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Un beso, un ticket del metro: Madrid romántico.

Tras follar con una chica, quedo intranquilo hasta que me vuelve a llamar. Si no llama, pienso que la tengo pequeña o que no sé follar. Porque siempre, si te la has follado bien, la chica vuelve a llamar.

Por eso, tras dos días de silencio, me alegro muchísimo cuando Begoña me dice de vernos, en un parque cercano de la pensión donde aun vivo (mañana tendré que mudarme al piso de Lavapies): Begoña tiene dos horas libres para comer (comer, quizá polla), antes de regresar al trabajo:

En estos días, yo sólo le había mandado un SMS: ella ninguno: me moría por mandarle más: pero conseguí contenerme: debía de evitar parecerle un psicópata obsesivo: tenía que demostrarle que yo no iba a interponerme en la relación con su novio: en que se casaran si quisieran: que yo era sólo una persona serena y relajada que le daría amistad y sexo cuando a ella le apeteciera: a mi, que tenga novio, me importa una mierda: mejor para ella: así tiene dos pollas, dos corazones: dos personas con las que pasar buenos momentos: tener muchas personas que te den amor, debería de ser lo lógico.

-Me da miedo verte –me dijo por teléfono, antes de quedar- No sé si eres bueno o malo. Es que escribes cosas tan raras.

A mi, no sólo me gusta follar con ella. También me gusta pasear o entrar en algún sitio donde tomar un café y charlar susurrándonos palabras. Eso proporciona el mismo placer que follar: la he echado de menos, tanto, que a veces me he sorprendido buscando las fotos que le saqué en la memoria de mi cámara digital, y sonriendo cuando las encuentro: dándole al zum para verle mejor los ojos, la sonrisa, la forma de sus tetas.

Hoy, me espera sentada en un banco del parque: está abrigada con un gran chaquetón negro que tapa todo menos sus botas de tubo largo: yo soy de Canarias: no estoy acostumbrado a ver chicas con abrigos largos: no sé porqué pero ver a chicas con esos abrigos me pone muy bruto: o quizá sea ella: porque la recuerdo sobre mi: de color azul: las luces de la habitación estaban apagadas: las imágenes de la televisión teñían su piel de ese color: era como si yo hubiera estado follando en el cielo: como si el cielo estuviera encerrado en mi habitación: todo era azul.

Ella me espera sentada, leyendo un pesado libro: una biografía: el libro tiene una encuadernación bellísima: yo creo que ha elegido ese libro únicamente porque es un complemento de moda maravilloso que pega a la perfección con ella, con su vestido, con el banco donde está sentada, con el color de las hojas de los árboles del parque: está guapísima con ese libro entre las manos, entre las piernas.

Me besa, nada más sentarme a su lado: como si fuera una niña que se ha escapado del colegio para besar a su novio porque acaban de descubrir los besos: nos besamos con lengua, con mucha lengua: me avergüenza besar en la calle: hace años que no beso en la calle: me siento un adolescente besando en la calle: pienso que los besos en la calle son una pérdida de tiempo: se besa en la cama, desnudos: uno frente al otro: que nadie nos vea besarnos: cuando, al fin, separamos nuestras bocas para besarnos con la mirada, sorprendemos a un viejo: nos estaba observando: detuvo su camino para mirar nuestro beso: le miramos, disimula: prosigue su caminar, sonrojado: nosotros estallamos en carcajadas: estoy seguro que imaginaba que era él quien la besaba.

-Tenías –me dice- todo planeado el día que nos conocimos ¿Verdad? Por eso compraste las navajillas.

-No entiendo. Compré esas navajillas para afeitarme.

-Ya. Seguro. Yo estaba sin depilar. No esperaba terminar en la cama contigo. Las compraste delante de mí y las dejaste a la vista, en el baño. Porque te sabes todos los trucos: no querías quedarte sin bajarme las bragas, por si yo no te dejaba, por estar sin depilar.

-¿Te depilaste con esas navajillas?

-Sí.

Pienso: me he estado afeitando con esas navajillas durante toda la semana.

Vamos a la habitación de la pensión: me entrega este libro:

-Lo conseguí en una tienda de segunda mano.

Llevaba años buscándolo: una vez lo dije en el foro de este blog: “Primavera Negra” es el último gran libro de Henry Miller que me falta por leer: está descatalogado en España: durante años, lo busqué obsesivamente por las tiendas de segunda mano: nunca lo encontré: dejé de buscarlo cuando intuí que llegaría a mis manos por si solo: en un momento especial: así ha sido: por una vez, una de mis fantasías, se ha convertido en realidad.

Tras follar, nos vestimos presurosos, le acompaño hasta la parada del metro: por la calle, me da la mano:

-¿No te da miedo que nos vea alguien? –le pregunto.

-Madrid es tan grande. Es muy difícil –contesta.

Caminando, a nuestro alrededor, veo otras parejas: de la mano: y pienso en la romántica idea de que, quizá, Madrid es la ciudad libre de los amantes.

Nos besamos en cada esquina: nos separamos pero, cada paso que damos a continuación, es para volvernos a plegar el uno sobre el otro: cada vez que mi lengua roza su lengua es el momento más sexual de mi vida: nos besamos demasiado: demasiadas veces: la lengua, todo el rato, ocupando la boca del otro: ella se acerca tantas veces a mi boca, buscando besos, que hasta me da risa: pero evito reírme: porque me encanta que me quiera besar: estoy halagado: soy un monstruo que le mete la lengua a la chica más bonita del mundo: siempre que beso a una chica guapa sé que no lo merezco: siempre pienso que va aparecer alguien y cruzarme la cara a hostias: que la policía me va a detener: porque yo soy una mierda y no merezco el cielo.

Rechazo su último beso, preocupado por su trabajo:

-Vete ya, se te va hacer tarde.

Con pena, saca su ticket, lo mete dentro de la máquina y ésta le da paso: sólo a ella: nos separamos:

-Adiós.

Nos damos la espalda: yo camino de prisa, durante un minuto, hacia la pensión: tengo hambre, voy a comer algo: me da remordimientos: doy la vuelta: vuelvo sobre mis pasos: saco mi ticket de metro: la máquina me deja pasar: busco a Begoña: la encuentro: la beso: justo cuando la gente sale, en manada, de un vagón: la gente se topa, de frente, con esta historia de amor y, civilizados, siguen caminando como si nada: con sus pasos rápidos, en busca de las escaleras que dan a la superficie: como si tuvieran miedo de quedarse sin aire: como si toda la gente del mundo no deseara tener un amante a quien besar apasionadamente, en las horas libres del trabajo.

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