Begoña se enfada conmigo, mientras fuma un cigarro de cocaína, un “nevadito”, caminando calle arriba y calle abajo para que nadie la descubra. En la habitación de la pensión no la dejé fumar: es una habitación interior y, la familia que la regenta, nos sorprendería. Yo no fumo porque, tras una época muy mala, las drogas me parecen de imbéciles: me hacen actuar de forma que no deseo, me dejan la cabeza fatal para escribir y, a mi cuerpo, tirado sobre la cama, sin fuerzas para levantarme y luchar por mis sueños.
-No escribas sobre mi –me recrimina Begoña- No sé con qué derecho escribes sobre mi.
Yo le digo que, por mucho que se enfade, escribiré sobre ella: con o sin su permiso: aunque me lleve la policía. Los escritores somos como la historia esa del escorpión.
-¿Cual? –pregunta.
-Una rata –le cuento- quiere cruzar un río, el escorpión le dice que se suba sobre su lomo y él la cruzará. No lo haré, dice la rata, si lo hago me picarás con tu aguijón. No haré eso rata, replica el escorpión, si lo hiciera tú podrías morderme mientras nado y yo moriría, así que confía en mi. Mientras cruzan el río, el escorpión la pica con su aguijón: la rata, de un mordisco, la hiere de muerte: se hunden: la rata pregunta al escorpión.
-¿Por qué lo has hecho? Ahora moriremos los dos.
-Porque soy un escorpión –contesta- Lo llevo en mi naturaleza. No puedo evitarlo.
…
Con tristeza decido no volver a ver nunca más a Begoña. No quiero hacerle daño. No puedo evitarlo.