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‘Mylo Xyloto’, el gran patinazo de Coldplay

Digámoslo rápidamente y sin paños calientes: el nuevo disco de Coldplay es flojo tirando a malo. A partir de aquí, los fans más talibanes de la banda británica pueden dejar de leer para evitar que les hierva la sangre.

El caso es que ayer me acerqué a EMI a escuchar Mylo Xyloto, el quinto y esperadísimo nuevo álbum de Chris Martin y compañía. Reconozco que, a pesar de los singles previos, no sabía con qué me iba a encontrar, pues todo lo que rodea al nuevo disco de los londinenses es un misterio. Ni siquiera en la propia compañía conocen demasiados detalles de un lanzamiento que llegará a las tiendas el 25 de octubre, un día antes del concierto que abarrotará la plaza de toros de las Ventas (las entradas volaron ayer en sólo una hora). Quizá, pensé, la broma de Every teardrop is a waterfall y su homenaje kitsch a El Ritmo de la Noche fuera sólo una anécdota. Quizá la poco inspirada Paradise, con su aire recargado a mitad de camino entre lo que ahora llaman R&B (¿soy el único al que  le recuerda a Halo de Betyoncé?) y los temas a medio tiempo más olvidables de su discografía fuera sólo otro paso en falso. Quizá el tercer single, el más digno Major Minus, fuera de lo más flojo del disco.  Pero resulta que no. El disco entero (salvando la inicial Hurts Like Heaven y baladas como la que cierra el disco, Up with the Birds) es un patinazo en toda regla que evidencia la falta de ideas de un grupo que, según parece, ya no da más de sí.

Mylo Xyloto -un título que no significa nada, lo que probablemente supone el mayor arrebato de originalidad de todo el disco- suena pretendidamente comercial en el peor sentido del término. Supura sobreproducción, artificialidad y cierta autocomplacencia. Sabe un poco a plástico. Sin alma, sin canciones. Porque a pesar de que nunca fui un gran fan de Coldplay, es de justicia reconocer que a lo largo de su trayectoria han sabido facturar grandes himnos de pop para todos los públicos. Inofensivo, buenista y predecible a veces, pero indudablemente inspirado. Hoy parece no quedar ni rastro de sus mejores momentos: Charlie Brown, Up in flames, Princess of China (donde la notable colaboración de Rihanna es sintomática de por dónde van los tiros) o Don’t Let It Break Your Heart van pasando por el reproductor sin pena ni gloria, y cuando llega el final -tres interludios mediante-, la sensación de intrascendencia embarga al oyente. No hay nada más.

En una entrevista concedida recientemente al diario británico The Mirror, Chris Martin especuló con la posibilidad de que este fuera el último álbum de Coldplay ya que, según el rubio vocalista, la banda «ha dado ya todo lo que tenía». Quizá fue una broma. Quizá un arrebato de esclarecedora sinceridad. O quizá el error fue el de los muchos que pensaron, en algún momento, que podían tener algo más que ofrecer.

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