Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Europa según el pesimista George Soros

Quien más quien menos sabe quién es el especulador George Soros, cómo logró amasar su fortuna y cómo luego, durante décadas, la ha ido generosamente distribuyendo –en una suerte de remedo de sí mismo: por eso le llaman filántropo– en diferentes proyectos políticos, sociales y culturales.

Judío de origen húngaro, aunque nacionalizado estadounidense, ha mostrado y sigue mostrando hoy una extraordinaria preocupación por los asuntos europeos. Aquí radican algunas de sus fundaciones, como la Open Society Foundation, y a las vicisitudes nuestro continente le dedica regularmente análisis certeros.

George Soros, en una imagen de archivo (20minutos.es).

George Soros, en una imagen de archivo (20minutos.es).

El último, una extensa entrevista (merece la pena leerla) publicada en el New York Review of Books donde Soros es preguntando por lo divino y por lo humano dentro de lo que atañe a la UE: desde la letra pequeña de la unión bancaria, la gravísima cuestión migratoria o la crisis en Ucrania y el creciente poder de Rusia.

Todas las respuestas que da Soros tienen su miga. Su opinión respecto de cómo se está llevando a cabo la unión bancaria –mi compañero Nico lo explicó perfectamente en un post hace pocono es demasiado optimista. Soros denuncia que se ha vendido su éxito de una forma orwelliana, y que «la unión bancaria se ha transformado en algo que es casi lo opuesto: el restablecimiento de ‘silos’ nacionales».

Según argumenta Soros, el mecanismo desarrollado para hacer efectiva la unión bancaria es «tan complicado, tiene tantos actores y entidades envueltos que será prácticamente inservible en caso de emergencia». Es una opinión de alguien que sabe cómo llevar bancos a la quiebra, así que, aunque no todas las opiniones merezcan respeto (las personas sí), habría que tenerla en cuenta.

Pero más allá de esto, me quedo con uno de los argumentos de Soros, conciso y que apunta en la línea de lo que muchos venimos pensando de la UE en los últimos tiempos. Dice Soros, a propósito de la integración política, el auge del populismo, etc: «Creo en la búsqueda de soluciones europeas para los problemas de Europa; las soluciones nacionales solo empeoran las dificultades». Pues eso.

El mapa de los prejuicios europeos: de los vagos del vino a los trabajadores de la birra

Defiendo los prejuicios hasta donde creo que es razonable –éticamente– defenderlos: como un modo de aproximación al otro, como una toma de contacto primigenia o como simple conocimiento fragmentado. Los prejuicios solo dejan de ser algo bueno cuando quien los invoca se considera libre de ellos: puro.

Debemos aceptar nuestras limitaciones y pensar que nuestras formas de conocimiento no son siempre tan ideales como creemos. Lo malo del prejuicio es quedarse en él, no ir más allá, pero como origen de nuestras incertidumbres o curiosidades humanas, demasiado humanas, tiene cierta validez empírica… aunque sea solo usándolo desde la ironía.

atlas de los prejuiciosLos europeos, a pesar de que ya no nos odiemos ni matemos, seguimos teniendo prejuicios. Era así antes del Romanticismo y lo fue todavía más luego, cuando las divisiones nacionales y el  presunto volkgeist particular de cada uno, lo vino a enturbiar todo. Creo, además, que los europeos no nos hemos desprendido del todo de aquellos antiguos prejuicios. Hemos aprendido a convivir con ellos, a relativizarlos, a domesticarlos –el proceso de civilización, que diría Norbert Elias– de manera inteligente y sensata.

Pero los prejuicios (nacionales, se entiende) son la salsa de las relaciones internacionales. Y aunque unida, Europa sigue presentando divisiones extraordinariamente fuertes que, correctamente analizadas, ofrecen pistas sobre qué políticas, qué costumbres o qué leyes funcionan mejor en según qué territorios. No hace mucho oí a alguien mencionar, a propósito de la PAC, la brecha entre los países del aceite y de la mantequilla. Una de las divisiones europeas culturalmente más profundas… y sabrosas. Aunque hay más.

Existe un fenomenal y heterogéneo atlas de los prejuicios. En el caso de Europa, los estereotipos son tan variados que resultaría complicado resumirlos en un solo post. Hace poco, a través de Twitter, supe de la existencia de un mapa (el de la imagen) que reúne algunos de estas divisiones, hasta veinte, que van desde la Europa del vino y la cerveza, la Europa que come sentada y la que lo hace de pie, la que necesita un fontanero y la que no o la muy subjetiva Europa laboriosa en contraposición a la vaga.

Los prejuicios no tienen por qué, indefectiblemente, conducir a coleccionar odios y fobias como hacía Ferdinand Céline, odiador profesional, en sus ratos libres. Como en el caso del mapa que adjunto, son una aproximación a cierta realidad que quizá, sin caer en demasiados determinismos (aunque yo adoro cierto determinismo bien entendido), es más real de lo que a veces nos pensamos.

El desorden del discurso europeo

Uno siempre espera más de un opúsculo que de un ensayo de 500 páginas. Está la seguridad de que te llevará menos tiempo el leerlo. Y está la esperanza de descubrir en él pensamientos encapsulados y directos: enseñanzas magras, pulidas, que justifiquen su poco volumen y ahorren el tener que rebuscar entre decenas de capítulos.

Pero no hay nada más frustrante que leer un opúsculo, un panfleto (siempre en el buen sentido) y no encontrarte apenas cargas de profundidad. Me ha pasado este fin de semana lluvioso, mientras leía de un tirón Europa como discurso (RBA, 2014), el primer libro de Toni Ramoneda, que lleva por subtítulo aclaratorio –y gancho publicitario– «un ensayo sobre democracia real».

El libro es un intento de desarrollar el «pensamiento crítico» a través del análisis de los diferentes discursos que genera la Unión Europea. Discursos que sirven para fomentar «la cohesión social» y que buscar un «compromiso democrático». Ramoneda analiza, basándose en las tesis de Paul Ricoeur, el presente de la UE desde tres vectores: el de los motivos, el de las razones y el de los deseos.

discursoseuropeos

La tesis del libro, aunque tampoco estoy muy seguro de ello, tienen que que ver con la dificultad de las instituciones europeas de generar discursos coherentes y creíbles sobre la realidad del presente. Términos antaño diáfanos, como laicismo, izquierda o derecha, representan hoy una amalgama confusa de conceptos que infecta los pilares clásicos del discurso sobre los que se levantó Europa: seguridad, solidaridad y justicia.

Postmodernidad. Post-democracia. «Totalitarismo discursivo». Falta de invocación a un demos. Los «mercados» y la «tecnocracia» han creado un ecosistema en donde los antiguos discursos tranquilizadores no sirven. Europa se construyó contra la identidad y contra la guerra, pero superada esa fase, se ha creado un hueco en donde la utopía, como motor de los nuevos discursos que deberían engarzar a las generaciones, está ausente.

Este hueco ha sido rellenado con una polifonía de voces, una incertidumbre donde los discursos sobre la realidad corren el riesgo de anestesiar las funciones básicas del contrato social. Ramoneda se pregunta, con justicia: «¿Votar en Europa no es un ejemplo de esta actitud post-democrática que nos lleva a renunciar al ejercicio político de la restricción de poder?».

Sinceramente no lo sé. Creo que hay preguntas en su libro muy sugestivas y análisis certeros. Como cuando incide en la contradicción que supone que la UE tenga una agenda perfectamente marcada para los 7 próximos años, y que al mismo tiempo trate de fomentar el disenso político. O seguridad en el futuro o legitimidad: las dos cosas al mismo tiempo, no. Pero hay un amago no logrado de ser profundo e ininteligible que recorre toda la obra y que rechazo.

He tratado de sintetizar las tesis de Ramoneda, limpiarla de cuestiones más o menos filosóficas (él es doctor en las llamadas Ciencias de la Comunicación, que mucho de científico no tienen, todo sea dicho), pero sigo sin comprender por qué, al comienzo de cada capítulo, hay una cita futbolística, de Míchel, Mourinho y Guardiola. Giros de la posmodernidad, supongo.

Los lobbies en la UE: transparencia a medias

Perdón. Hace unas semanas comencé la casa por el tejado. Os hablé primero del lobby de la bicicleta –que stricto sensu ni es tal– y también del lobby laicista, pero olvidé comentar el estado de la cuestión lobista en la UE. Un tema complejo, confusamente entendido por muchos (a uno y a otro lado de la línea ideológica) y cuyo entramado legal ha experimentado cambios durante estos últimos años.

Bruselas es, después de Washington, el segundo centro de poder político del mundo donde más grupos de presión se arremolinan para tratar de influir en las decisiones de los legisladores. Hay cerca de 30.000 lobbies trabajando entre la Comisión y el Parlamento, según Corporate Europe Observatory). Una cifra muchísimo mayor que la registrada –el llamado Registro de Transparencia no es obligatorio, como sucede en EE UU- que apenas sobrepasa los 6.000 (marzo de 2014).

Una imagen del logotipo de Telefónica en su sede central (EFE).

Una imagen del logotipo de Telefónica en su sede central (EFE).

Las crónicas desde Bruselas describen un trasiego –yo cuando estuve no fui capaz de darme cuenta– de gente encorbatada circulando por los edificios comunitarios o dando información a los viandantes, sobre todo en las semanas de pleno en el PE. Más de 4000 personas, según Blanca Blay, están acreditadas para acceder a las instalaciones del hemiciclo y circular con libertad.

El asusto de la regulación de los lobbies en la UE viene de largo. En Influir para decidir, un artículo publicado en 1995 en la Revista de Estudios Políticos, Francesc Morata ya hablaba del creciente «foco de interés» de los grupos de presión. Entonces las cifras, veinte años atrás, eran mucho menores: alrededor de 3000 lobbies y 10.000 personas más o menos dedicadas a la actividad de influir. Hoy la cosa es tan diferente que, desde hace un par de años, la UE entró a regular directamente su inscripción.

Inscribirse en el Registro de Transparencia es gratuito y salvo unas cuentas excepciones –iglesias, partidos políticos, autoridades locales– el resto de organizaciones por pequeñas que sean, pueden en teoría inscribirse para influir legalmente en el proceso de toma de decisiones diarias sin tener la obligación, además, de regentar una oficina propia en Bruselas. Eso sí, todos, pequeños y grandes, deben suscribir un código de conducta.

Según el Informe anual sobre el funcionamiento del Registro de trasparencia de 2013, el útlimo disponible, más de la mitad de las organizaciones apuntadas pertenecían a empresas y agrupaciones profesionales y comerciales, y solo un tercio ONG. Una cifra que va en aumento (un 10% más cada año) según el actual sistema común –que lleva en funcionamiento varios años- va siendo conocido por las entidades con intereses comunitarios.

Visto desde España, y a pesar de que el sistema sigue siendo imperfecto, sobre todo comparado con el estadounidense, la regulación de los lobbies en la UE es de una transparencia inusitada. En España también hay lobbies, como en cualquier  otro estado, pero ni hay un registro oficial de tales ni de momento parece que vaya a haberlo en un futuro a corto plazo.

Para compensar esta carencia informativa, he hecho una somera búsqueda, en el Registro europeo, de los lobbies con sede social en España que llevan a cabo sus labores de influencia en Bruselas. El resultado de la búsqueda me devuelve casi 370 asociaciones y empresas que gastan dinero en promocionarse en las instituciones comunitarias. Hay nombres propios obvios, como Telefónica, Abertis o Repsol. Pero también muchas asociaciones agrarias, fundaciones culturales catalanas, universidades (alguna pública, como la de Vigo, y también privadas) y hasta la Gran Logia Simbólica Española, una organización masónica; aunque no todas, claro, dedican los mismos recursos ni personal a hacer lobby.

El debate sobre la regulación de los lobbies sigue siendo crucial. No hay que ser ingenuos respecto a su existencia e influencia en la política, pero tampoco conspiranoicos respecto a su poder, que a veces es menor del que se dice. El foco de debate debería ser otro: qué instrumentos son los más útiles para su regulación o si es necesario crear un registro obligatorio, como algunos especialistas en el tema, caso de Direnc Kanol, investigadora de la Universidad de Siena, argumenta positivamente en un artículo del Journal of Contemporary European Research. Ya que haberlos haylos, que al menos que los conozcamos por sus nombres y funciones.

‘Europeana’: la herencia cultural de Europa

Lo bueno de no ser un experto en casi nada es la ilusión que proporciona el ir descubriendo parcelas de la realidad casi al mismo tiempo que las presentas en público. Por ejemplo lo de hoy: Europeana, una red online que abarca el patrimonio cultural europeo (fundada en 2008) y que yo acabo como quien dice de conocer.

Europeana es una joya en muchos sentidos. Por un lado es una bastísima base de datos online, un archivo de la memoria del continente; por otro lado, es una especie de ente cultural propio, que propone una visión más profunda —histórica, artística, literaria— del patrimonio de los todos los ciudadanos europeos.

Dos niños italianos (fotografía de los archivos de la Biblioteca Naciona francesa)

Dos niños italianos (fotografía de los archivos de la Biblioteca Naciona francesa)

No creo que esté exagerando. Realmente es un proyecto extraordinario, que te reconcilia con las instituciones… Por que sí, los orígenes de Europeana, allá por 2005, está en la petición de seis estados miembros (entre ellos España) para crear una biblioteca digital europea. Poco después, se puso en marcha el proyecto y en 2013 el fondo ya contaba con más de 25.000 archivos de todo tipo.

Europeana se divide en varios proyectos, algunos tan interesantes como un ‘área profesional’, donde los especialistas e investigadores en las diferentes materias pueden compartir sus conocimientos. Además, con motivo del aniversario de la Primera Guerra Mundial, han puesto en marcha ‘1914-1918‘, un enorme cajón de sastre de historias anónimas e inéditas sobre la contienda, en la que cualquiera puede participae subiendo su información.

NOTA: Este jueves, mis compañeros de Artrend han publicado en 20minutos.es una estupenda noticia informando del nuevo lanzamiento de Europeana, que consiste en una aplicación gratuita con acceso a 350.000 imágenes.

La Unión por el Mediterráneo languidece

Cuando en 2008 el presidente Nicolas Sarkozy anunció la creación de una Unión por el Mediterráneo, la idea fue calificada de «extravagancia francesa», de «organismo superfluo» y de futuro «cementerio de elefantes». Hoy la Unión por el Mediterráneo cumple casi seis años en una situación de barrena política y de irrelevancia internacional.

Mapa de los países que componen la UpM. (Ssolbergj/WIKIPEDIA)

Mapa de los países que componen la UpM. (Ssolbergj/WIKIPEDIA)

La Unión por el Mediterráneo es la prolongación de una antigua aspiración europea: tender lazos entre los miembros de la Unión y los países del norte de África y Oriente Próximo. Hace ya casi 20 años que tuvo lugar el Proceso de Barcelona, hasta cierto punto embrión de la Unión por el Mediterráneo, lo que proporciona una idea clara de la importancia que tiene, sobre todo para países como Francia, Italia o España la colaboración política e institucional con los vecinos del otro lado de la orilla mediterránea.

Según los especialistas, la Unión por el Mediterráneo —formada por 43 países y con sede en Barcelona— nació ya «hipotecada» por sus muchos y divergentes intereses. Seis años después, la crisis económica en Europa, las revoluciones árabes o la guerra en Siria han venido a complicar de una forma extraordinaria la labor de este organismo, que se dice centrado, principalmente, en la «cooperación regional» y los «proyectos específicos».

Ahora que Sarkozy no manda y Hollande parece estar a otras cosas, la Unión por el Mediterráneo —que no deja de ser una herramienta de soft power para las fronteras de la UE— se debate entre dos opciones: o refundarse, que implicaría convertirse en una organización más dinámica, menos anquilosada y con más influencia directa en políticas concretas o bien disolverse como un azucarillo, lo que supondría un mal precedente y la constatación de un nuevo fracaso europeo.

* He encontrado pocos artículos que analicen la corta historia de la Unión por el Mediterráneo (y su futuro próximo) de una forma positiva u optimista. Pero para que no todo parezca tan negro como lo he pintado, y lo pintan los que saben y siguen de cerca el asunto, os enlazo un artículo (en inglés) de 2013 de la revista de los Jóvenes Federalistas Europeos en el que se argumentas cosas muy intesantes.

Contra las presidencias rotatorias en la Unión Europea… incluida la griega

Ya nos hemos acostumbrado a la terminología, que se repite puntualmente cada seis meses, y de alguna manera también a la normalización de algo que, quizá pensado fríamente, no debería de ser normal. Grecia ostentará durante este semestre la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea. La presidencia más raquítica en cuanto a presupuesto, 50 millones de euros, para el Estado más famélico de la Unión. Pero esto no es lo realmente significativo ni paradógico.

Una bandera de griega (ARCHIVO)

Una bandera de griega (ARCHIVO)

Los defensores de las presidencias rotatorias argumentan que este sistema permite a los miembros de la Unión influir en la toma de decisiones comunitarias, coordinar el trabajo entre los diferentes países y representar a los estados ante las instituciones europeas. Todo esto está muy bien en teoría, pero existen grietas. Las presidencias rotatorias son, siguiendo libremente el argumento de Luuk van Middlelaar que os presenté el otro día, el triunfo del discurso de los estados sobre los otros dos (el ciudadano y el de los despachos).

Se trata de un rito, una anomalía transformada en rutina cada seis meses. Con su pompa y su protocolo y sus reuniones periódicas. Una exhibición y un recuerdo del poder. El Estado, todos los estados de la UE, siguen ahí, tienen su mando en plaza, su parcela simbólica en la toma habitual de decisiones comunes. Las presidencias rotatorias son un anacronismo dentro del proceso de construcción europea. Una dinámica obsoleta que se sigue conservado por extrañas y muy poco prácticas razones.

Por eso las críticas a la presidencia griega, tanto las internas (Syriza ya la ha boicoteado) como las externas (desde el norte muchos consideran que un país como Grecia no puede llevar el timón justo en un momento clave para la UE, con las elecciones de mayo como plato fuerte) son baladís comparadas con la enmienda a la totalidad que supondría pretender el fin de esta innecesaria formalidad aceptada mansamente por casi todos.

El conde Coudenhove-Kalergi, patriota europeo y pionero de un continente unido

Sin duda no fue el primero en forjar la idea de una Europa unida, pero sí el que más cerca estuvo de imaginar el fondo y la forma de lo que ha acabado siendo la Unión Europea. Lamentablemente, Richard Coudenhove-Kalergi –un aristócrata austriaco de madre japonesa– es un nombre exótico que poco o muy poco trasmite hoy a los no iniciados.

El conde Coudenhove-Kalergi (1894 – 1972) fue un pionero audaz. Un hombre de letras exquisito –filósofo, diplomático, editor– preocupado (como muchos entonces) por la evidente decadencia del continente tras la Primera Guerra Mundial. Era, además, un pacifista convencido. Le preocupaba el nacionalismo excluyente y abiertamente etnicida que profesaban la mayoría de los Estados y soñaba con una Europa de los pueblos federal y fraterna.

El conde Kalergi (Autor y fecha: desconocidos).

El conde Kalergi (Autor y fecha: desconocidos).

Su terco empeño europeísta tiene un punto de partida: 1923. En ese año Coudenhove-Kalergi publicó Pan-Europa, algo así como un panfleto geopolítico destinado convencer de que el futuro del continente pasaba por la democracia, la paz y la unión económica y política entre los Estados (principalmente Francia y Alemania, enemigas históricas). Como veis, un visionario.

Con todo, Kalergi fracasó en primera instancia, en el sentido de que su genial idea necesitaría de varias décadas más, y otra mortífera contienda mundial, para que se hiciera realidad en la conocida como Europa de los tratados. Con todo, su empeño fue máximo. Poco después de publicar su libro, fundó la Unión Paneuropea, una asociación creada al albur de la Sociedad de Naciones de la que formaron parte entre otros Adenauer, De Gaulle o Spaak.

En la actualidad, la Unión Paneuropea sigue existiendo. Tal es así que, incluso, existe un Comité español de la misma, presidido actualmente por el periodista Ramón Pérez-Maura (en su página web podéis curiosear más nombres, algunos de ellos os llamarán la atención, seguro). Sus principios, tal y como ellos mismos los enuncian son la defensa «del patriotismo europeo», la «justicia social» y «la identidad europea basada en los valores y convicciones cristianas», en la línea del pensamiento de Kalergi.

Volviendo al conde de Bohemia, algunas de sus ideas y símbolos son hoy perfectamente reconocibles para cualquier europeo, aunque no conozca nada de su origen. La bandera que diseñó para su federación Europea era prácticamente la misma, con ligeras supresiones, que luego se adoptaría como emblema de la UE; y lo mismo sucede con el Himno de la alegría. Después de la Segunda Guerra Mundial, que contempló desde el exilio en EE UU, Kalergi volvió al a carga con nuevos proyectos.

En 1947, apenas dos años después de la derrota de Hitler, fundó la Unión Parlamentaria europea, embrión del  Consejo de Europa del año siguiente, y cimiento de algunas de las instituciones hoy existentes. Pese a todo este currículum, Kalergi fue, al final de su vida, un europeísta desencantado. Como escribe Fernando Álvarez Balbuena, politólogo y sociólogo, en la década de los sesenta el conde europeísta se quejó amargamente de la deriva excesivamente tecnocrática que estaba tomando la unión. Lúcido hasta en eso.

 

 

Llegar a tiempo para el aniversario Schuman

En el ocaso del año contemplaba dos opciones: una lista con los acontecimientos más relevantes del curso europeo o un concienciado post europeísta. Como no soy Nick Hornby y las listas me empiezan a saturar un poco, me he decidido por lo segundo.

El 2014 traerá unas elecciones europeas en la que los ciudadanos, por primera vez, podrán elegir directamente al presidente de la Comisión. Además,  este es el año –yo lo empecé a celebrar tímidamente aquí con antelación– del aniversario de la Primera Guerra Mundial. La UE generará muchísimas más noticias, todavía más que este año que termina (viene siendo así desde hace un lustro), pero estas dos constituirán el esqueleto informativo en los meses venideros.

Robert Schuman, en 1949. (BILD/WIKIPEDIA)

Robert Schuman, en 1949. (BILD/WIKIPEDIA)

Así, del éxito o del fracaso de participación en los comicios de mayo saldrán o no unas instituciones comunes más legitimadas ante la opinión pública de los países miembros, y según como los europeos (ciudadanos y políticos) encaren el aniversario de la Gran Guerra se podrá alumbrar o no una idea renovada sobre el pasado y futuro del continente.

Pero para despedir 2013 y almacenar europeína para lo que vendrá he pensado en convocar aquí a un fantasma, el de Robert Schuman. Paradójicamente –y pese a lo fetichistas que somos los periodistas con las fechas redondas– apenas ha habido referencias este año al 50 aniversario de la muerte de este político francés de origen alemán (combatiente germano en la Primera Guerra Mundial y aliado en la Segunda) que, junto con Jean Monet, sentó las bases de la actual unión.

La Declaración Schuman por su brevedad, precisión, responsabilidad ante la historia y como generadora de un experimento político todavía exitoso, debería exponerse en las aulas de los colegios de todos los estados que forman la UE. Schuman era un gran estadista y hasta cierto punto un visionario. Pero un visionario que había sufrido en sus propias carnes dos guerras mundiales, el ascenso imparable del nacionalismo y el trágico declive de la democracia liberal.

Schuman pertenecía a la vieja élite gobernante, y sería un poco absurdo reclamar uno nuevo hoy como quien espera un improbable milagro político… que nunca se da. Nuestro tiempo histórico es diferente al suyo: aquellas élites están en retirada, no tienen ni el poder ni el aura que tenían entonces. Hoy este padre europeo pasaría inadvertido, en el sentido de que la UE es un proyecto colectivo tan hipertrofiado que no hay una sola personalidad –con alguna excepción– que pudiera refundarlo por sí sola.

Releyendo hoy la Declaración Schuman la música de fondo nos es muy familiar. Sobre todo estas dos frases: «La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas» y «Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho».

Muchos se preguntan, todavía hoy, por qué la UE es un proyecto inacabado después de tanas décadas; aquí, en estas dos oraciones que bien podría ser nuestro ‘we, the people’ está la clave última. Civilización, paz, solidaridad. Las dos primeras se han logrado, la última es la más difusa y compleja de todas. El estadio en el que aún nos encontramos. Probablemente Schuman entendiera la solidaridad en otros términos distintos al nuestro, pero ahí está la perenne palabra escrita. Como tarea de ‘año viejo’ os propongo la lectura de este texto de dos maneras: reflexionando sobre qué significó entonces y qué significa ahora.

Así es Kaliningrado, un pequeño y crucial enclave ruso rodeado de estados europeos

Vuelvo a hablaros de territorios y de fronteras: hace unos meses fue a propósito de Transnistria, hoy de Kaliningrado. La Unión Europea es, aunque a veces parezca lo contrario, un cuerpo vivo, una región política en lenta, pero constante mutación. Además, no es un espacio homogéneo, contiene sus pequeñas anomalías, que son fascinantes de observar y muy entretenidas de analizar.

Mapa de la situación geográfica de Kaliningrado (luventicus.org)

Mapa de la situación geográfica de Kaliningrado (luventicus.org)

El enclave de Kaliningrado, que estos días vuelve a ser noticia por la amenaza del presidente Vladimir Putin de instalar misiles nucleares en él en respuesta al escudo de defensa de EE UU, es un pequeño distrito ruso de unos 15.000 kilómetros cuadrados, habitado por cerca de un millón de personas y situado, como una isla, entre Lituania y Polonia, ambos miembros de la UE desde hace casi diez años.

Durante más siete siglos, Kaliningrado fue la capital de la Prusia Oriental y se llamó Könignsberg. Fue la ciudad natal del filósofo Immanuel Kant, de la artista de entreguerras Käthe Kollwitz (la de la piedad berlinesa) y también la ciudad donde vivió bastantes años de su vida la gran Hanna Arendt. Es decir: fue una ciudad exageradamente alemana y profundamente europea (en esta condensada y útil ficha de la BBC tenéis algún dato más sobre la ciudad).

El siglo XX cambió de manera radical la naturaleza de Könignsberg. De provincia independiente de la República de Weimar pasó en pocos años a ser bombardeada por la aviación inglesa y poco después, tras la Segunda Guerra Mundial, a formar parte de la URSS de Stalin (en virtud de los acuerdos alcanzados en Postdam por los aliados vencedores de la contienda bélica), que impuso una limpieza étnica (en aquel momento no se denominaba así, claro) para borrar toda influencia alemana en la región.

Durante casi 50 años, la ciudad no solo pasó de llamarse Könignsberg a Kaliningrado (es de sobra conocida la afición de los comunistas rusos por cambiarle el nombre a las ciudades) sino que sufrió un profundo proceso de transformación, convirtiéndose –gracias a su puerto, libre de hielos en invierno– en un territorio vital para los intereses militares soviéticos. Allí descansaba la temida flota del Báltico y allí acampaban de forma permanente 500.000 soldados del Ejército Rojo.

Pero la URSS se desmoronó y Kaliningrado sufrió como pocos la resaca de la guerra fría. En menos de una década, la provincia languideció militarmente y entró en una espiral inexorable de declive económico. Su autonomía como región se vio limitada por cambios administrativos a nivel federal tendentes hacia un mayor centralismo y sus problemas de aislamientoexponencialmente aumentados tras la entrada de Polonia y Lituania en la UE– se convirtieron en un verdadero quebradero de cabeza para las autoridades.

Un autobús en una plaza de Kaliningrado (Irina Yakubovskaya)

Un autobús en una plaza de Kaliningrado (Irina Yakubovskaya)

Hoy Kaliningrado es un «anacronismo histórico», como escribe José Manuel Saiz Álvarez, profesor y coordinador del Centro de Estudios Europeos de la universidad Antonio de Nebrija. Un anacronismo bien comunicado (alberga la mayor concentración de autopistas de toda Rusia) y que trata económicamente de salir adelante por medio del petróleo, el ámbar y el turismo (curiosamente alemán) y a pesar del alto porcentaje de economía sumergida y de negocios relacionados con la mafia y el contrabando.

Como se encargan de recordar los especialistas, Kaliningrado pese a todo es la puerta de entrada de Rusia hacia Europa. Un territorio favorecido por acuerdos económicos especiales, objeto de diferentes programas de ayuda tanto de Rusia como de la Unión Europea (aunque Bruselas se haya mostrado tradicionalmente «indiferente a su suerte», según analiza Mercedes Herrero de la Fuente, profesora de la UCM) y cuya naturaleza política no parece que vaya a cambiar: pese a una creciente e indudable europeización, Kaliningrado no volverá a ser Könignsberg… y entre Rusia y la UE seguirá habiendo un motivo de fricción más en el espacio postsoviético.