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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Sellos legendarios: Blue Note

Vivimos días extraños. Días en los que algunos se muestran convencidos de que los sellos discográficos tradicionales se encaminan de manera directa e irreversible hacia la desaparición o, cuanto menos, hacia una reconversión progresiva hacia modelos de negocio más rentables que la edición de discos en formato físico. Podríamos debatir sobre las prácticas abusivas de algunos de ellos. Podríamos hablar del papel que han tenido las grandes multinacionales del disco en convertir la música en un producto con el que enriquecerse de manera obscena. Podríamos, pero no. Hoy no.

Porque hoy lo que toca es darles las gracias a todos. Pequeños, medianos y también grandes. Porque -y de eso no hay duda- si no fuera por la labor encomiable desempeñada desde las discográficas, la música del siglo XX no hubiera sido lo que fue. Con todo lo bueno y todo lo malo. Por eso, hoy quiero inaugurar una nueva serie dedicada a homenajear a algunos de los sellos más emblemáticos de la historia de la música. Y para empezar, no se me ocurre ninguno mejor que el hogar del jazz por excelencia: Blue Note. Bienvenidos, pues, al maravilloso universo de la nota azul.

El nacimiento de una leyenda

Paradojas de la historia: Si el pueblo alemán no hubiera caído embelesado por la retórica de Adolf Hitler, probablemente nunca hubiera existido Blue Note. El fulgurante ascenso al poder del fuhrer obligó a un incalculable número de judíos a buscar refugio en otros países. Uno de ellos fue Alfred Lion, un berlinés que había descubierto el jazz casi por casualidad cuando, en 1925, asistió a un recital de la Sam Wooding’s Orchestra en su ciudad natal. En 1929, poco antes de que los neoyorquinos comenzasen a arrojarse por las ventanas ante el panorama de haber perdido todos sus ahorros en el Crack de la bolsa, Lion llegaba puntual a su cita con el destino en la ciudad de los rascacielos.

Apoyado por dos amigos, el ferviente comunista Max Margulis (quien, paradójicamente, hizo las veces de socio capitalista) y el fotógrafo y amigo de la infancia Francis Wolff, Lion fundó en 1939 Blue Note. Su propósito era sencillo: dar salida única y exclusivamente a la música que les llegaba al alma.

Un catálogo abrumador

Durante los años 40, Blue Note fue el trampolín de algunos de los más prometedores artistas de be-bop, boogie woogie y el jazz más tradicional. Sin embargo, los años dorados comenzarían a mediados de la década de los 50. Bajo la batuta del ingeniero de sonido Rudy Van Gelder, que convertía las sesiones de grabación en auténticos rituales de luz tenue y ambiente cargado de humo y creatividad, y el inconfundible diseño de portadas de Reid Miles, Blue Note comenzó a dar salida a una amalgama de artistas inolvidables que abarcaban todos los subgéneros del jazz. Nombres para la historia. Desde John Coltrane a Chet Baker. Desde Jackie McLean a Thelonious Monk. Sonny Clark, Miles Davis, Kenny Cox, Edmond Hall…  grandes maestros de todo un género y una manera única de entender el lenguaje musical.

Blue Note, hoy
En 1987 fallecía Alfred Lion, retirado desde 1965 por problemas de corazón. Ocho años antes de su desaparición, la multinacional EMI compró Blue Note, en una maniobra que contribuyó a revitalizar al sello neoyorquino con nuevas incorporaciones, reedición de viejos discos y un renovado entusiasmo. En los últimos años, artistas jóvenes del sello como Amos Lee o Norah Jones han alcanzado grandes cotas de éxito comercial. El año pasado, con motivo de su 70 aniversario, Blue Note editó un disco especial con 36 canciones emblemáticas escogidas de entre toda su discografía. Un disco fundamental para adentrarse en la apsionante historia del sello.

Hoy, Blue Note sigue siendo considerado el sello del jazz por excelencia. Y así seguirá siendo. Al menos, el tiempo que los sellos discográficos sigan sobre la faz de la tierra.