar boberías: escribí que lo han puesto en la calle por si lo quiere alguien… y no lo quiere nadie…

Detengo mi caminar, quedo mirando las bolsas: deseando que Begoña aparezca de pronto y diga:

-¡No! ¡No! ¡Vuelvan a meter esas bolsas en la cabeza de Rafa! ¡Quiero que me recuerde!

Me voy. No puedo quedar parado frente a unas bolsas de basura, esperando que ella aparezca un día, si reúne valor o le da la puta gana. Mi orgullo no me lo permite. Y sería una actitud estúpida. Además, en cualquier momento, aparecerá el chico del container y esas bolsas desaparecerán para siempre: y el amor que sentí por ella, su recuerdo, sólo quedará en este blog: justo en aquellos posts que a ella no le gustaba que escribiera.

Estaba corrigiendo los diarios secretos. Las frases, las metáforas que estaba escribiendo, parecían que provenían del cielo: Whitman y Miller me las susurraban al oído: me entraron ganas de cagar: no quería alejarme del teclado de mi ordenador por si perdía la conexión: así que saqué del armario una bolsa grande de El Corté Inglés (en las que un día guarde sabanas) me bajé los calzoncillos y, de pie, medio inclinando, traté de cagar dentro: pero me di cuenta de que también iba a mear: así que puse mi polla sobre el lavamanos: la orina cayó dentro: abrí el grifo para que se mezclara con agua y la acción resultara menos asqueroso: pero, por desgracia, mi caca fue impredecible: salió líquida: esquivó la bolsa y cayó al suelo.

-Debería de haber ido al baño –pensé, arrepentido.

Pero a lo hecho, pecho. Así que terminé de cagar, en el suelo. Al finalizar, tomé una de las toallas que me dan cada día en la pensión: la empapé con agua: limpie y la recogí del suelo: toda la mierda se quedó pegada en la toalla: antes era blanca, ahora marrón.

El suelo quedó oliendo a mierda: tomé un poco de una colonia de Calvin Klein que Begoña olvidó en mi habitación y rocié el

suelo con su perfume. No obstante, seguía apestando la mierda que estaba dentro de la bolsa: así que la metí dentro de otra, la cerré bien y no tuve más remedio que bajar a la calle para tirarla a la basura.

Y cuando regresé a mi habitación y me senté frente al ordenador, todas las palabras y metáforas, habían desaparecido. Sólo estaba el olor de Calvin Klein de Begoña.

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…y en tú ciudad. Pincha aquí para enterarte.

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