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El mapa de los prejuicios europeos: de los vagos del vino a los trabajadores de la birra

Defiendo los prejuicios hasta donde creo que es razonable –éticamente– defenderlos: como un modo de aproximación al otro, como una toma de contacto primigenia o como simple conocimiento fragmentado. Los prejuicios solo dejan de ser algo bueno cuando quien los invoca se considera libre de ellos: puro.

Debemos aceptar nuestras limitaciones y pensar que nuestras formas de conocimiento no son siempre tan ideales como creemos. Lo malo del prejuicio es quedarse en él, no ir más allá, pero como origen de nuestras incertidumbres o curiosidades humanas, demasiado humanas, tiene cierta validez empírica… aunque sea solo usándolo desde la ironía.

atlas de los prejuiciosLos europeos, a pesar de que ya no nos odiemos ni matemos, seguimos teniendo prejuicios. Era así antes del Romanticismo y lo fue todavía más luego, cuando las divisiones nacionales y el  presunto volkgeist particular de cada uno, lo vino a enturbiar todo. Creo, además, que los europeos no nos hemos desprendido del todo de aquellos antiguos prejuicios. Hemos aprendido a convivir con ellos, a relativizarlos, a domesticarlos –el proceso de civilización, que diría Norbert Elias– de manera inteligente y sensata.

Pero los prejuicios (nacionales, se entiende) son la salsa de las relaciones internacionales. Y aunque unida, Europa sigue presentando divisiones extraordinariamente fuertes que, correctamente analizadas, ofrecen pistas sobre qué políticas, qué costumbres o qué leyes funcionan mejor en según qué territorios. No hace mucho oí a alguien mencionar, a propósito de la PAC, la brecha entre los países del aceite y de la mantequilla. Una de las divisiones europeas culturalmente más profundas… y sabrosas. Aunque hay más.

Existe un fenomenal y heterogéneo atlas de los prejuicios. En el caso de Europa, los estereotipos son tan variados que resultaría complicado resumirlos en un solo post. Hace poco, a través de Twitter, supe de la existencia de un mapa (el de la imagen) que reúne algunos de estas divisiones, hasta veinte, que van desde la Europa del vino y la cerveza, la Europa que come sentada y la que lo hace de pie, la que necesita un fontanero y la que no o la muy subjetiva Europa laboriosa en contraposición a la vaga.

Los prejuicios no tienen por qué, indefectiblemente, conducir a coleccionar odios y fobias como hacía Ferdinand Céline, odiador profesional, en sus ratos libres. Como en el caso del mapa que adjunto, son una aproximación a cierta realidad que quizá, sin caer en demasiados determinismos (aunque yo adoro cierto determinismo bien entendido), es más real de lo que a veces nos pensamos.