Hace pocos días que me he mudado a Madrid. Una de las cosas que más me ha llamado la atención de la ciudad es la cantidad de personas que viven en la calle. Es duro encontrarte tanta tristeza: pero recuerda la suerte que tenemos. Sin embargo, tres días más tarde, ya me he insensibilizado. A la mierda los mendigos, miro para otro lado. Como todo el mundo.
Los mendigos de Madrid saben de marketing. En Canarias, mi tierra, simplemente están sentados en la calle, con la mano abierta, pidiendo limosna. En Madrid no. En Madrid piden con carteles tipo: «Me llamo Elena Pizarro Martínez, tengo 73 años, cáncer de huesos e inmovilidad facial».Ves a esa vieja torcida en la calle y el corazón te da un vuelco. Pero pasas de ella.
Esta mañana temprano, de camino al trabajo, me he encontrado a un sin techo que se acababa de levantar: tenía la cara hinchada de sueño y tiritaba de frío. No había posibilidad de mentira: necesitaba tomar algo caliente. En principio seguí caminando, pero finalmente los remordimientos me pudieron, retrocedí, le di 4 euros. A medio día, cuando he regresado a la pensión donde me estoy quedando, él seguía allí, sentado en el mismo sitio: me ha reconocido y dado las gracias, con los ojos brillando, con una voz muy, muy dulce.
Nunca pensé que dar 4 euros me hiciera sentir tan feliz.