Una rosa amarilla abrió sus pétalos por la mañana; en ella vivía una niña de largos cabellos rubios, que vestía únicamente medias verdes hechas con seda de gusano. La niña se deslizó por encima de una hoja y comenzó a bailar, pues deseaba ser bailarina. Cada movimiento suyo provocaba una nota musical. Una abeja dejó caer un poco de polen sobre ella y la niña, alegre, agarró un pedazo que comió golosa. De pronto, una flor caníbal sacó sus raíces de la tierra, caminó y capturó a la bailarina. La planta no la mató, se fijó de nuevo en el suelo y la mantuvo atrapada entre sus fauces, con la intención de retenerla de por vida. Fueron en vano los esfuerzos realizados por cada uno de los seres del bosque con el fin de liberarla; lo único que pudieron hacer fue colarle alimentos entre las espinas que hacían de dientes de la flor y que actuaban de barrotes.
Al cabo de unas semanas la niña notó que, sobre la flor caníbal, se ceñía la sombra de la muerte.
-¿Qué te ocurre? -le preguntó.
-Te tengo en mi boca. No puedo comer.
-Si me sueltas podrías comer y no morir.
-Te amo, niña bailarina. Quiero que seas sólo mía.
-Tu no me quieres. Si me quisieras no me habrías raptado.
-¿Qué hablas tú del amor? -contestó enfadada la flor- El amor es una quimera, un juego de los sentimientos. Es cierto que Dios lo creó, no obstante fue el demonio quien supo utilizarlo como mejor aliado con el que extender su mal: el que ama, a menudo, se convierte en un narciso insondable de su propio amor, no le importa nada más allá.
-Tu amor no es puro.
-Podría comerte a ti y saber que fuiste para mi sola. ¡Qué paradoja! He elegido morir por amor y, sin embargo, voy a arder en el infierno.
Dos tardes después expiró la flor caníbal y la niña fue liberada por los habitantes del bosque, que lo celebraron con un gran banquete.
Nota.- Dibujos de la gran Rocío Galindo hechos para un texto de «Doña Úrsula no duerme tranquila por las noches» que, por cierto, podría haber sido un cuento creado a partir del secuestro de Natascha Kampusch