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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Adiós a Michael Davis (recordando a MC5)

Cuando fallece un artista al que admiras, como periodista experimentas una sensación agridulce y extraña: por una parte disfrutas escribiendo sobre su vida y su carrera; por otra, eres consciente de que se trata de una muy mala noticia. Cuando se juntan, como este fin de semana, dos pérdidas tan tristes como las de Enrique Sierra y la de Michael Davis de MC5, uno se enfrenta además a un pequeño dilema: sobre cuál de los dos escribir. No hay duda de que la popularidad del primero es, en nuestro país, infinitamente superior, lo que provoca que su nombre haya inundado los medios españoles durante este fin de semana. Incluso es posible que muchos lectores no conozcan a MC5. Ambas cosas me han llevado en última instancia a decantarme por ellos. Entremos en materia, pues.

Haga el lector un esfuerzo de teletransportación para situarse a sí mismo en el Detroit de octubre 1969. Concretamente, en el estadio Grande Ballroom, donde una de las más prometedoras bandas del momento está a punto de hacer su aparición. Ni siquiera tienen un disco en la calle, pero ya han sido portada de la Rolling Stone por lo incendiario y salvaje de su sonido. El momento es singular: los Beatles acaban de hacer su última y memorable actuación sobre el tejado de Apple, las protestas contra la guerra de Vietnam crecen en número y el movimiento hippie toca techo con Woodstock, al tiempo que algunos de sus sectores comienzan a radicalizar sus postulados: sólo unos pocos días antes del concierto, la Familia ideada por Charles Manson había asesinado a Sharon Tate y otras cuatro personas en Los Angeles. La contracultura florecía, afectando de manera muy especial a la creación artística, fuera cual fuera su naturaleza. Y la música, como no podía ser de otra manera, estaba allí para poner banda sonora a la historia.

MC5 era una salvaje banda de ryhtm and blues que se atrevió a llevar al límite su propuesta, anticipándose varios años a la explosión del punk en cuanto a actitud y sonido. Rob Tyner, Wayne Kramer, Fred Smith, Michael Davis y Dennis Thompson cargaron su música de contenido político -en parte, por la labor de su gurú, el poeta posteriormente encarcelado Joh Sinclair, fundador del partido marxista Panteras Blancas- y lo trasladaron de forma directa y cruda a la atónita audiencia. El resultado de aquel concierto quedó plasmado para siempre en un disco de debut, Kick Out the Jams, en cuyos surcos se percibe como en pocos la peligrosidad que debería ser inherente a toda banda de rock. El grito de guerra que dio inicio al recital, «kick out the jams, motherfuckers!» provocó un veto salvaje al grupo por parte de las autoridades: su disco no se pudo vender en las grandes superficies y su carrera quedó marcada para siempre.

Personalmente, siempre me pareció una pena que no se llegase a grabar una versión de estudio de aquel álbum. Seguramente muchas de sus redondas canciones habrían marcado más aún si cabe a varias generaciones y hubieran sonado más en muchos reproductores. Pero el hecho es que escuchar Kick out the jams sigue siendo, hoy por  hoy,  un auténtico viaje en el tiempo:

Tan solo un año después de aquello, y ya desvinculados de John Sinclair, MC5 grabaron el que para un servidor es su mejor álbum, Back in the U.S.A. Mucho más domesticados en todos los sentidos -también en su sonido, lo que les hizo perder cierta pegada- MC5 presentaban una colección de canciones sobresaliente (High School, Tonight, Call me animal, Teenage lust…) que, sin embargo, no obtuvo respuesta del público. Tampoco lo hizo el que se convirtió en su último trabajo, el igualmente influyente y algo más experimental High Times, que puso punto y final a su carrera.

Muchos años después, algunos tuvimos la suerte de disfrutar de su reunión -ya sin su vocalista, fallecido en 1994- como DKT/MC5, en la que volvieron a demostrar su buen estado de forma a pesar de los años junto a cantantes de la talla de Lisa Kekaula (Bellrays) o Handsome Dick Manitoba (The Dictators). Allí estaba también Michael Davis, que nos dejó el pasado viernes a los 68 años de edad, dejando tras de sí una corta pero espectacular carrera y unas frenéticas líneas de bajo.

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