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Lou Reed, Václav Havel y la caída del comunismo en los países del Este de Europa

Primero murió el político, en 2011; dos años después lo ha hecho el músico. Entre el dramaturgo disidente de los regímenes del Este y el sultán de la vanguardia cultural neoyorkina hubo una anécdota que merece ser salvada del olvido.

En 1990, Václav Havel  viajó a EE UU. Acaba de ser elegido presidente de Checoslovaquia. El mundo entero estaba pendiente de él y de este pequeño país europeo que dejaba atrás el comunismo de forma incruenta tras décadas de cárceles y exilios. Allí, en el corazón del imperio, se reunió con mucha gente importante, entre ellos el idolatrado Lou Reed. Al parecer, y como recoge el libro Enclycopedia of the Cold War, Havel le soltó al músico: «¿Sabes que soy presidente gracias a ti?».

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La feliz conversación tiene una intrahistoria que desconocía (la descubrí gracias a un reciente artículo publicado en Slate). Havel había bajado a mediados de la década de los sesenta del siglo XX a EE UU. De allí se trajo una grabación de la Velvet Underground —hay dudas si fue o no el White Light/White Heat— que pronto se convirtió en una seña de identidad entre el círculo de los jóvenes (y no tan jóvenes, ahí estaba el venerado filósofo Jan Patocka, hasta que lo mataron) disidentes.

El fervor iniciático con el que se escucha la música de la Velvet —impía más por venir del lado occidental que por sus letras, bastante ininteligibles— llegó a oídos de los jerarcas de la dictadura prosoviética, y algunos de los músicos checos que versionaban sus canciones en conciertos clandestinos fueron detenidos y torturados por el siempre eficiente aparato represor del comunismo.

La oposición interna se organizó. Poco después vendría el manifiesto ‘Carta 77’, la (verdadera) primavera y, tras todo eso, los duros años de cárcel para los defensores del poder de los sin poder, entre ellos el propio Havel, un referente ético e intelectual que pasó varios años entre rejas escribiendo cartas a Olga y sin llegar siquiera a imaginarse que algún día sería presidente.

Que la música es un vehículo que canaliza el descontento social es solo una verdad a medias. No siempre se ha cumplido esta premisa. En el siglo XX la música sirvió tanto para movilizar a las minorías como para desmovilizar a las masas. En Checoslovaquia ocurrió lo primero, y el rock gozó de un maridaje fructífero con la política de base (todo lo que os he contado me recuerda el argumento de aquella obra de Tom Stoppard que recrea el efervescente mundillo cultural de los disidentes checos). Una simbiosis que fue menos habitual de lo que se cree a este lado del telón de acero. Porque aquí, como leí en algún sitio que ahora no recuerdo, la música protestaba por nosotros.