BLOG DE CONTENIDO SOLAMENTE PARA ADULTOS (+18 AÑOS)

Nos fuimos a vivir juntos

-Te tienes que afeitar –me dice.

-No –contesto.

-Tenemos un bautizo.

-Me afeitaré tras el bautizo. Desde que lleguemos a casa.

Ahora siempre me peleo contigo por cualquier cosa.

Eres tan maravillosa.

Todo el rato quería estar contigo. Ahora siempre nos peleamos.

Tú tenías 16 años, yo 18 cuando nos conocimos. No tenía dinero para hacerte regalos caros. Así que iba a casa de de un vecino. Le pedía que me dejara utilizar su aparato de música para grabarte un casete de música romántica, de temas que grababa de la radio. Le hacía una portada y te lo daba. Me mordía las uñas esperando que me llamaras para decirme que era la selección de música más maravillosa que habías escuchado. Cuando el cantante te decía, te quiero, era yo diciéndote te quiero. Cuando la batería golpeaba duro, cuando la música subía, ese era mi amor subiendo: en su máxima plenitud.

No me daban mucho dinero en casa para salir, así que cuando me daban dinero para el transporte del mes yo lo utilizaba para invitarte al cine y palomitas. E iba al instituto caminando o simplemente no iba ¿Para qué ir al instituto si no te iba a ver?

Yo creía en el cuento del amor. Creía en cada centímetro nuevo de tu piel. territorio virgen, que conquistaba cada domingo tras misa, en las escaleras de entre el tercero y cuatro piso de tu edificio: en aquel lugar secreto donde me pajeabas un poco: pero sólo un poco porque no te gustaba mucho y el semen te daba asco. Te sigue dando asco. Mi semen te dará asco toda la vida. Sin embargo otras se lo bebieron gustosamente:

-¡Mi recompensa! –me dijo una turista al sacarlo de mi polla.

Y tú y yo nos fuimos a vivir juntos. Y vivimos juntos: nos enfrentamos a lo que es la vida de adultos. Lo malo es que tú creciste y te hiciste una gran arquitecta y seguiste yendo a misa los domingos. Yo no crecí. Yo descubrí que follar bajo los influjos de la marihuana estaba de puta madre. Y el vino. Yo seguí pensando que la vida era un juego que no había que tomarse nunca en serio. Y que Jesucristo era un tío de puta madre que nada tenía que ver con el Papa. Seguí diciendo sin parar:

-Quiero ser escritor.

Pero dejé la zona turística y me mudé a tu casa y volví a tirar el móvil para que ninguna turista con chocho a motor me distrajera: sólo tú, solo tú, sólo tú.

Olvidé mis sueños de ser escritor. Empecé a trabajar de freganchin en un hotel de 5 estrellas. Traté por todos los medios de que no me echaran de aquel trabajo: sueldo digno: construir un hogar juntos como debe de ser. Quizá hijos. Y viví esa vida de mierda qué dice la gente que es la lógica y civilizada.

La hipoteca. El sofá de la salita. La nueva cocina. Las cortinas a juego. La tele tras el trabajo. Los cojines. Comprar la mecedora. Ir construyendo un ataúd donde meterse y morir cómodamente, a plazos. El amor fue creciendo al mismo tiempo que la decepción. La vida era eso: objetos materiales por los que dejar de vivir. La vida se veía a través de la televisión: pero era prefabricada. Y no había emoción. Siempre los mismos guionistas.

En Navidades, en fin de año, te ibas con tu familia, a la otra isla: me dejabas solo, frente al televisor, con las campanadas, con Anais. Yo pedía siempre el mismo deseo:

Así que, cada noche, me arrastraba al ordenador con cuidado de que no te despertaras. Y empecé a escribir el libro. Para escaparme virtualmente al espacio exterior. En internet fumaba marihuana virtualmente. Y bebía virtualmente. Y era escritor virtualmente. E hice amigos y amantes virtuales a las que les veía las tetas. Hasta que, unos señores, inesperadamente, me dieron un premio (mi deseo de fin de año, al fin se cumplió). Todo eso sin tú enterarte de nada. Porque cada vez que te enseñaba lo que escribía me decías que era una mierda y que no valía. Te dejé de mostrar mis escritos: me absorbías toda la energía: a tu lado no podía escribir.

No tuvimos un hijo. Tuvimos un perro. Y ahora eres tú la que nunca está en casa. Normal, porque nuestra vida es tan aburrida como nos merecemos. Yo duermo abajo, en el salón, con la perra, porque cada vez que abro los ojos ella me lame la cara: la perra es la única persona que me da cariño en esta casa de dos pisos. Y tú duermes arriba, en la cama: mañana tienes que ir a trabajar porque, a diferencia de mi, tú tienes un trabajo serio… el sábado te perdiste el primer baño en el mar de nuestra perra: tú nunca lo verás porque no te importa, pero mis lectores sí:

Pronto me voy a ir de aquí y sé que te voy a llevar en mi corazón. Deja de llorar cada vez que te digo que me voy: porque a mi también me haces llorar: no quiero que nos pudramos juntos. Vamos a dar una oportunidad a la vida. A ver si uno de los dos, al fin, consigue la felicidad. Sé que a mi lado no la vas a conseguir nunca. Yo algunas veces la tengo: cuando vemos la tele y me acaricias el cabello.

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