Por haber escrito la historia de su amiga virgen, Elena me grita enfadada. Yo ya no puedo más y decido que, ya que no sé va ella de mi casa, me voy yo pero ¿A dónde?
Abro el Messenger y escribo “Busco casa en Madrid”: dos segundos después un profesor de literatura y su hijo me ofrecen quedarme gratis en su chalet, hasta que termine el libro. Es un milagro.
Alucinando de que alguien me quiera ayudar así, acepto: si no les tengo que pagar por el alojamiento (aunque algo daré, claro) puedo reunir casi todo el dinero que me paga “20 minutos” por escribir este blog: así, de aquí a octubre, podría conseguir el dinero que me falta para poder autopublicar mi libro como deseo.
-Mañana me voy de aquí –le digo a Elena- No te digo que no tengas razón por enfadarte. Pero yo no puedo dejar de escribir.
Duermo, entre más gritos de Elena, y por la mañana, cuando despierto desayuno, me ducho tranquilo: Elena ya no está en casa: se ha ido a trabajar: me visto: busco mis llaves: no las encuentro: trato de abrir la puerta de casa: está cerrada con llave: no puedo salir: sospecho: llamo, por teléfono, a Elena.
-¿Dónde están mis llaves? ¿Por qué has cerrado la puerta con llave estando yo en casa?
-Escondidas. Tú no te vas a ningún sitio.
Cuelgo, enfadado: refunfuño rabioso: enciendo la tele: a ver si me abstraigo: programa “Saber vivir”: escucho: entrevista:
Una familia, pobrecito, ha perdido a su marido, Pablo, de 44 años en un accidente: ha dejado sola a su mujer y a sus tres hijos de 11, 3 y 2 años: el psicólogo del programa, Pepe, le habla:
-Ha de seguir adelante. En las familias el hombre es totalmente reemplazable. La mujer no.
Se me encoge el corazón. Imagino que soy yo el niño ese de 11 años que está junto a su madre: imagino que soy yo el que escucha, a las pocas horas de morir mi padre, que es reemplazable.
Termina la entrevista: el presentador sigue hablando: como Pablo murió en un accidente, dan paso a un reportaje de accidentes laborales:
-Algunos accidentes son inevitables –dice el presentador riendo- mírenme a mí: me he torcido la mano en el salón de mi casa.
Sigo alucinando: ¿Y si el niño aun continúa viendo el programa? ¿Y si después de dar la entrevista sobre la muerte de su padre, en un accidente, escucha a este señor riéndose porque se ha torcido la mano en el salón de su casa?
Apago la tele.