David Cameron roza la mayoría absoluta. Lo logre o no, es un grandísimo resultado. Gobernará, y con una holgada mayoría. El Partido Conservador británico no solo ha derrotado a los laboristas de Ed Miliband, quien ya está haciendo las maletas, sino también a las encuestas previas y al estado general de la opinión pública… continental.
El triunfo de Cameron es un dolor de cabeza para Bruselas. Las primeras reacciones entre los parlamentarios europeos, recogidas por Politico, expresan sorpresa y resignación. Sorpresa por unos resultados que pocos esperaban y resignación porque el temido Brexit está hoy mucho más cerca que ayer. Quedan dos años para el prometido referéndum, y nos vamos a hartar de debatir.
Escribía el a menudo perspicaz Timothy Garton Ash antes de las elecciones que estos comicios iban a ser profundamente europeos. Europeos, decía, por el escenario de pactos y alianzas que se proyectaba en el horizonte. El resultado ha borrado de un plumazo la posibilidad de asistir a ese juego de alianzas, pero no el carácter europeo de los comicios, aunque en un sentido perverso.
El nacionalismo —a pesar de la derrota del derechista y eurófobo Nigel Farage (UKIP)— ha ganado la partida en las islas, lo mismo que está haciendo en gran parte del continente. El egoísmo, en gran medida injusto, que se atribuye a los políticos y al electorado británicos no es muy diferente, en esencia, del que se acumula y difunde por Europa (Francia, Grecia, Hungría…). No hay excepción británica aquí.
El habitual ensimismamiento de Bruselas ante los hechos sobrevenidos no augura una respuesta contundente a la altura del reto. Quizá la velocidad, en un asunto tan complejo y con tantas aristas como las relaciones entre Reino Unido y la UE, no sea buena consejera, pero Europa necesita más que nunca moverse y disipar las dudas sobre el proyecto. El Día de Europa no ha empezado demasiado bien para casi nadie a este lado del canal.