Desnudo el cuerpo de mi mujer: hace meses que no hacemos el amor: tengo miedo de que se vaya con otro, o que murmure con sus amigas:
-A mi marido ya no se le pone tiesa.
(Me masturbo tres veces al día: en el trabajo, en casa, siempre solo)
Desnudo el cuerpo de mi mujer y, al verlo, tiemblo: no voy a poder ponerla erecta dentro de ella:… ella sigue siendo flaca, bella, joven, guapísima: sigue teniendo esos pechos por los que un día, cuando éramos novios, lloré: porque quería metérmelos en la boca:
-Yo no soy una puta –me decía.
Ahora veo su cuerpo desnudo, tendido sobre la cama, y es como carne rosa de charcutería que reposa en estanterías: yo no compraría esa carne aunque, cualquier otro, pagaría lo que fuese por comerla: lo único que deseo hacer, con ese trozo de carne, es abrazarlo, con cariño.
Nos casamos. Y la quiero muchísimo: jamás me voy con otra: aunque muera por hacerlo sin que nadie se entere: ni siquiera a la mujer a la que se la meta: ¿Irme con una puta, quizá?… no, no quiero engañarla: por respeto.
¿Qué es el respeto?
La fidelidad y el matrimonio no son algo lógico: pero tampoco lo es el amor. Ni tú, ni yo, ni el odio, ni tu jefe, ni que, por las mañanas, haya tanta gente triste en el metro.
Nota.- En los comentarios, algunos lectorez han escrito este mismo relato pero desde el otro punto de vista: el de la mujer. Los recojo aquí.