Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Ada Colau, Antonio Negri y Borja-Villel debaten sobre la Europa post-troika

Lo han bautizado, veo que no fui nada original en su día, como El Nuevo Rapto de Europa. Y consiste en una actividad entre lo político y lo artístico que se celebra en Madrid este jueves, viernes y sábado. El lugar: el edificio Nouvel del Museo Reina Sofía. El contenido: conferencias, talleres y debates en torno «al fin» del modelo europeo nacido tras la II Guerra Mundial y la reciente imposición de «una lógica financiera» que ha llevado al continente a su actual «precariedad existencial».

'Un rapto de Europa' atribuido a Alejandro de la Cruz. (Europeana).

‘Un rapto de Europa’ atribuido a Alejandro de la Cruz. (Europeana).

Tres jornadas abiertas a la participación de todo aquel que quiera, tanto física como virtualmente, exponer sus ideas sobre el futuro de Europa. La cita se organiza alrededor de mesas redondas en las que participarán, entre otros, el filósofo italiano Antonio Negri, la portavoz de la PAH Ada Colau y el director del propio museo Manuel Borja-Villel. Se hablará de deuda, de la troika, de guerra, de revoluciones democráticas, de la importancia de la sociedad civil o de cómo acabar con la austeridad a diferentes niveles, no solo el económico.

Este mismo jueves por la tarde es la presentación, y aquí podéis informaros del resto de las actividades y ponentes de estos días. Lamentablemente, yo no podré ir más que las actividades programadas el sábado, pero como se ha habilitado un streaming, tampoco tengo excusa para no hablaros en próximos post de todo lo que haya dado de sí, que espero que sea bastante (he asistido ya a muchas reuniones y debates sobre el-futuro-de-Europa y esta parece que, al menos por el lenguaje y la perspectiva con el que se plantea, será uno de los más originales).

NOTA: Las jornadas las organiza la Fundación de Los Comunes, con el apoyo de la Red Europea de Museos. La entrada es gratuita hasta completar el aforo. El edificio es el Nouvel, del Reina Sofía y el auditorio donde tendrá lugar, el 400.

 

 

2 comentarios

  1. «El concepto de «ciudadanía» no ha sido históricamente emancipador. En las democracias griega y romana la ciudadanía se otorgaba como un privilegio.

    El ciudadanismo se concreta en un conjunto de movimientos de reforma ética del capitalismo, que aspiran a aliviar sus efectos mediante una agudización de los valores democráticos abstractos y un aumento en las competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algún modo que la explotación, la exclusión y el abuso no son factores estructurantes, sino meros accidentes o contingencias de un sistema de dominación al que se cree posible mejorar moralmente (Manuel Delgado, en la acampada del 15 M de Barcelona)

    El término «ciudadano» es un término interclasista, un término que reproduce una de las grandes fantasías de la sociedad capitalista: la igualdad formal como camuflaje de una desigualdad esencial. Rajoy, Botín y el indigente de mi barrio sólo tienen una cosa en común, aparte de pertenecer a la especie denominada homo sapiens: los tres son «ciudadanos».

    Los filósofos Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero han expuesto en sus obras, con bastante razón a mi parecer, que nuestra revolución debe aspirar a crear una sociedad de ciudadanos dotados de independencia civil real, lo cual sólo puede lograrse colectivizando los medios de producción. Pero también han dejado meridianamente clara otra cosa: bajo el capitalismo, la ciudadanía es una farsa porque no se cumple ese requisito.

    Por tanto, bajo una sociedad capitalista hay dos clases de ciudadanos: los empresarios (la clase dominante) y los que, por no tener medios de producción, nos vemos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Los primeros no deben tener sitio en nuestra asamblea porque, de hecho, si nuestra asamblea tiene algo de emancipador, su tarea esencial será luchar contra la dominación que dichos ciudadanos empresarios ejercen.

    Es cuestión de clase

    Y es que el análisis de clase de la sociedad no es un antojo purista. Es sencillamente la única forma de entender algo de lo que sucede a nuestro alrededor. El lenguaje nunca es neutral, sino que nos ayuda a configurar el reflejo de nuestra realidad circundante y, por lo tanto, a transformarla mediante consignas y tácticas adecuadas. Por eso no rechazamos la categoría de la «ciudadanía» por empecinamiento. Más bien observamos un empecinamiento de los ciudadanistas por meternos esta palabra hasta en la sopa.

    Diferentes encuestas corroboran algo: el término «ciudadano» es, principalmente, un término propio de ambientes universitarios, refinados y cultos. La gente normal de los barrios suele emplear la categoría de «pueblo» y, también con relativa frecuencia, habla de «los trabajadores». Rara vez se refieren a sí mismos como «ciudadanos». ¿Y por qué empeorar la situación? Es positivo que así sea, ya que la palabra «pueblo», aun sin ser tan precisa como la noción de «clase trabajadora», ha tenido siempre a lo largo de la historia connotaciones jerárquicas muy claras, haciendo referencia siempre a los de abajo. Rajoy o Botín no son parte del pueblo, aunque sí son ciudadanos, ya que la ciudadanía es más que nada una noción administrativa, legalista… y poco respetuosa con los inmigrantes sin papeles, por cierto.

    Pero, como ya nos conocemos de sobra, me adelantaré a lo que contestarán los «ciudadanistas». «Es que no se puede ser tan radical, así irá más gente a las manifestaciones», etc. Desgraciadamente, esta insensatez ha salido incluso de la boca de miembros del Frente Cívico creado por Anguita. Me sentiría mejor, con todo, si alguien me explicara qué fundamento empírico tiene tal presuposición.
    La verdad es que una idea así sólo la puede albergar alguien que, por no salir nunca del reducido ambiente de la pequeña burguesía radicalizada en el que se mueve, cree que la palabra «pueblo» causa rechazo en la gente mientras que la categoría «ciudadana» le gusta.

    Como siempre, la ignorancia es demasiado atrevida. La categoría de «ciudadanía» puede encontrarse fácilmente en autores tan «modernos» como Platón y Aristóteles. Es decir, que ya se usaba en el siglo IV a. C. En cambio, categorías como «clase obrera» tienen menos de dos siglos de antigüedad. Por lo tanto, alguien que habla de ciudadanía está 23 siglos más anticuado que alguien que habla de clase obrera.

    Supongamos que planteamos prohibir los desahucios, cosa con la que yo naturalmente estaría de acuerdo. Si bajo el capitalismo se hiciera tal cosa, ¿qué propietario iba a alquilar una casa, sabiendo que los inquilinos no tienen la obligación de pagar? La única solución sería la expropiación forzosa. Si insistimos en la propiedad es porque es la clave, no por sectarismo. Sectaria es la obsesión por parte de los ciudadanistas de que no se toque la propiedad.

    En última instancia, el ciudadanista niega la existencia de ideologías (algunas de las cuales, aun siendo justas, pueden estar dominadas y minorizadas) e intenta convencernos de que es la ciudadanía en sí misma, con su derecho formal a la participación, la que nos hace ser libres. Nosotros, que no somos eclécticos ni queremos serlo, defendemos la liberación no sólo formal, sino esencial, de una parte de la población que se encuentra oprimida y cuya explotación es perfectamente legal. Por lo tanto, aspiramos a que las ideas que defienden dicha liberación se extiendan y ganen hegemonía hasta condicionar el discurso político de toda la sociedad.

    En realidad, el concepto de «ciudadanía» no ha sido históricamente emancipador. En las democracias griega y romana la ciudadanía se otorgaba como un privilegio y para contar con mas reclutas para los ejercitos y conquistar nuevos territorios.

    Hoy día, el concepto de «ciudadano» funciona porque está limpio de resonancias hacia la desigualdad de clase que padecemos. Por eso, a fin de desactivar el conflicto, las instancias oficiales emplean este término. El ciudadanismo es, pues, la ideología que el poder establecido usa para mantener el orden público, para intentar que nos «autocontrolemos» nosotros mismos, que seamos nuestra propia policía interior. Pero salvo el poder, todo es ilusión.

    La «cosa ciudadana» no puede aportarle nada a los explotados en su lucha por la libertad, salvo confundir aún más los actores políticos, los aliados y los objetivos. Máxime si su propósito es conformar una «candidatura electoral ciudadana» de programa ambiguo, confuso y que deja totalmente intacta la estructura del poder económico. Porque, parafraseando a Guevara, no se puede confiar en el ciudadanismo, pero ni tantito así, nada».

    Estractos del artículo 16/3/2013
    de Manuel Navarrete
    lahaine.org

    28 febrero 2014 | 04:08

  2. Dice ser Pelus

    Interesante actividad para un fin de semana de carnaval. Más mascaradas. Aunque con el tiempo de perros que se supone va a hacer, es un buen plan para estar bajo techo y escuchando cosas que quizás sean interesantes.

    28 febrero 2014 | 15:46

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