Publico esta carta, en este periódico, ante la imposibilidad de poder comunicarme contigo: ya que no he tenido el placer de verte nunca.
He decidido olvidarte.
Tengo 32 años y, aunque mi edad no sea nada comparada con la de un anciano, me he cansado. Estoy harto de creer, ilusionado, que todos tenemos un gran amor esperando.
Me planto aquí mismo. Me voy a casar con una mujer cualquiera. Estoy harto de vivir, pagar, pensar solo. También voy a dejar de soñar con ser escritor. Voy a tomar un trabajo que no me guste, como hace todo el mundo y, cuando llegue de trabajar, me conectaré al televisor para no pensar. Desde que mi futura esposa y yo dejemos de follar, al tercer o cuarto año, engordaré por fin con gusto y sin complejos. El comer será mi único placer.
Tendré un hijo, esperaré que sea él quien consiga la vida que yo soñé.
Querido amor, sin duda, si me conocieras ahora, sin juventud, ya no te atraería ni fijarías en mí. Me están saliendo arrugas bajo los ojos, las chicas no me miran como antes. Soy una caricatura de quién fui. Por eso te digo que me planto aquí. Tengo miedo de que la espalda empiece a dolerme, de que me salgan más arrugas, y no pueda ni conseguir una esposa cualquiera. Paso de seguir buscándote por el mundo. Paso de ir a Singapur, Nueva York, Noruega, Etiopía, Argentina ¿Dónde coño estarás viviendo?
Voy a convencerme, de una vez, que ni los Reyes Magos ni el amor verdadero existen. Adiós.