Pasé toda la mañana y toda la tarde limpiando la casa: Elena regresaba a casa por la noche: la casa ya no era una casa: era una cueva donde un hombre: mitad cerdo, mita escritor, vivía.
La montaña de platos del fregadero fue lo que más me costó limpiar: los restos de comida se habían secado, pegado, echado raíces en los platos (raíces de mierda que formarían un árbol negro con ramas de sangre que saldría por el techo, perforándolo a la fuerza día tras día: un árbol por el que quizá podría escalar, para así escapar de mi vida de mierda: el árbol había sido regado por el ilógico goteo de un grifo que decide gotear, sí o no, según su estado de ánimo o quizá por las fases de la luna o la voluntad del diablo).
Tuve que frotar mucho para poder sacar los restos de comida con el estropajo: si Dios hubiera hecho bien las cosas, los restos, la gente que no servimos para nada deberíamos desaparecer de pronto: espontáneamente: finalmente se me ocurrió ablandar la mierda utilizando agua hirviendo: y, tras alguna mordedura traicionera –o quizá justo castigo- del fuego, funcionó mi idea, asunto que, extrañamente, me puso inmensamente feliz: o quizá no extrañamente: porque era el primer plan que, desde hacía años, había salido tal como había ideado.
Cuando Elena llegó a casa todo estaba limpio: en orden: y entonces pensé que, tal vez, podría recuperar mi vida si mantenía la casa siempre igual de recogida: porque quizá, lo único importante en la vida es tener la casa limpia: el truco para que todo vaya bien: el orden: el orden mental: los suelos limpios.
…
Al día siguiente, cuando Elena despierta y baja al salón, me encuentra tirado sobre el sillón, boca abajo: me pregunta que qué me pasa:
–Últimamente estoy bastante deprimido –le digo.
-¿Por qué?
-No lo sé. La gente de Internet me dice que es porque he terminado mi libro. No sé. Yo creo que es porque recibo demasiado correo y no puedo contestarlo y me da pena. O quizá sea porque la alegría por vivir se gasta. Viví muy intensamente y ahora, todo lo que vivo, me parecen repeticiones: la vida me parece una obra de teatro y todos los actores que me rodean son gente que no vale nada o seres diabólicos.
Elena suspira divertida: siempre que le hablo así me mira como si yo fuera un personaje de dibujos animados… he estado viendo un documental de Hemingway por la tele: entiendo que, si esto sigue así, terminaré por suicidarme, como él: lo único que me jode de suicidarme son los comentarios que van a escribir los trolls en mi blog: pienso en ir a visitar a un psicólogo: pero imagino la escena: voy al psicólogo: me siento frente a él y me pregunta:
-¿Qué le pasa?
-No le encuentro sentido a la vida –le diría. Y me echaría a reír.
Él me diría alguna estupidez, a la que yo le contestaría:
-Y estoy pensando suicidarme.
(y me volvería a echar a reír)
El psicólogo o no me creería o me echaría un rollo sobre la vida y me daría medicamentos, antidepresivos, quizá: pero, tras las pastillas, tras la consulta, la vida seguirá allí: y seguirá sin sentido.
-¿Te apetece salir a dar una vuelta? –pregunta Elena.
-No.
(me da vergüenza salir a la calle: tengo barriga)
-¿Ya fuiste a buscar aquel libro que pediste en la librería?
Recuerdo: antes de que ella marchara pedí, en la única librería que hay en la ciudad donde vivo, el libro “Diario de un genio” de Salvador Dalí: un lector de este blog me lo recomendó: lo quiero leer porque presumo de saber leer entre líneas: leyéndolo sabré si Dalí se hacía el loco o estaba loco.
-¿Vamos en coche? – le pregunto- Paso de caminar bajo el sol.
Porque caminar bajo el sol, con Elena de la mano, me volvería loco: comenzaría a sentirme violento, a sentir odio por todo el mundo al que viera, desde que empezara a sudar.
-Sí –contesta.
Elena, hace poco, se sacó el carné de conducir y se compró un coche de segunda mano: no conduce bien porque se pone demasiado nerviosa: sobre todo con las rotondas: forma colas y los coches le pitan: a mi me violenta demasiado que le piten porque la veo aun más nerviosa y no creo que nadie tenga derecho a pitarla: cuando alguien le pita siempre tengo ganas de salir del coche para ajustarle las cuentas: pero no lo hago porque aun no estoy tan loco: me controlo: además me metería en un montón de problemas con la justicia: problemas que me quitarían tiempo para hacer mi vida normal: estar boca abajo, desnudo, sobre un sillón, viendo la televisión.
No hay casi nadie por la ciudad: Elena conduce por calles solitarias y yo aprovecho para sacar la cabeza por la ventanilla y gritar:
-¡Socorro! ¡Socorro! ¡Todo es una mierda!
-¿Qué haces? ¿Estás loco? –me grita Elena- ¿No ves que estoy conduciendo?
He gritado muy fuerte y he puesto nerviosa a Elena: le pido perdón y no lo vuelvo hacer: es una lástima porque gritar me había sentado de maravilla.
…
Tras comprar el libro me pide que le acompañe a una tienda de muebles y complementos del hogar: no tengo otra que decirle que sí ¿Qué le voy a decir? ¿Qué no? ¿Qué me lleve a casa devuelta y que luego ella haga lo que quiera? Eso es inhumano: odio ir a esas tiendas de muebles: todos nos miran como si fuéramos una pareja feliz: además están las tacitas de porcelana para tomar café: odio ver todas esas tacitas pomposas en fila, sobre una mesa de exposición, esperando que alguna ama de casa imbécil pique y las compre debido a su bajo precio: odio todos esos complementos para la cocina pintados con flores o con forma de gato o animal gracioso: no me hace falta preguntar a Elena qué quiere comprar allí: Elena siempre compra lo mismo: cojines y cosas de diseño para guardar cosas dentro: tenemos la casa llena de cojines y de cosas de diseño para guardar cosas dentro: yo creo que, una casa, como mejor está es casi vacía: llevamos ya una hora allí dentro: en principio una dependiente vieja e infeliz con los labios pintados de rojo me empezó a seguir: porque me cansé de ir al paso de Elena y empecé a dar vueltas solo por los pasillos de esa tienda para mentes débiles: la dependienta vieja, me vio solo y, parece ser, que yo siempre tengo pinta de sospechoso, de ladrón: de que voy a robar algo: las dependientas siempre me miran con desconfianza: pero cuando caminé hasta Elena, y le di la mano, esa dependienta vieja e infeliz con los labios pintados de rojo dejó de perseguirme: porque entonces vio que yo era nada más que una persona normal: otro gilipollas infeliz que se había casado: un inofensivo más hasta el día que le banco le quité todo su dinero: ese día ese hombre se hará borracho o matará a su mujer: camino junto a Elena por los pasillos de esa tienda de complementos para el hogar tratando de que ninguna chica guapa o medianamente guapa me vea mirándole el culo, las tetas o la boca: para que no piense:
–Ese chico está con su mujer y me mira con cara de salido. Qué asco.
Vamos hasta la caja central: hacemos cola para pagar lo que nos queremos llevar: la gente no está en las calles: la gente está en las tiendas de complementos para el hogar: Elena ha elegido unos cojines y cosas de diseño para guardar cosas dentro: yo también he comprado algo: esto:
Es una especie de legumbre de plástico con un cuchillo dentro: pensé que quizá, algún día, si alguien entra en casa mientras dormimos para matarnos y robarnos yo pueda escapar hasta la cocina y, en la pelea por defender nuestras vidas y que no violen a Elena, despiste al intruso criminal cuando agarre esta legumbre: lo justo para abrirla, clavársela sádicamente y matarlo:
-¿Por qué compras eso? –ríe divertida Elena- ¿Estás loco?
-Sí –río, divertido, yo también.