Aquel verano tenía muchas deudas: trabajaba de recepcionista de noche en un complejo de bungalows turísticos. Era un trabajo fácil: no hacía mas que saludar a los huéspedes hasta las 00:00 h y recoger las recaudaciones del bar: luego, se suponía, que tenía que estar dando vueltas toda la noche por la piscina, vigilando que no vinieran ladrones: pero tomaba mermelada del bar, rociaba la recepción de insecticida (por los mosquitos) y me echaba a dormir en un sofá:
hasta las 07:00 a.m.: hora en la que empezaba a llegar los trabajadores del bungalow: era un trabajo tan solitario que hasta podía ponerme en pelotas en la recepción:
Me pagaban una mierda: los empresarios pueden saltarse las normas: si me quejo, pierdo mi empleo: nunca me pagaron las horas de nocturnidad ni las dos horas extras diarias que tenía que hacer para que no tuvieran que contratar a otro: tomé un trabajo para por el día: empaquetando maletas en plástico en el aeropuerto: con ese sobre sueldo, podría enfrentarme a mis deudas:
-Estarás aquí dos meses –me dijeron al contratarme- cubriendo una sustitución.
Otro trabajo de mierda: 700 euros por 10 horas diarias, 6 días a la semana: terminaba con la espalda rota: ante mi, 30 pasajeros en fila: pidiendo que empaquetaras rápido las maletas, que se les escapaba el avión. Empaquetaban para que, los maleteros del aeropuerto, amparados en la soledad del sótano, no se las abrieran y robaran: empaquetaba lo más rápido que podía: odiaba que los clientes me miraran: que me vieran la cara: leía sus mentes:
-Mira ese. Treinta años y en este trabajo mal oliente.
Yo quería que se fueran: que nadie me viera haciendo ese trabajo: estaba avergonzado de mi mismo. A los niños de 10 años que se me quedaban mirando mientras, empapado en sudor, levantaba y empaquetaba en plástico la lujosa maleta de piel de su padre, les decía:
-Si no estudias, acabarás como yo.
Eso era un buen truco: los niños se acojonaban ante la posibilidad de ser yo y a los padres se les encogía el corazón por el buen consejo que les había dado a sus hijos y me daban propina.
Mi compañero de trabajo era un ecuatoriano bajito, muy flaco, de casi 50 años de edad: llevaba trabajando en esa máquina empaquetadora de maletas 2 años: en ese trabajo de 700 euros al mes: se aprovechaban de él: le hacían hacer horas de más y no le pagaban: él tampoco se quejaba: por cobardía y porque era un emigrante al que le había costado mucho encontrar un trabajo: un indio, ignorante sin estudios: además, tenía un problema de inferioridad muy grande: hablé con él:
-Mira, aquí sólo estamos tú y yo. Estos empresarios de mierda nos están explotando como animales. No seas tonto. Cada día empaquetamos más de 100 maletas a 5 euros cada una. Quedémonos parte del dinero. Nadie se va a enterar.
-No sé… eso está mal… -respondía.
-Lo que está mal es esta sociedad de mierda que hace la vista gorda ante gente que está en tu situación. Lo que debes de hacer es rebelarte. Sé tu propio Robin Hood. Piensa en tus hijos, en los que casi no ves porque te pasas el día en esta máquina, empaquetando maletas, como si no sirvieras para nada más. Gracias a gente como tú hay unos gordos de viaje en Miami, fumando puros que valen tu sueldo. Tienes que dejar de ser un inmigrante estúpido y tomar las riendas de tu vida. Y cabalgar lejos.
-Tienes razón.
Ideé un plan para que el contador de papel y los tickets de la máquina no nos delataran: empezamos a quedarnos parte de la recaudación: de la noche a la mañana, pasamos de cobrar 23 euros a 120 euros por día: una buena subida de sueldo: el ecuatoriano dejó de fumar cigarros baratos, empezó a fumar Marlboro.
-Es lo mínimo que deberían de pagar –le decía al ecuatoriano viejo- por tener alquilado a todo un ser humano. Los empresarios creen que somos máquinas pero escúchame, somos super hombres: dioses pensantes. Estos empresarios no son más que mierdas sin sentimientos a los que hay que robarles para que no nos roben la vida.
El ecuatoriano bajito me escuchaba con mucha atención siempre: cuando le hablaba, sus ojos brillaban de admiración: para aquel buen hombre, yo era como un dios: por eso se me iba un poco la lengua con él:
-Algún día seré un gran escritor –le decía muy serio- Todos me miran como si no fuera más que un desgraciado en un trabajo de mierda. Pero ya verás. Algún día saldré en las revistas y todas las tías buenas que ahora pasan por aquí, sin mirarme, estarán deseando comerme la polla y casarse conmigo: porque seré rico y millonario.
El verano pasó: y la empresa de empaquetados de maletas, cerró. Por lo que me dijeron, cada año iba peor y este último verano, había sido el declive total (por nuestro robo diario, pero eso ellos no lo sabían): números rojos por todas partes: el pobre y viejo ecuatoriano padre de familia se quedó sin trabajo y, la chica a la que yo había estado sustituyendo, también: la chica, me enteré, era una mujer embarazada que estaba esperando un hijo: ahora, además, era una desempleada.
Fue entonces, cuando me di cuenta que yo no era tan listo como pensaba.