Tras darse un baño, el hombre del bañador naranja, no quiere regresar aun hasta donde, sobre toallas, pasan el rato su mujer, hijo y suegra. Así que se acuesta en la orilla: el mar está muy tranquilo:
El hombre del bañador naranja trata de encontrar paz, sentirse bien: hoy es su último día de vacaciones: mañana le espera la oficina: piensa:
-Qué asco de vida.
El hombre del bañador naranja está dentro del sistema: y el sistema le ha dado lo que da al 95% de la gente: una hipoteca y un trabajo de mierda con el que tratar de pagarla. El hombre del bañador de naranja se casó con su novia de toda la vida: no buscó un poco más: así que la verdadera mujer de su vida pasó a su lado y él ni se enteró: el hombre del bañador naranja hizo caso omiso a los sueños de su juventud: quería ser carpintero: sin embargo, no luchó por ello: aceptó ese trabajo de oficina que le consiguió el padre de su mujer: ahora, a la única libertad que puede aspirar (el hombre del bañador naranja) es a quedarse un poco más en la orilla: un ratito más: cerrar los ojos:
-Quiero sentirme bien, por favor –se dice- Quiero encontrar un poco de cielo.
Él y su mujer se han convertido en vacas grasientas: cuando llegaron a la playa, algunos jóvenes de cuerpos fibrosos, les miraron burlándose de sus grasas y kilos de más: pero lo que esos jóvenes no saben es que, tarde o temprano, será también el turno de ellos: la belleza de la juventud se va: nadie escapa de los kilos de más, las arrugas, las hipotecas y los trabajos de mierda que te borran como individuo hasta convertirte en un número más: esos jóvenes también serán otra insignificante pieza del engranaje que rueda hasta fabricar otro millón de dólares para los poderosos: y vuelta a rodar.
En la orilla, el hombre del bañador naranja ve cómo su suegra se levanta: para jugar a las raquetas con sus hijo: esa vieja es una carga, un ser inservible: los viejos de las ciudades no tienen la sabiduría que sí que tenían los viejos de los campos: nada de leyendas y relatos: la vida en la ciudad es muy simple de entender:
-Tienes dinero para pagar o no lo tienes. En qué tipo de barrio vives.
Los viejos de las ciudades se limitan a oler mal y a dar pena.
La vieja juega a las raquetas con su nieto: así, ella, siente que sirve para algo: sólo que, cuando ella muera dentro de unos años, el niñito ni la recordará: el niñito que ella mima ahora se convertirá, con el tiempo, en un hijo puta con corbata más de la ciudad: un día, ese niño, violará a una amiga del instituto: esa vieja está cuidando a un violador cabrón: debería de levantarme de esta toalla desde donde les observo: debería de machacar la cabeza a ese puto niño: sin embargo no lo hago: la policía, la sociedad, no creerían que adivino el futuro. Penélope Cruz morirá de sobredosis.
Los del hotel, a los que pertenece esta playa artificial, han construido una islita con un bar que la rige: y al bar lo rige el dinero: para llegar hasta el bar, la gente ha de atravesar un puente de madera y caminar, moribundos de calor, bajo el sol: así pueden comprar una “Coca-Cola” al quíntuple de su precio normal: y cuando pagan se sienten bien, se dicen:
-Qué bien me lo estoy pasando en mis vacaciones: estoy bebiendo una “Coca-Cola” en esta islita. Sácame una foto.
Pero el bar no es más que madera, y la islita no es más que cemento: una trampa de marketing para cobrar “Coca-Colas” más caras a turistas gilipollas: y de vistas, los clientes del bar tienen, desde hace más de un mes, un barco estancado en la orilla, que segrega suciedad a la playa y estropea la vista: ese feo barco estancado no salía en las fotos del folleto del hotel.
…
Es la hora: el hombre del bañador naranja y su familia abandonan la playa: rumbo al coche:
-El coche será un horno –predice mentalmente.
Y se deprime, totalmente, cuando ve, caminando delante de ellos, a unas jovencitas:
Su mujer le pregunta:
-¿Qué te pasa? Te vi triste en la orilla de la playa, como infeliz.
Y él no contesta:
-Sería feliz si pudiera, aunque fuera por un solo instante, romperle el culo a pollazos a esas dos niñatas gilipollas de ahí delante y correrme dentro: abandonarte a ti, a tu puta madre y a nuestro repugnante y baboso hijo, para siempre: lo único que quiero, es volver a sentirme vivo e importante: no quiero volver a la oficina a no ser que me digan que van a decapitar al jefe y a mis hipócritas compañeros de trabajo y que yo lo voy a poder presenciar.
Nota.-Texto dedicado a San José Emilio Suárez, canonizado por «El Mundo».