Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de octubre, 2013

Encuentros sin (casi ningún) desencuentro en #Parlamentar 2013: el error de no sentar a un euroescéptico a la mesa

Lo extraño hubiera sido que no estuviéramos de acuerdo en todo. Imaginad la situación: un puñado de europeístas convencidos es invitado por la más europeísta de las instituciones (el PE) para debatir sobre el presente del continente en el más europeo de los entornos cercanos a Madrid: la coqueta localidad de La Granja, un Marina D’or apacible e ilustrado.

El europarlamentario popular Pablo Zalba interviene en una de las mesas redondas del encuentro.

El europarlamentario popular Pablo Zalba interviene en una de las mesas redondas del encuentro.

En el horizonte cercano planean las elecciones más democráticas (y esperemos que politizadas) de la historia de la UE. En el ambiente pululan las incertidumbres: la desafección ciudadana, los populismos, la brecha informativa, el desconocimiento del funcionamiento de las instituciones, la ausencia de una masa crítica de votantes… y la presencia de una masa resignada de no votantes (uno de los hallazgos verbales de las jornadas).

De todo lo anterior hablamos duante horas y horas en #Parlamentar2013. El resultado del encuentro fue esperanzador: un debate razonablemente crítico, estupendos análisis sobre el estado de la cuestión y lecciones útiles y pedagógicas sobre comunicación política y nuevas tecnologías. Todo casi perfecto, salvo por un obstáculo quizá insalvable: la endogamia. Todos los allí presentes –periodistas, investigadores, políticos, funcionarios de la UE– éramos y somos firmes creyentes en la cosa europea. Es más: no nos avergonzamos de serlo. Todavía peor: solemos hacer apología de ello a la más mínima oportunidad.

No obstante, fuera de este reducido círculo de convencidos, la realidad es bien distinta. Apenas un mes de blog me ha bastado para darme cuenta: el concepto ‘Europa’ se ha moralizado. No politizado, no: moralizado. El hechizo europeo se ha roto a un nivel que los representantes institucionales del Parlamento Europeo, con toda su buena voluntad y tesón, no alcanzan a comprender. Aquella «solidaridad moral» a la que aspiraba Salvador de Madariaga ha derivado en un burdo e incisivo moralismo.

Lo de menos es que los ciudadanos desconozcan el número de europarlamentarios o asimilen los lugares comunes (cementerio de elefantes, gastos superfluos) con candor acrítico. La cuestión es que muchos de ellos –incluso los más preparados, los jóvenes con estudios, que disfrutaron su Erasmus y siguen con pasión la Champions League– no quieren saber nada de Europa. Su enmienda es a la totalidad. Rechazan un debate racional y moderado porque para ellos no hay nada que debatir.

El Parlamento Europeo confía en nosotros –yo soy un advenedizo y tengo poco que decir, pero los hay que saben muchísimo más: @jjmorante, @PacoLuisGRX, @sllaudes, @josepiquerm, @didacgp y el resto de la feliz tropa– para difundir la palabra. Para convencer a nuestro entorno cercano (y también al mediático) de que las elecciones de 2014 marcarán un punto de inflexión, que sin Europa no avanzamos, que sin ella seríamos mucho más débiles…

Me parece bien. Es un reto ilusionante. Seguro que todos haremos lo posible por cumplir, sin ser la voz de nuestro amo y por amor a Europa. ¿Pero qué pasa con las tinieblas exteriores? ¿Quién se atreve a penetrar en ellas? Deberíamos, a lo Berlanga, sentar a un euroescéptico a la mesa… y ver qué pasa.

PD: Os lanzo la pregunta, seáis o no europeístas. De tener la oportunidad de hablar con representantes, especialistas o funcionarios europeos sobre Europa, ¿qué preguntas os gustaría hacerles? ¿Qué cuestiones consideráis más urgentes en Europa? ¿De qué temas apenas se habla en la UE y sería necesario debatir?

Robert Kaplan y la venganza de la geografía: cómo Europa volverá a girar hacia el Sur

El último libro traducido al español de Robert D. Kaplan, La venganza de la geografía (RBA, 2013), es una propuesta radical y heterodoxa en el campo de las relaciones internacionales y la geopolítica. Kaplan —aventurero, politólogo hobbesiano, halcón del conservadurismo y visionario pragmático del mundo en descomposición— se atreve con una vindicación del determinismo geográfico y el reduccionismo, términos ambos que se han moralizado sombríamente en el ambiente académico de los últimos años; conceptos incómodos, tan anatemizados por las ciencias sociales como defendidos por los científicos naturales (véasen las tesis reduccionistas de El sueño de una teoría final del físico Steven Weinberg).

Robert D. Kaplan (The Atlantic)

Robert D. Kaplan (The Atlantic)

La ideas de Kaplan sobre cómo la geografía influye en la deriva de los estados no son nuevas en su pensamiento político y pueden ser rastreadas en libros anteriores. En La anarquía que viene, por ejemplo, se refiere a los mapas como las «barreras conceptuales que nos impiden comprender el resquebrajamiento político que está teniendo lugar en todo el mundo». Tampoco es nueva su forma de argumentar, reactualizando continuamente los clásicos del pensamiento político de la antigüedad —de Tito Livio a Maquiavelo— como las guías más fiables para analizar el presente.

Pero a lo que iba. Kaplan, que conoce Europa como la palma de su mano, recuerda que antes que «fenómeno cultural», este continente es «una intrincada sucesión de montañas, valles y penínsulas».  ¿Cómo interpretar esta definición? Kaplan recurre a las fuerzas de la Historia: la crisis de deuda y las presiones sobre el euro no son manifestaciones de problemas de naturaleza coyuntural y exclusivamente económica, sino que hunden sus raíces «en una inmutable estructura geográfica».

Europa volverá a mirar hacia el Sur

Europa, como se la imagina Kaplan, es algo así como un preso sometido a la vieja tortura de estirarle cada uno de sus miembros hasta el límite físico. El viejo continente es un juego de fuerzas entre el Norte y el Sur, el Este y el Oeste, El Noroeste y el Centro, el Centro y la Periferia. Kaplan, citando a Tony Judt, recuerda que no es casual que los centros de poder político de la UE estén geográficamente situados en lo que era el Imperio de Carlomagno. Así como tampoco es casual el recobrado poder de Alemania, que va mucho más allá de lo financiero.

Mapa de Europa (OpenStreetMaps/Flickr)

Mapa de Europa (OpenStreetMaps/Flickr)

El autor de Fantasmas balcánicos pronostica, además, una traslación hacia el Sur. Europa, asegura, «está a punto de moverse de nuevo hacia las regiones meridionales». El Mediterráneo, que con el llamado ‘giro atlántico’ (algún día os hablaré de él) pasó a ser frontera y división, una barrera natural al aislamiento y desarrollo del continente, volverá de nuevo a primer plano.

La UE seguirá creciendo hasta hacerse un «proyecto difícil de manejar» y el antiguo Mare Nostrum se transformará otra vez en un «conector». La frontera sur de Europa no será ya más el Mediterráneo, sino el desierto del Sahara… una tendencia fácilmente rastreable ya, empezando en la Unión por el Mediterráneo y acabando en los discursos integradores de sus élites políticas.

¿Determinista? No es la primera vez que el realismo desagradable de Kaplan da en el clavo.

Enrique Barón: «Decir que esta es la peor crisis de Europa es una falta de respeto»

Con la construcción europea y la Transición española cuestionadas, se podría esperar (incluso comprender) un gesto torcido de Enrique Barón (Madrid, 1944). No lo tiene. Este socialista lo fue casi todo cuando todo estaba por hacer, y ahora que lo hecho parece desmoronarse, utiliza su verbo pedagógico y su cultura política para justificar —con una sonrisa aniñada y envolvente— que la Historia tiene sus propia lógica.

Enrique Barón, en el despacho de su casa de Madrid. N. S.

Enrique Barón, en el despacho de su casa de Madrid. N. S.

La edad y el retiro otorgan un aspecto profesoral a quien fue, eminentemente, un hombre de acción. Una mutación engañosa, aunque quizá justa en un políglota con una formación académica inaudita en su generación. Barón, que en menos dos décadas pasó de la oposión franquista al Gobierno de Felipe González y de ahí a presidir el Parlamento Europeo, se ve a sí mismo como un «heterodoxo fiel», un europeísta de lo concreto con un panteón donde conviven Primo Levi y el Acta Única, Jean Monnet y el Tratado de Roma.

Hace muy poco que Barón publicó sus memorias, tituladas —de la única manera posible— Más Europa, ¡unida! (RBA, 2013). Se trata de un libro minucioso en lo técnico y lo fáctico, sin las inoportunas concesiones a las confidencias chismosas ni a la nostalgia individual (tampoco a la peor nostalgia de todas: la generacional). Barón parece lo que es: un servidor razonable de la idea de Europa; ayer en Bruselas, hoy —ya fuera de foco— donde le reclamen.

Me recibió el viernes pasado en su casa de Madrid, en un pequeño despacho, en el cuidado desorden de quien no quiere que le toquen jamás sus cosas: ni libros ni maletines ni fetiches. Por doquier, los cuadros de su mujer, Sofía Gandarias, que son de una belleza imponente. Y, por encima de todo, su biblioteca: Jan Patocka, Zweig, Stendhal… Fisgando con la mirada, discretamente, me vino a la memoria la de aquel profesor socialista de Las invasiones Bárbaras, Rémy. Otros tiempos.

Pregunta: ¿Necesitan las nuevas generaciones definir su propio pasado respecto a Europa? ¿Urge encontrar un relato diferente del pasado que esté realmente vinculado a las vivencias y aspiraciones de los jóvenes y que otorgue una nueva legitimidad simbólica a un continente unido?

Respuesta: Cada generación necesita construir su propio relato, y también tener su propia comprensión de la historia. Como decía Goethe, cada generación debe merecer lo que ha heredado, la parte buena, pero también saber lo de la mala. Por ejemplo, las próximas elecciones europeas de 2014 se celebrarán en el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Hay que mirar hacia el futuro, pero hay que saber cómo fue el pasado y cómo lo hemos cambiado.

P: ¿Cuáles son las raíces históricas, si realmente se pueden llegar a aislar, de la actual desafección ciudadana hacia Europa? La quiebra del consenso europeísta… ¿tiene que ver más con la coyuntura económica desfavorable o bien con razones más profundas relacionadas con el agotamiento, incluso a nivel de las mentalidades colectivas, del pacto fundacional de la Unión Europea?

R: Europa es la casa en la que vivimos, pero está a medio construir. Es el primer proyecto de democracia supranacional en la historia. Hemos pasado de 12 socios a 28, y hay lista de espera. Hemos conseguido ciudadanía y moneda. Pero aún tenemos que rematar la unión económica y política. Por eso tiene sentido aún hablar de proyecto. En España, la incorporación Europa está muy ligada a nuestra Transición. Igual que en Alemania e Italia, que consolidaron sus democracias, en su momento, mediados se siglo pasado, alrededor de Europa. En estos momentos de duda y crisis hay reacciones pasivas y populistas antieuropeas, cierto. Pero hay que tener en cuenta un dato. El eurobarómetro de este año muestra que la confianza en la UE ha bajado, pero la confianza en nuestro Gobierno y nuestro parlamento ha bajado todavía más. Estamos en crisis con nosotros mismos.  En cualquier caso, la opinión mayoritaria sigue siendo que para salir de la situación en la que estamos hay que contar principalmente con Europa.

P: ¿Cuál es el problema con las élites europeas? ¿El estancamiento actual de Europa se debe de algún modo al fracaso manifiesto de dichas élites que históricamente han conducido y condicionado el proceso de integración?

R: Todos los llamados ‘padres fundadores’ tenían una característica común: habían compartido lo que se denomina la guerra civil europea (las dos guerras mundiales) y haberlas sufrido, incluso desde bandos enfrentados. El caso más paradigmático es el de Robert Schuman. Ministros de Asuntos exteriores de Francia en los años 50, pero antes soldado alemán en la Primera Guerra Mundial. Ellos, estos ‘padres fundadores’, trataron de enmendar la historia superando el marco del Estado nación y sobre todo el nacionalismo excluyente. ¿Los que están hoy en el Gobierno están a la altura de los que les precedieron? Yo no digo que aquellos fueran mejores o peores, pero sí se puede decir que estuvieron a la altura de las circunstancias. Hoy, en cambio, creo que la reacción ante la crisis no ha tenido en cuenta el espíritu europeo. En los últimos tiempos se ha hecho todo con cuarto de hora de retraso.

P: Usted, en sus memorias, cita a Tony Judt a propósito de la socialdemocracia. Judt fue un excelente historiador europeo, pero también un intelectual muy crítico con cómo Europa había construido su memoria del pasado, la brecha Este y Oeste y algunos puntos de la integración europea. En un ensayito de 1995, Judt hace un alegato a favor de la relegitimación del Estado nación al tiempo que alerta de que la Unión Europea no puede ya prometer de forma realista a sus miembros un futuro tan seguro y tan próspero como su pasado, que es una ilusión engañosa e insensata. ¿Está de acuerdo?

R: Judt era un militante socialdemócrata, es cierto. Yo, cuando hablo de los desafíos de Europa, siempre sitúo a Europa en el contexto mundial. Es algo que no se suele hacer. Parece que vivimos en una burbuja, y eso no debería ser así. Somos solo el 7% de la población mundial. Los europeos tenemos que saber que vivimos en un mundo diferente y más competitivo. Tenemos el 50% del gasto social y somos todavía la primera potencia comercial del mundo. Si queremos seguir diciendo a nuestros hijos que podrán disfrutar de este modelo, debemos darnos cuenta que el mundo es diferente. Hace unos meses, un grupo de dirigentes de la China comunista me dijeron: “¿ustedes los europeos tienen un estado del bienestar demasiado desarrollado?”. Nuestra respuesta a esa pregunta tendría que ser una exhortación a que copien nuestro modelo. Lo que planteaba Judt es cierto, nuestro desafío se sitúa fuera, en lo que hoy sería el contexto del G-20, eso hay que tenerlo presente. No podemos conformarnos con un punto de vista ombliguista y esperar a que otros nos arreglen los problemas. Los rasgos de civilización europea son estos, tenemos que ser conscientes de ellos y defenderlos.

P: En el campo de las relaciones internacionales, ¿cómo valora el giro asiático de EE UU –encarnado, entre otros, por el nuevo secretario de Defensa, Chuch Hagel– y cómo puede afectar a las relaciones con la vieja Europa? ¿Ha perdido Europa, precisamente en uno de sus momentos más críticos en 60 años, el apoyo de la administración estadounidense?

R: En primer lugar, en términos económicos y comerciales, incluso de visión del mundo y de seguridad y defensa, la relación bilateral entre EE UU y la UE sigue siendo la más importante. El eje transatlántico es crucial. ¿Qué los estados unidos han quitado presencia militar en Europa? Hombre, pues menos mal… Eso significa que Europa ha dejado de ser el mayor frente de posible guerra convencional y nuclear. Cuando cayó el Muro de Berlín, la mayor concentración de tropas estaba en suelo alemán. Hace un mes salió el último tranque americano de este país. Europa, es verdad, ha redescubierto Asia hace poco tiempo, y lo ha hecho más tarde que EE UU. Pero no creo que EE UU nos vuelva la espalda.

P: ¿Cómo califica usted los años de presidencia del Parlamento Europeo de Martin Schulz? ¿Le ve como un futuro líder de la cosa europea?

R: Yo he trabajado mucho con Martin Schulz, fue mi sucesor en la presidencia del grupo socialista. Tengo amistad y estima por él. Es un tipo que choca un poco con la imagen estereotipada que tenemos del alemán. Es muy vehemente y muy luchador. Está haciendo una buena presidencia del PE. Él ha dicho que le encantaría ir a por la presidencia de la Comisión. Yo solo puedo decir que, si hubiera estado en su situación, habría hecho lo mismo.

P: Yo estaba en la universidad cuando se discutía sobre la Constitución europea. Recuerdo que se organizó una semana de debates. Dos profesores, uno a favor y otro en contra, moderaron las discusiones. Fue el aula magna de la Facultad de Historia de la UCM, y no fuimos más de 10 alumnos durante los días que duró. ¿Qué fallaba en aquel texto? ¿Tarde o temprano habrá que elaborar y someter a referéndum algo parecido? ?Es necesaria la simplificación?

R: Sí, yo creo que hay que ir a un proceso de simplificación, por una razón evidente: hemos ido entrelazando un espíritu común a base de ir fraguando el cemento y poniendo encofrados. La Constitución europea eran dos cosas: principios, valores y objetivos, los tres primeros artículos, y la carta de derechos fundamentales. Todo eso eran noventa y tantos artículos. El resto de artículos, que se incorporaron en una noche, lo formaban los tratados vigentes, que es lo que deformó la Constitución hasta más de artículos. Esto dificultó mucho la comprensión del texto y fue el germen de su fracaso. Luego, además, está el tema de los referéndums. El ‘no’ francés fue muy desgraciado. Por dos motivos, por el resultado en sí y porque se produjo en Francia, un país con una relación compleja con Europa, mitad basada en el europeísmo y mitad repleta de chovinismo. A mí me tocó recuperar los restos de la Constitución en el Tratado de Lisboa. Estamos pagando todavía las consecuencias de aquel fracaso, porque se perdió un impulso unitario que podría habernos evitado muchos de los malentendidos posteriores. El problema  de la ruptura de la confianza entre nosotros es fundamental y viene de allí.

P: Es partidario del adelgazamiento político del funcionamiento de la UE. Que Europa adopte una estructura bicameral clara, con el PE como poder legislativo, el Consejo como segunda cámara y la Comisión como órgano ejecutivo. Hay ciudadanos, en España y otros países, que reclaman cambios en el sistema representativo (una de las reivindicaciones del 15-M es abogar por una democracia directa). ¿No va Europa hacia algo que una buena parte de sus ciudadanos ya dan por superado?

R: Bueno, ya veremos lo que hacen entonces cuando ellos, los que protestan, lleguen al poder. Movimientos como el 15-M muestran la vitalidad de la sociedad, y yo los saludo. Dicho esto, una democracia de 47 millones de personas, como es la española, se organiza solo se puede organizar como una democracia representativa. No se puede organizar como la democracia de la Atenas del siglo V Antes de Cristo ni como los Concejos abiertos del Reino de Castilla. Pero hay una cosa que es cierta, y es que el Tratado de Lisboa contiene un punto, que también estaba en la fracasada Constitución, que es muy vital. Se trata de una afirmación de la democracia participativa, que no es una democracia directa, pero es complementaria. La democracia participativa se adapta a una realidad más viva, pero eso no significa que la naturaleza humana haya cambiado. Ese es el camino, que la democracia representativa venga ayudada de la participativa. Lo otro, la democracia directa, está bien, pero se trata de algo un poco presuntuoso.

P: Usted fue un protagonista de la Transición y también de la construcción europea. Últimamente, la primera es denostada —hay una generación de españoles que por diversos motivos ha dejado de sacralizar en muchos aspectos aquellos años— y la segunda también es criticada por no haber sabido prever mecanismo de cohesión que evitaran la actual crisis. ¿Qué hay de ventajista en estas críticas? ¿Se pudo hacer mejor? ¿Qué factores históricos lo impidieron?

R: No digo que sean críticas ventajistas, pero sí a toro pasado. Se puede valorar cuales fueron los sacrificios, pero en la Transición no hubo pacto de silencio, de la Ley de Amnistía al debate constituyente: no hubo pacto de silencio. Es verdad que en la Historia uno trabaja con los mimbres que tiene a mano y unas relaciones de fuerza y unas posibilidades concretas. En Europa pasaba algo parecido. Éramos conscientes que dábamos el paso en términos exclusivamente monetarios, y algunos así lo advertimos. La unión monetaria, si no venía acompañada de una unión económica, era peligrosa. Cuando llegara una crisis asimétrica, como la actual, lo pasaríamos mal. Y así ha sido. Pero en las épocas de vacas gordas casi nadie se preocupa de ello. Los Estados y la Historia, además, tienen su propia lógica.

P: En sus memorias se define como un «heterodoxo leal». Tal y como están conformados ahora los partidos, su nivel de burocratización, es posible que alguien con sus características ascienda hoy en política?

R: Si no hay un cierto grado de heterodoxia y capacidad de crítica, mal veo las cosas. Uno de nuestros problemas, en la sociedad de hoy, es cuestión de los partidos, que son en definitiva los pararrayos de la situación política y económica. El grado de anquilosamiento y de artrosis que se está produciendo en los partidos es muy grave. Hay que abrir las ventanas. Para empezar, con primarias. Y hay que evitar que esto sea una casta que se defiende a sí misma.

P: Hace poco, durante la presentación de la campaña informativa de cara a las Europeas de 2014, usted intervino en un acto en la sede del PE en Madrid. Allí dijo algo que pocos políticos, incluso pocos periodistas, dicen «esta no es la peor crisis que ha vivido Europa».

R: Cierto. Cuando uno ve o recuerda lo que era Berlín en el año 1945 o Madrid en 1939, decir que esta de ahora es la crisis mayor que ha vivido Europa es desmesurado y una falta de respeto. No se puede decir que la actual que es la crisis más grave. Además, y después de todo, como dijo Jean Monnet, Europa se hará a través de crisis.