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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Russian Red y la ética musical

Russian Red ha fichado por Sony BMG. Lo podréis leer mañana en un artículo que un servidor ha escrito para este diario. Y como no podía ser de otra manera, la noticia ha generado un debate tan viejo y gastado como la propia industria discográfica. Una animada discusión sobre si las grandes bandas independientes deben o no fichar por multinacionales aún más grandes. Ya lo sufrieron en su día Nirvana, Green Day, Bad Religion, Slayer o, en el terreno nacional, Los Planetas, Australian Blonde, Dover o Deluxe.

La duda que surge es la de siempre:  ¿Es conveniente, razonable y coherente que un artista que ha enarbolado la bandera de la independencia fihe por una multinacional? Vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador:

Al ser preguntados por tan trascendente cuestión, la gran mayoría de los grupos contestan algo similar a esto: «todo lo que sea llevar nuestra música a un mayor número de gente es positivo». Es decir, dar el salto a una major es conveniente, al menos para las aspiraciones económicas de la banda. Porque no nos engañemos: todo músico aspira a poder ganarse la vida con su arte, y todo arte nace para ser disfrutado por la gente. Cosa bien distinta es plantearse la posibilidad de sobrevivir dignamente a lomos de un sello independiente. Poderse, se puede. Por otra parte, son de sobra conocidos los problemas que Russian Red tuvo con su anterior sello, Eureka. Era cuestión de tiempo que se confirmaran los rumores.

Lo de si es razonable tiene más miga. Todo músico tiene el derecho a decidir libremente qué hacer con sus canciones. Evidentemente, sus fans tienen el mismo derecho a despotricar a nivel de barra de bar, pero eso no debería afectar a una decisión que podría ser trascendente en el desarrollo de su carrera artística. O no. Y me explico: hoy día, las multinacionales ya no son lo que eran. El viejo mito del tiránico ejecutivo que mete mano a las canciones y maneja los hilos de todo lo que sucede alrededor de un artista ha quedado obsoleto, al menos en cuanto a cierto tipo de músicos se refiere. Los grandes sellos se han dado cuenta de que es mucho más inteligente dejar libertad de maniobra a un artista que intervenir a su antojo, al menos en casos como el que nos ocupa, en los que  el músico llega a su nuevo hogar con un sonido concreto y un público consolidado. En resumidas cuentas, nadie espera que, para su nuevo álbum, Russian Red se desmarque con un disco de dance en el que enseñe muslamen a instancias de su nuevo sello. No, no caerá esa breva.

La ética, esta vez, no viene al caso. La actitud y proyección de Russian Red (telediarios, programas de televisión, revistas de moda, periódicos, premios Goya…) nunca tuvo nada de indie, entendiento como tal todo lo que se aleja de los circuitos mediáticos convencionales. Por otro lado, si estuviéramos hablando de un grupo abiertamente anticapitalista y revolucionario quizá habría razón para la crítica (y ni siquiera, pues siempre se podrá contraatacar con el difícilmente rebatible argumento de que es mejor combatir el sistema desde dentro empleando sus propias armas, como bien esgrimen Rage Against the Machine). Desde fuera, nunca me dio la sensación de que Lourdes rechazase en modo alguno la posibilidad de hacerse más grande por cualquier vía que se pusiese a tiro. Así que, guste o no, no hay incoherencia en la decisión de fichar por un sello que alberga a bandas tan poco indies como El Canto del Loco o La Oreja de Van Gogh.

El debate, en todo caso, está servido. Y aunque siempre es preferible hacerlo con una jarra de cerveza en la mano, os invito a dar vuestra opinión en los comentarios.

Bradford Cox contra Sony

Este tipo tan divertido de la foto (al que Berto Romero debería haber dedicado una entrega de aquella sección magistral llamada «Desproporción»), es Bradford Cox, líder de la banda estadounidense de indie rock Deerhunter. También nuestro protagonista de hoy. Estos días, Cox se ha visto envuelto en una polémica tan absurda como ilustrativa de los tiempos extraños que nos ha tocado vivir. Recientemente, colgó en su blog personal las maquetas de su proyecto Atlas Sound. Bajo el nombre de Bedroom Databank y a través del servidor de descarga directa Mediafire, Cox ponía al alcance de cualquier internauta cuatro volúmenes de grabaciones realizadas en la habitación de su casa. La sorpresa llegó cuando, a los pocos días, se dio cuenta de que la multinacional Sony Music había borrado dichas maquetas «por infracción del copyright». El caso llama aún más la antención si se atiende al factor de que ni Deerhunter ni Atlas Sound tienen relación alguna con la discográfica, ya que sus discos ven la luz a través de los sellos Kranky y 4AD.

«Al parecer, Sony tiene los derechos de lo que hago en mi propia habitación», escribió en su bitácora Cox, a mitad de camino entre la sorna y la indignación. Lo más curioso del delirante asunto es que la multinacional borró los volúmenes 2, 3 y 4 de las maquetas del músico, cuando el único que contaba con una versión de un artista de Sony era el primero (se trataba, en concreto, de This Wheel’s on Fire, de Bob Dylan), justo el único que permaneció online. «Hubiera entendido que me pidiesen que retirase esa versión, pero esa es justo la única que han dejado», contaba atónito el artista, que animaba a sus fans a escribir a la multinacional para mostrar su enfado.

La polémica ha terminado con un email de disculpa remitido a Cox por parte de Sony. A su vez, la multinacional ha enviado un correo a todos los fans que se habían quejado expicándoles que el borrado «había sido un error». El músico, por su parte, ha vuelto a colgar todos los archivos.

La situación vivida por Bradford Cox vuelve a poner de actualidad el debate sobre la legitimidad de determinadas empresas para inmiscuírse en los archivos que los usuarios deciden compartir libremente con el resto de internautas y la delgada frontera que separa términos como la creación, la difusión y el copyright. Pero por encima de todo, el desenlace de la polémica vuelve a poner de relevancia que a veces (y sólo a veces), la unión de muchos pequeños David armados con el poder del sentido común surte efecto, por muy poderoso que sea el Goliat de turno.