Mi madre murió cuando yo tenía 10 años de edad y, tristezas aparte, mi mente comenzó a fabricar mil historias. Lo primero que imaginé fue que mi madre no había muerto: era una mentira que todo el mundo me contaba porque ella quería empezar una nueva vida libre, sin hijos. Imaginaba que, cualquier día, me la cruzaría por la calle y ella, al verse descubierta, se echaría a correr, diciendo:
-¡No soy yo! ¡No soy yo!
Cuando acepté que había muerto comencé a creer que, su fantasma, se me iba aparecer a todas horas: al quedar solo, escuchaba ruidos y me aterrorizaba. Más adelante empecé a creer que el espíritu de mi madre se había metido dentro del cuerpo de mi perra: para así poder estar a mi lado, físicamente. Y por último, me sobresalto cuando no espero visitas y tocan en la puerta de mi casa. Porque la Biblia dice que, un día, todos los muertos resucitaran e irán a reencontrarse con sus seres queridos. Con cuerpos impasibles, ágiles y sutiles, capaces de volar y atravesar la materia; con sus cuerpos claros y brillantes, según la santidad que alcanzó en vida. Bellísimo, pero terrorífico a primera instancia.
Sin embargo, nunca pasa nada. Salvo que, a mis 32 años, sigo echando mucho de menos a mi madre.
Nota.-Ilustración del gran robotv y foto de mi madre, sacada por mi tío Sergio, cuando ella era jovencita.