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Así es Kaliningrado, un pequeño y crucial enclave ruso rodeado de estados europeos

Vuelvo a hablaros de territorios y de fronteras: hace unos meses fue a propósito de Transnistria, hoy de Kaliningrado. La Unión Europea es, aunque a veces parezca lo contrario, un cuerpo vivo, una región política en lenta, pero constante mutación. Además, no es un espacio homogéneo, contiene sus pequeñas anomalías, que son fascinantes de observar y muy entretenidas de analizar.

Mapa de la situación geográfica de Kaliningrado (luventicus.org)

Mapa de la situación geográfica de Kaliningrado (luventicus.org)

El enclave de Kaliningrado, que estos días vuelve a ser noticia por la amenaza del presidente Vladimir Putin de instalar misiles nucleares en él en respuesta al escudo de defensa de EE UU, es un pequeño distrito ruso de unos 15.000 kilómetros cuadrados, habitado por cerca de un millón de personas y situado, como una isla, entre Lituania y Polonia, ambos miembros de la UE desde hace casi diez años.

Durante más siete siglos, Kaliningrado fue la capital de la Prusia Oriental y se llamó Könignsberg. Fue la ciudad natal del filósofo Immanuel Kant, de la artista de entreguerras Käthe Kollwitz (la de la piedad berlinesa) y también la ciudad donde vivió bastantes años de su vida la gran Hanna Arendt. Es decir: fue una ciudad exageradamente alemana y profundamente europea (en esta condensada y útil ficha de la BBC tenéis algún dato más sobre la ciudad).

El siglo XX cambió de manera radical la naturaleza de Könignsberg. De provincia independiente de la República de Weimar pasó en pocos años a ser bombardeada por la aviación inglesa y poco después, tras la Segunda Guerra Mundial, a formar parte de la URSS de Stalin (en virtud de los acuerdos alcanzados en Postdam por los aliados vencedores de la contienda bélica), que impuso una limpieza étnica (en aquel momento no se denominaba así, claro) para borrar toda influencia alemana en la región.

Durante casi 50 años, la ciudad no solo pasó de llamarse Könignsberg a Kaliningrado (es de sobra conocida la afición de los comunistas rusos por cambiarle el nombre a las ciudades) sino que sufrió un profundo proceso de transformación, convirtiéndose –gracias a su puerto, libre de hielos en invierno– en un territorio vital para los intereses militares soviéticos. Allí descansaba la temida flota del Báltico y allí acampaban de forma permanente 500.000 soldados del Ejército Rojo.

Pero la URSS se desmoronó y Kaliningrado sufrió como pocos la resaca de la guerra fría. En menos de una década, la provincia languideció militarmente y entró en una espiral inexorable de declive económico. Su autonomía como región se vio limitada por cambios administrativos a nivel federal tendentes hacia un mayor centralismo y sus problemas de aislamientoexponencialmente aumentados tras la entrada de Polonia y Lituania en la UE– se convirtieron en un verdadero quebradero de cabeza para las autoridades.

Un autobús en una plaza de Kaliningrado (Irina Yakubovskaya)

Un autobús en una plaza de Kaliningrado (Irina Yakubovskaya)

Hoy Kaliningrado es un «anacronismo histórico», como escribe José Manuel Saiz Álvarez, profesor y coordinador del Centro de Estudios Europeos de la universidad Antonio de Nebrija. Un anacronismo bien comunicado (alberga la mayor concentración de autopistas de toda Rusia) y que trata económicamente de salir adelante por medio del petróleo, el ámbar y el turismo (curiosamente alemán) y a pesar del alto porcentaje de economía sumergida y de negocios relacionados con la mafia y el contrabando.

Como se encargan de recordar los especialistas, Kaliningrado pese a todo es la puerta de entrada de Rusia hacia Europa. Un territorio favorecido por acuerdos económicos especiales, objeto de diferentes programas de ayuda tanto de Rusia como de la Unión Europea (aunque Bruselas se haya mostrado tradicionalmente «indiferente a su suerte», según analiza Mercedes Herrero de la Fuente, profesora de la UCM) y cuya naturaleza política no parece que vaya a cambiar: pese a una creciente e indudable europeización, Kaliningrado no volverá a ser Könignsberg… y entre Rusia y la UE seguirá habiendo un motivo de fricción más en el espacio postsoviético.

 

 

La Unión Europea mira a Transnistria: así es el país que no existe

El siglo XX no ha acabado en Transnistria. Las imponentes estatuas de Lenin se mantienen en pie, relucientes. El Soviet Supremo sigue siendo el órgano oficial del Gobierno y la imaginería soviética, desprovista del terror eso sí, continúa presidiendo el paisaje de este estrecho territorio situado entre Moldavia –país del que se independizó en 1992 tras una breve guerra– y Ucrania.

Transnistria sería como cualquier otro Estado soberano del mundo –tiene su propio escudo, su himno nacional, su bandera y acuña moneda– salvo por una detallito menor: ningún miembro de la comunidad internacional reconoce su existencia como país. Ni siquiera Rusia. Solo lo hacen, y no es mucho, varios territorios igualmente invisibles, que juntos forman una peculiar alianza, informalmente conocida como la Commonwealth of Unrecognized States.

Puesto fronterizo en Transnistria Credit Image: © Amos Chapple/zReportage.com via ZUMA Press

Puesto fronterizo en Transnistria Credit Image: © Amos Chapple/zReportage.com via ZUMA Press

Pero Transnistria, que depende económica y militarmente de Rusia, es un tema jugoso para este blog: la frontera Este de Europa está cada vez más cerca de los transnistrios, y en las conversaciones internacionales a cinco bandas que tratan desde hace años de solventar un conflicto territorial espinoso (repleto de intereses cruzados) la UE está cada vez más implicada.

El principal problema de los casi 700.000 transnistrios (étnicamente heterogéneos, pero de mayoría rumana) no es el formol del tiempo, sino su casi ruina económica. Una tasa de paro exorbitante (según Nicu Popescu, investigador del European Council on Foreign Relations, la población empleada no llega al 25%), una industria obsoleta (en Transnistria se asentaba la mayor parte de la producción de acero soviético de Moldavia) y un sector servicios raquítico e infradesarrollado.

A esto hay que sumar la existencia de un complejo monopolístico de negocios, denominado Sheriff, que lo controla casi todo: el negocio del gas ruso, las líneas telefónicas y hasta el deporte (el reluciente estadio de fútbol de la capital, Tiraspol, lleva el nombre de la empresa, como se muestra este interesantísimo documental de la BBC de hace unos años).

Transnistria, y he aquí lo peor de todo, es un agujero negro de corrupción, de lavado de dinero del crimen organizado y del comercio ilegal de armas (su armamento obsoleto, como plasmó Jordi Mumbrú en un reportaje para La Vanguardia, se cotiza alto en las guerras africanas). Si a esto se le suma un Estado de derecho raquítico, con maneras autoritarias y violaciones habituales de los derechos humanos –ver este artículo del think tank FRIDE– el panorama resultante es bastante desolador.

Pugna estratégica entre Europa y Rusia

Pese a su irrelevancia internacional, su pobreza y su falta de recursos para progresar sin la ayuda de terceros ( el 14º ejército ruso sigue en su territorio), Transnistria está en el centro de un rompecabezas geoestratégico que tanto Rusia como la UE observan con preocupación. En juego está uno de los últimos restos de la desmembración de la URSS y una zona de fricción entre la expansión europea hacia el Este y la histórica influencia rusa.

La bandera oficial de Transnistria, con la hoz y el martillo soviéticos (WIKIPEDIA)

La bandera oficial de Transnistria, con la hoz y el martillo soviéticos (WIKIPEDIA)

Desde que Transnistria se convirtió de facto en un territorio independiente, la UE ha estado presente, con el estatus de observadora, en las conversaciones que tratan de resolver el conflicto (la última reunión tuvo lugar precisamente en Bruselas) y evitar una posible, aunque es verdad que poco probable, vuelta a las armas (como se explica en el artículo de Popescu y Leonid Litra del ECFR ya referido)

Con el crecimiento hacia el Este, y significativamente con la incorporación de Rumanía como Estado miembro, Bruselas ha ido poco a poco interesándose más por el devenir de Transnistria. La crisis económica en la UE y el mayor influjo económico y diplomático ruso en la zona son factores que han atenuado el interés europeo, pero pese a todo, las instituciones comunitarias y los gobiernos nacionales –en especial el de la alemana Angela Merkel– siguen muy interesados sentar las bases de un futuro acuerdo.

Además, algo muy importante para el statu quo en la zona está a punto de suceder. En noviembre, la UE y Moldavia firmarán un acuerdo de libre comercio y circulación. Un compromiso que acerca cada vez más a esta pequeña exrepública soviética –pobre, lejos aún de cumplir los requisitos de entrada al club europeo– a occidente, y que preocupa en Moscú.

Los rusos piensan que cuando el tratado entre en vigor (lo que está previsto que suceda en 2014) haya un aluvión de solicitudes de pasaportes  moldavos por parte de los ciudadanos transnistrios. Además, en reacción a este histórico acuerdo que extiende cada vez más la zona de influencia europea, el Gobierno de Tiraspol ha decretado unilateralmente nuevas delimitaciones fronterizas con el estado vecino y hermano.

Quizá pronto, los medios de comunicación occidentales empiecen a incluir en su agenda Transnistria.

 

PARA SABER MÁS:

Si tenéis curiosidad y queréis saber más de Transnistria, os dejo varios enlaces y una recomendación de lectura. Lo primero es este informado y ameno artículo de mi amigo Diego González en su estupendo blog Fronteras. Por otro lado, el libro Una educación siberiana (Salamandra, 2009). Una novela de tintes autobiográficos que relata la severa vida cotidiana en Transnistria de un joven descendiente de una familia de urcas, comunidad de bandidos, díscola y violenta, que Stalin acabó deportando de Siberia a esta región entonces llamada Besarabia. Por supuesto, también están los enlaces que salpican el texto, aunque estos conducen a artículos más académicos que aquí ya he ido tratando de simplificar y resumir.