Estoy dramatizando Estoy dramatizando

"... no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas". (Pedro Calderón de la Barca, 'La vida es sueño')

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Clichés así, sí

4estrellasSmiley, una historia de amor

Hablaba hace unos días con R. de cómo a veces se exige más a quien más vale o a quien más da. Cuando eres el criticado, claro, esto te parece muy injusto, y maldita la gracia, pero cuando eres el crítico, no siempre puedes evitar juzgar con ese doble rasero…

Curiosamente, Smiley, el montaje que más he disfrutado en lo que va de temporada, es también al que menos me ha costado sacarle los defectos. A saber:

Ramón Pujol en 'Smiley'

Ramón Pujol es Álex en ‘Smiley’.

– El texto, de Guillem Clua, recurre a infinidad de clichés: están el vasco, el argentino, el gay con pluma, el gay musculado y, en general, muchos de los estereotipos que se atribuyen a la comunidad homosexual masculina o, como lo llama L., al ‘gremio’.

– Un comienzo inverosímil, en el que se supone que uno de los protagonistas consigue dejar un mensaje de varios minutos en un contestador automático. Además, cuenta cosas que el supuesto receptor del mensaje ya sabe.

– Un final bastante previsible.

– Que Ramón Pujol parece incómodo en el monólogo inicial. Que Aitor Merino está titubeante en su papel principal.

– Una iluminación errada. No sabría precisar si por una cuestión de planteamiento o por un fallo técnico puntual.

Sin embargo, decía, es con diferencia el montaje que más he disfrutado en lo que va de temporada.

Aitor Merino en 'Smiley'

Aitor Merino es Bruno en ‘Smiley’.

– Porque el texto refleja todos esos clichés con una frescura y naturalidad maravillosas, y sin tapujos. Porque los pasajes discursivos están bien planteados e hilados. Porque trata una cuestión universal, aplicable, como aquí, a una pareja formada por dos hombres o a cualquier otra. Porque hacer hermoso lo sencillo es delicioso y tiene mucho mérito.

– Porque Pujol se suelta enseguida, gana en verosimilitud y marca muy bien los momentos cómicos del texto. Porque Merino se desdobla con soltura en varios personajes y los resuelve sin problema.

– Porque la dirección, también de Guillem Clua, es ágil.

– Porque reírse, qué narices, sienta fenomenal.

Y si se reserva con antelación, se pueden conseguir entradas a partir de 10 euros. No se la pierdan.

Título original: Smiley. Una història d’amor.

Autor y director: Guillem Clua.

Reparto: Ramón Pujol y Aitor Merino.

Escenografía: Guillermo García-Hoz.

Iluminación: Daniel Navarro.

Sonido: Andrés Belmonte.

Producción ejecutiva: Nicolás Belmonte.

Sala: Teatro Lara (sala off), Madrid.

Una bloguera contra un Nobel

3estrellasEl largo viaje del día hacia la noche

En la producción de El largo viaje del día hacia la noche que se representa estos días en el Teatro Marquina encontrarán un clásico… El clásico montaje de un texto al que no le ha sentado bien el paso del tiempo pero que salva el trabajo de un actor. De dos, en este caso.

No va esta humilde bloguera a intentar defenestrar a un Nobel de Literatura, Eugene O’Neill (Nueva York, 1888 – Boston, 1953), y menos aún atreverse a desmerecer el título por el que recibió, póstumo, su tercer Pulitzer y que se considera su obra maestra. Reconozco la solidez de sus personajes, la brillantez de su estructura, lo apropiado de sus referencias culturales, la magia de sus imágenes… Me gusta en particular cómo el verdadero drama detrás de los Tyrone es el hecho de que se consideran culpables de sus desgracias los unos a los otros.

El largo viaje del día hacia la noche

Una escena de ‘El largo viaje del día…’.

Pero también me parece que, a pesar de su juventud —70 años en la historia de la literatura no son nada—, El largo viaje… se ha quedado desfasado. Tal vez porque trata un conflicto muy específico de una clase social, un lugar y una época, por una parte; y, por otra, porque esa acumulación de tragedias, ese ir descubriendo fatalidades al lector o espectador una tras otra, hoy en día le resta credibilidad. En mi función, de hecho, algunas de las escenas de mayor tensión, algunos de los pasajes de mayor carga dramática, algunas de las acusaciones más duras que vierte un personaje sobre otro obtuvieron risas como respuesta por parte de varios espectadores. En efecto, pienso que, a pesar de la afinada versión de Borja Ortiz de Gondra, este desfase puede explicar que parte del segundo y, sobre todo, del cuarto acto se hagan largos.

Y, con todo, si este El largo viaje… vale la pena —en mi opinión, la vale—, es gracias a Mario Gas y Vicky Peña. Él da vida a James Tyrone con una naturalidad tal que resulta odioso. Me imagino a otros actores viéndolo y preguntándose por qué lo hace parecer tan fácil. Ella, que no deja de ir a más durante la representación, borda a Mary. Creí que no se podría superar como la señora Lovett en Sweeney Todd o como María Moliner en El diccionario y, sin embargo, me fascinó aquí con esa falsa serenidad, con esas miradas perdidas, con esas cadencias de voz que sabe manejar a la perfección. Definitivamente, Peña sostiene la función, y da tanta fuerza a la sentencia final de Mary Tyrone que casi hace olvidar lo tedioso que ha podido resultar el texto.

Debo aplaudir igualmente la iluminación de Gómez-Cornejo, así como el vestuario —fetén— y la escenografía, de Elisa Sanz… salvo por las proyecciones. No pude dejar de recordar las de El crítico, en la que Sanz también trabajaba con Juan José Afonso en la dirección. Si aquellas me desagradaron, estas más. ¡Qué manera de echar a perder con un soporte tan obvio la magia de los juegos de luces y sombras que ellos mismos crean con los tejidos! (Sí, detesto las proyecciones cuando considero que no vienen al caso. Les tengo auténtica manía. Soy consciente.)

Total: vayan por ver a Gas y Peña; descártenla si coetáneos como Arthur Miller o Tennessee Williams no son de su agrado. Creo que este O’Neill ha envejecido peor.

– Título original: Long Day’s Journey into Night.

Autor: Eugene O’Neill.

Versión: Borja Ortiz de Gondra.

Dirección: Juan José Afonso.

Elenco: Mario Gas, Vicky Peña, Alberto Iglesias, Juan Díaz, Mamen Camacho.

Escenografía y vestuario: Elisa Sanz.

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo Sánchez (A. A. I.).

Producción: Iraya Producciones.

Sala: Teatro Marquina, Madrid.

¡Al rico estreno teatral!

Septiembre supone para los teatrófilos el comienzo de una nueva temporada escénica, y siempre viene acompañado de un buen número de estrenos. Este año, servidora ya ha echado el ojo a unos cuantos de la cartelera madrileña que no tiene intención de perderse. He aquí los tres primeros:

Jugadores

Una escena de ‘Jugadores’. (©FotoMarieta)

Jugadores
Estreno: está en cartel desde el 27 de agosto.
Sala: Teatros del Canal (sala Verde).
¿Qué me atrae de ella? Su género: comedia negra. Su argumento: cuatro hombres próximos a los 60 se embarcan “en un juego mucho más peligroso” cuando aparentemente juegan una simple partida de cartas. Y, por supuesto, su reparto de primera: Luis Bermejo, Jesús Castejón, Ginés García Millán y Miguel Rellán.
¿Algo más?: Firma el texto y dirige Pau Miró (Barcelona, 1974), autor también de Llueve en Barcelona o Sonrisa de elefante. La obra se estrenó (con otro elenco) en el Teatre de Salt de Girona en 2011 y en 2012 se programó en el barcelonés Teatre Lliure. Ya ha sido adaptada al italiano, para el Piccolo Teatro di Milano, donde obtuvo un Premio Ubu.

Smiley. Una historia de amor
Estreno: 5 de septiembre.
Sala: Teatro Lara (sala Off).
¿Qué me atrae de ella? La fenomenal acogida que le dispensaron crítica y público en Barcelona, donde se estrenó en noviembre de 2012.
¿Algo más? Esta comedia romántica gira en torno a dos enamorados, Álex y Bruno, que forman una pareja a pesar de lo poco que tienen en común. Guillem Clua (Barcelona, 1973), autor del texto, conocido también por La piel en llamas, ejerce asimismo de director. En Madrid la protagonizarán Ramón Pujol y Aitor Merino.

El largo viaje del día hacia la noche

Mario Gas y Vicky Peña. (Iraya Prod.)

El largo viaje del día hacia la noche
Estreno: 4 de septiembre.
Sala: Teatro Marquina.
¿Qué me atrae de ella? El texto: obra maestra del premio Nobel de Literatura Eugene O’Neill (Nueva York, 1888 – Boston, 1953), fue reconocido con un Pulitzer en 1957; es un drama familiar que transcurre un día de agosto en el Connecticut de 1912 y que tiene al actor de teatro James Tyrone como personaje principal. Y, de nuevo, el elenco: con Mario Gas y Vicky Peña, entre otros.
¿Algo más?: Completan el reparto Alberto Iglesias, Juan Díaz y Mamen Camacho. Dirige Juan José Afonso. Ralph Richardson protagonizó la versión cinematográfica de Sidney Lumet (1962), en la que Katherine Hepburn interpretaba a su esposa.

 

Estas, como decía, son solo las primeras. En cuestión de un par de semanas llegarán Petit Pierre, con Adriana Ozores y Jaume Policarpo, al Teatro de la Abadía; la versión teatral de El hijo de la novia, con Juanjo Artero, Álvaro de Luna y Tina Sáinz, al Bellas Artes; la tragicomedia de Vargas Llosa El loco de los balcones, protagonizada por José Sacristán, al Teatro Español…

Si no la pudisteis ver el año pasado en las Naves del Matadero, por cierto, no dejéis pasar Feelgood, una genial comedia política de Alistair Beaton con Fran Perea y Manuela Velasco, muy bien adaptada y que se representa hasta el próximo día 28 en el Infanta Isabel. (En la web que enlazo encontraréis el calendario completo de gira.)

Pronto os cuento qué musicales tengo apuntados ya en mi agenda…

Nunca es tarde…

4estrellasQfwfq. Una historia del universo

Ah, qué sabia la sabiduría popular cuando asegura que nunca es tarde si la dicha teatrera es buena. Especialmente si el destino (quien dice el destino dice un gabinete de prensa) te la hace llegar cuando a Madrid empiezan a sobrarle grados y asfalto y la falta de frescura empieza a contagiarse a su cartelera escénica.

Pues, bien, la dicha en cuestión lleva por título Qfwfq (léase Cufubufucu) y tiene por creadores a Teatro Meridional, que la representaron por primera vez en 1999. No se asusten: no es más ni menos que una adaptación de Las cosmicómicas de Italo Calvino, a las que Julio Salvatierra ha incorporado una abuela que habla en argentino, la idea de cantar los paratextos que anteceden a cada uno de los cuentos que la componen y otras magníficas aportaciones.

Qfwfq

Chani Martín, Marina Seresesky, Elvira Cuadrupani y Alvaro Lavín en ‘Qfwfq’. (Teatro Meridional)

Afirman sus creadores que no se trata de “teatro del absurdo” ni de “ciencia-teatro-ficción”, sino de humor. Bueno, sin duda tiene mucho de humor, de ese humor elegante que más que carcajadas suscita risas y sonrisas permanentes, y mucho de lírica. Pero como narra las vivencias de una familia que existe desde que se originó el universo, condicionadas por su formación y evolución de acuerdo con distintas teorías científicas, también, claro, mucho de ciencia-teatro-ficción y de genial humor absurdo. Para muestra, un fragmento del cuento inspirado en la teoría de Edwin Hubble según la cual la materia del universo estuvo concentrada en un solo punto:

Había también la mujer de la limpieza —»adscrita a la manutención» la llamaban—, una sola para todo el universo, dado lo reducido del ambiente. A decir verdad, no tenía nada que hacer en todo el día, ni siquiera quitar el polvo —dentro de un punto no puede entrar ni un granito de polvo— y se desahogaba en continuos chismes y lamentos.

El texto sostiene perfectamente una función en la que apenas se emplea utilería y cuenta en esta versión con unas proyecciones estupendas, que apoyan la representación sin interferir en ella.

El texto y cuatro magníficos actores: Álvaro Lavín (también dirige), que, por ejemplo, cuando se refiere con todo el convencimiento y la seriedad del mundo al amor polimorfo (o poliformo o poliforme o polifórmico… tengo memoria de pez) parece un personaje sacado de Amanece, que no es poco (entiéndase como un piropazo); Marina Seresesky, que borda a la abuela terca a la que le ha dado por hablar en argentino; Chani Martín, tan fino como sus compañeros en el que tal vez sea el papel más sereno, el del padre; y Elvira Cuadrupani, de una expresividad maravillosa (aunque un poquito chillona).

Para pequeñas delicias como esta nunca es tarde.

– Guión y adaptación: Julio Salvatierra, basado en Las cosmicómicas de Italo Calvino.

– Dirección: Álvaro Lavín.

– Reparto: Álvaro Lavín, Marina Seresesky, Chani Martín, Elvira Cuadrupani.

– Diseño y realización videográfica: Roi Fernández.

– Diseño y realización de escenografía: Teatro Meridional, Rocío Barreto.

– Producción: Teatro Meridional.

– Sala: Cuarta Pared, Madrid.

La reconciliación

4estrellasMisántropo

De un tiempo a esta parte, no eres nadie en el círculo teatrófilo madrileño si no has visto lo último de Miguel del Arco. Concreto: desde el éxito de La función por hacer en el vestíbulo del Teatro Lara a finales de 2009, que su nombre figure en el cartel de una producción significa, como mínimo, que se va a hablar mucho de ella.

Hago un repaso somero de su trabajo en estos cuatro años y medio por si quedase algún despistado. A la versión libre de Seis personajes en busca de autor con Kamikaze, la productora que comparte con Aitor Tejada y en la que trabajan con un elenco –digamos– fijo de actores, la siguieron El proyecto Youkali, una bonita y entretenida pieza sobre la inmigración que Del Arco escribió y dirigió para la Comisión Española de Ayuda al Refugiado y que vendría muy a cuento rescatar (¿algún productor en la sala?), y la alabada La violación de Lucrecia, en la que dirige a la gran Núria Espert y que, por cierto, vuelve a reponerse (creo que digo bien, que se repone por segunda vez) estos días en el Teatro de la Abadía. En 2011 repitió con los Kamikaze en la adaptación de Veraneantes (a partir de la obra de Maxim Gorki), casi tan aplaudida como La función por hacer –aunque para servidora, a esta le sobraban minutos–, y volvió a ganarse las loas de crítica y público dirigiendo a Carmen Machi en Juicio a una zorra. En 2012 dirigió maravillosamente De ratones y hombres y firmó una versión de El inspector de Gógol trasladada con demasiada obviedad a nuestros días –los críticos no compartieron mi opinión, pues el montaje fue bastante celebrado– para censurar la corrupción . Y, ya el año pasado, nos descubrió su prometedora faceta de autor con Deseo.

Misántropo

Israel Elejalde y Bárbara Lennie en ‘Misántropo’, de Miguel del Arco. (Foto: Eduardo Moreno)

Así que cada vez que el director de moda estrena –decía–, vamos todos como pollos sin cabeza hasta que podemos opinar sobre ello. Y como lo de no poder comentar servidora no lo lleva bien, ha sucumbido a Misántropo.

Ahora, lo que tiene dejarlo para ‘tarde’ (están en el Español desde el 23 de abril y el montaje se estrenó el pasado octubre, en Avilés) es que a estas alturas se ha dicho prácticamente todo. Han sido aclamadas, muy merecidamente, hasta la saciedad la dirección –podemos discutir algunos planteamientos, pero ¡qué dirección de actores!– y la versión (libre) del texto de Molière. Una versión magnífica, tan magnífica como la de La función por hacer, que trae la obra a la época contemporánea sin caer en lo fácil.

Pero para mí este ha sido sobre todo el montaje de reconciliación con Bárbara Lennie. (Si se le puede llamar reconciliación cuando la otra parte ni siquiera sabe que existe un conflicto y cuando a la otra parte, de saberlo, le importaría un pepino.) El caso es que andaba preocupada (servidora, Lennie en este caso es a la que le importa un pepino, no se me pierdan). Un poco a lo Glinda de Wicked en Popular, rollo «my tender heart tends to start to bleed», sí, pero preocupada al fin y al cabo. Porque todos pusieron sus ojos en ella (Lennie) en La función por hacer, la subieron a los altares con Veraneantes, en la que tenía más protagonismo, y aplaudieron con las orejas cuando con fue nominada al Goya a Mejor Actriz Revelación por Obaba… Y una que no acababa de pillarle el punto y que reivindicaba (sigo haciéndolo) a Manuela Paso.

Pues, bien, en Misántropo, y aunque al principio me pareció ver a la misma Lennie de las obras anteriores, por fin la entendí a ella y a los que la elogian. Por fin me la he creído. Me ha ganado definitivamente para su causa con el papel de la cínica Celimena –un personaje, de nuevo toca alabar a Del Arco, sublime–, con sus flirteos insinuados, con los desdenes de quien mira por encima del hombro, con su actitud entre indignada y de cordero degollado cuando se siente descubierta.

… Lo cual no quita que, en una función en la que el actor peor parado no baja del 8, Misántropo sea el montaje de Israel Elejalde. Está impecable y, sobre todo, sabe reservar la tensión para cuando de verdad tiene que estallar. En una función en la que el actor peor parado no baja del 8, insisto, Elejalde se come el escenario.

Total, que si quieren ser alguien en los círculos teatrófilos… o si simplemente les gusta el buen teatro, déjense caer por Misántropo.

Versión y dirección: Miguel del Arco.

Reparto: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Bárbara Lennie, José Luis Martínez, Miriam Montilla, Manuela Paso.

Escenografía: Eduardo Moreno.

Iluminación: Juanjo Llorens.

Producción: Kamikaze, en coproducción con Teatro Español y Teatro Calderón.

Sala: Teatro Español (sala principal), Madrid.

Una secuela ‘spin-off’ condicional, y olé

2estrellasAdela

Vale, sí, me lo he inventado. No existe la expresión «secuela spin off condicional»; pero no daba con otra mejor para definir Adela. Al fin y al cabo, la producción de Barluk Teatro es una secuela de La casa de Bernarda Alba porque resulta de ella, un spin-off porque está protagonizada por dos de sus personajes –la hija menor de Bernarda y Pepe el Romano– y condicional porque narra lo que habría sucedido de no haberse quitado la vida ella y de haber huido ambos o, según explican los directores en el programa de mano, «los fugaces pensamientos que Adela pudo tener antes de morir». Y en este planteamiento, en su originalidad, radica gran parte del valor de la función.

En la originalidad del planteamiento, de hecho, y en algunos conceptos de carácter estético –estoy pensando en las tijeras, en la soga, en el suelo que sirve para esconder cosas, o en el tejido blanco que se convierte en vestido, ramo y velo cuando Adela sueña su boda, en la escena más hermosa y lograda–. Casan perfectamente con la simbología de la obra de Lorca y vienen a completar «la poética del texto» (cito de nuevo a los directores).

Adela

Víctor Algra y Lucía Astigarraga en ‘Adela’. (Barluk Teatro)

En efecto, hay cierta poética en la dramaturgia, que, sin embargo, no la salva. Porque por momentos la narración parece no tener un norte. Demasiadas veces entra en un bucle en el que el relato se alterna con disquisiciones filosóficas sobre el papel de la mujer y la pasividad de la sociedad no tan inapropiadas por su contenido como por su forma. En realidad, se puede expresar lo mismo con los simples hechos; el espectador es lo suficientemente inteligente como para llegar a esas conclusiones sin que le digan explícitamente lo que tiene que pensar, y le resulta mucho más estimulante. En un sentido similar, sobran las presentaciones de la historia que hacen Pepe y Adela y con las que comienza la obra: seguramente gran parte del público ya conoce Bernarda Alba, y aunque no sea así, hay suficientes referencias más adelante –muy bien traídas, por cierto– para que se ubique.

Con todo, la pareja de actores, Lucía Astigarraga y Víctor Algra, sale airosa del trance de dar forma a este texto un tanto inconsistente. Sobre todo ella, con una magnífica dicción –que a veces se presupone, y no debería– y una magnífica expresión corporal (empeines de bailarina incluidos). Pecan en algunas escenas de exceso de intensidad, eso sí; demasiados decibelios durante demasiados minutos; los gritos pierden su fuerza cuando se sucede media docena de ellos; pero, claro, aquí la responsabilidad es compartida con la dirección…

Decía que la originalidad y la estética suponen los principales valores de este Adela, y no solo. Casi más encomiable es el simple hecho de que cuatro jóvenes exalumnos de la RESAD se atrevan a emprender un proyecto teatral y lo saquen adelante. Y olé.

– Dramaturgia: Rosel Murillo Lechuga.

– Dirección: Antonio Domínguez, Rosel Murillo Lechuga.

– Reparto: Lucía Astigarraga, Víctor Algra.

– Realización de escenografía: Andrés Murillo, M. Ángel Potenciano.

– Realización de vestuario: Azucena Calzada.

– Producción: Barluk Teatro.

– Sala: Teatro Fernán Gómez (sala dos), Madrid.

Las cabezas

4estrellasEl nombre

Lo malo de las cabezas (las pensantes) es que van por libre. Lo malo, con alguna excepción.

Eduardo Mendoza lo clavó en El misterio de la cripta embrujada: «El subconsciente, además de desvirtuar nuestra infancia, tergiversar nuestros afectos, recordarnos lo que ansiamos olvidar, revelarnos nuestra abyecta condición y destrozarnos, en suma, la vida, cuando se le antoja y a modo de compensación, hace las veces de despertador».

Pero la mente, aparte de la de alarma horaria, tiene otra función especialmente útil: aquella por la que asocia ideas nuevas a otras ya almacenadas, que, si te pilla despierto, te permite darte cuenta de que se parecen.

La última de mi subconsciente a este respecto me pilló despierta, porque estaba disfrutando con El nombre en particular y porque no tengo por costumbre dormirme en los teatros en general. Y gracias a eso les puedo contar que la pieza de Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière tiene bastante en común con Un dios salvaje, de Yasmina Reza, y con ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee.

El nombre

Antonio Molero, Jorge Bosch, Kira Miró, Amparo Larrañaga y César Camino en una imagen promocional de ‘El nombre’. (Sergio Parra)

Lo más evidente, se desarrolla como ambas en un único ambiente, que es la sala de estar de la vivienda de una pareja. En los tres casos las parejas tienen invitados y en los tres casos la reunión hace aflorar conflictos personales y de personalidades. Además, las tres obras han sido llevadas al cine; en el caso de El nombre, lo hicieron sus propios autores en 2012.

Como la de Reza, esta transcurre en clave de comedia. Una de sus virtudes es que mantiene el interés a lo largo de toda la función y que la carga cómica no decae. Otra, que pasa con mucha naturalidad de un asunto a otro, a pesar de que no son pocos los que se tratan y de que salpican a los cinco personajes. Tampoco el texto resulta evidente ni predecible, y Jordi Galcerán ha sabido sacarle el máximo partido con su versión, trasladando todas las referencias necesarias. Flojea, eso sí, en el recurso fácil al narrador (aquí, uno de los protagonistas, Vicente) para plantear la trama y, sobre todo, para resolverla.

Creo que no lo mejoran los vídeos que se proyectan para ilustrar lo que Vicente va relatando, aunque debo admitir que tengo una especial manía al uso de audiovisuales en teatro… salvo cuando se integran en la función. Tampoco me convenció la escenografía, demasiado recargada; entiendo que pueda estarlo en tanto en cuanto se trata el salón de un matrimonio de clase media con hijos pequeños, pero llega a agobiar, hay momentos en los que incluso dificulta el seguir a los personajes. Y creo que peca, igual que la iluminación, de obvia.

La producción, sin duda, se sustenta, además de en el texto, en el reparto. Están maravillosamente creíbles Amparo Larrañaga, Antonio Molero, César Camino, Jorge Bosch y Kira Miró, los cinco actores que lo componen y hay que apuntarle un nuevo tanto a Gabriel Olivares, que en los últimos años ha demostrado tener un don para dirigir comedia.

Autores: Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière.

Versión: Jordi Galcerán.

Dirección: Gabriel Olivares.

Reparto: Amparo Larrañaga, Antonio Molero, César Camino, Jorge Bosch, Kira Miró.

Escenografía: Joan Sabaté.

Iluminación: Txema Orriols y Daniel Navarro.

Producción: Carlos Larrañaga Franco, Nicolás Belmonte, Alicia Álvarez, Marisa Pino.

Sala: Teatro Maravillas, Madrid.

De qué va la historia

La nieta del dictador

3estrellasPocas veces lo consigo, pero me encanta ir al teatro sin saber nada (o apenas nada) de la obra que voy a ver.

Este no ha sido el caso: elegí La nieta del dictador porque en su día, en 2010, me pareció muy interesante otra pieza de David Desola (Barcelona, 1971), La charca inútil, que se representó en la sala pequeña del Español. Ya la tenía fichada, de hecho, cuando, hace unos meses, se llevó a escena en Kubik Fabrik, pero no pude acercarme. Total, que cuando este viernes llegué a El Sol de York sabía de qué iba la historia. O eso creía.

Por algún motivo, asumí que el texto mostraría el punto de vista de la familiar de un autócrata que, consciente de las decisiones y actos de él, lo defiende porque la ciega el afecto. Sin embargo, Desola nos presenta a una mujer que desconoce las atrocidades que cometió su abuelo.

Confieso que de entrada me sentí decepcionada. «¿Cómo pretende este hombre que me trague que una señora ha vivido ajena a la realidad durante 40 años?», pensé. Pero a medida que se desarrollaba la función, no me quedó otra que retractarme. Porque todo en esta historia encuentra una explicación: la ingenuidad de la protagonista, su uso del lenguaje, sus sentimientos…

Al sugestivo punto de partida -cómo verán sus allegados a los malvados, cómo justificarán sus acciones-, se suma, pues, un sólido argumento. Aunque si he de decantarme por un aspecto del texto, lo haré por su simbología: el mal olor que inunda la habitación en que se consume el déspota, los bigotes que permiten a la protagonista distinguir dictadores, las muñecas que le regalaba el padre de su madre… y, sobre todo, las novelas del sheriff Neighbour.

Luego, me maravilló la dirección, de Roberto Cerdá. Debe de ser impecable para que no se aprecie ni un segundo de vacío o extrañeza en una función en cuyo escenario hay poco más que una ventana y una silla y en la que prácticamente solo interviene un actor. Digo «prácticamente solo» sin ánimo de minusvalorar el buen -y me consta que nada sencillo- trabajo de Ramón Pons como el anciano dictador. Sin embargo, claro, el peso de la obra recae en Lidia Otón. Cuánto choca -¿es intencionado?- su imponente físico en el papel de una inocente «princesita» , pero ella, correctísima, logra que el espectador lo olvide.

Suficientes virtudes en texto, dirección e intérpretes, en definitiva, para configurar una pequeña pieza encantadora que bien merece 10 o 12 euros y 70 minutos de su tiempo.

– Autor: David Desola.
– Dirección: Roberto Cerdá.
– Reparto: Lidia Otón, Ramón Pons.
– Escenografía: Susana de Uña.
– Iluminación: Roberto Cerdá.
– Vestuario: Alberto Valcárcel.
– Producción: 181 Grados.
– Sala: El Sol de York, Madrid.

La nieta del dictador

Lidia Otón y Ramón Pons en ‘La nieta del dictador’.

Quédense con el nombre

La punta del iceberg

3estrellas

Cuando creo que un montaje no funciona en el plano interpretativo, busco motivos por los que atribuírselo a la dirección, al reparto o a ambos. En este caso… no sé.

Algo tendrá que ver Sergi Belbel con ciertas pequeñas incoherencias –un cigarro que se ilumina antes de ser encendido, el bolso vacío de una alta ejecutiva– y con la demasiado pausada dicción de Nieve de Medina, con el excesivo atropello de Luis Moreno o con algunas reacciones tardías. Pero Pau Durá está muy fino en el papel de un sindicalista, sobre todo porque le confiere un halo de seductor sin recurrir a lo evidente; y Eleazar Ortiz clava al directivo que vive por y para el trabajo…

Tampoco se le puede negar a Belbel el mérito de haber ‘descubierto’ al dramaturgo Antonio Tabares –importante: quédense con el nombre–.

En la línea de El método Grönholm, de Jordi Galcerán, o de Contractions, de Mike Bartlett, La punta del iceberg se basa en un hecho real: los suicidios de empleados de France Telecom en 2009 y 2010. A partir de ahí, trata las tensiones que surgen en el espacio en que confluyen el ámbito personal y laboral de los humanos. Sin ánimo de adoctrinar, con personajes bien dibujados que sintetizan los distintos tipos de trabajador. Y con un ritmo magnífico, «con unos diálogos que fluyen con una naturalidad exquisita», escribe Belbel, que ha leído toda la obra de Tabares. Yo por ahora conozco solo esta, pero, sí, sus diálogos son maravillosamente naturales.

¿Vale la pena? Rotundamente, sí. Es fresca, actual, fácil (en el buen sentido), aunque da sobre qué pensar, mantiene la tensión… Y la escenografía la firma Max Glaenzel, genial, como siempre.

 

– Autor: Antonio Tabares.
Dirección: Sergi Belbel.
Reparto: Nieve de Medina, Eleazar Ortiz, Montse Díez, Luis Moreno, Pau Durà, Chema de Miguel.
Escenografía: Max Glaenzel.
Iluminación: Kiko Planas (AAI).
Espacio sonoro: Javier Almela.
Producción: Teatro de la Abadía.
Sala: Teatro de la Abadía (sala San Juan de la Cruz), Madrid.

Atmósferas

El policía de las ratas

3estrellas

Los montajes de Àlex Rigola siempre me han llamado la atención por su estética. He podido ver media docena de producciones con su sello, y todas me han dejado una marcada impresión o huella en la memoria en forma de imagen. Me fascina la manera en que dibuja escenarios contundentes, cómo usa los colores, las texturas y la iluminación.

Esa fuerza estética cobra más importancia si cabe en una pieza como El policía de las ratas, en la que crear una atmósfera es fundamental. Aquí la ha logrado con el blanco y el negro, rotos solos por el rojo de la sangre. Tan sencillo como efectivo y hermoso.

El policía de las ratas, un relato de Roberto Bolaño, engancha como thriller: el protagonista, Pepe el Tira, al fin y al cabo, va detrás de un asesino en serie. Luego, la trascendencia se la dan una cuestión formal y otra de fondo. En la formal, la fortísima carga poética del relato, a pesar de su estructura narrativa –valgan como muestra dos citas del primer párrafo, “Luego viene el otro nombre, el alias, la cola o joroba que arrastro con buen ánimo…” o “… es como mezclar arbitrariamente el cariño y el miedo, el deseo y la ofensa en el mismo saco oscuro”–. En la de fondo, las colonias de ratas como imagen de la alienada sociedad contemporánea, la figura de la rata reina como el poderoso de dudosa honorabilidad, la rata comisario jefe como el poderoso corruptible, la rata criminal que, como un humano, mata “por placer, no por hambre”, la rata policía incomprendida con alma de artista… Mucho para reflexionar.

La de Rigola es una curiosa y fiel adaptación, a medio camino entre la lectura dramatizada y la dramaturgia al uso. En palabras del propio director, se trata de “dejar fluir las palabras en boca de grandes actores. Sin prisas y con matices”. Pues, bien, y volvemos a la importancia de la atmósfera, la función la sostienen precisamente las voces de los actores. Hay pasajes en que su prosodia, junto al gotear de la sangre o a la música, recrea el sonido de las cloacas. El fuerte de Joan Carreras, en el papel protagonista, cómo transmite la melancolía del solitario. A Andreu Benito, la cadencia perfecta le permite interpretar con éxito a todos los demás personajes.

 

– Autor: Roberto Bolaño.
Adaptación y dirección: Àlex Rigola.
Reparto: Andreu Benito, Joan Carreras.
Escenografía: Max Glaenzel, Raquel Bonillo.
Vestuario: Berta Riera.
Iluminación: August Viladomat.
Producción: Teatre Lliure y Heartbreak Hotel, en colaboración con Teatro de la Abadía, Temporada Alta, La Biennale di Venezia y Trànsit Projectes.
Sala: Teatro de la Abadía (sala José Luis Alonso), Madrid.

El policía de las ratas

Joan Carreras y Andreu Benito en ‘El policía de las ratas’. (© Heartbreak Hotel)