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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Antes de que cuente diez…

… el nuevo disco de Fito triunfará otra vez.

Esa es la conclusión a la que llego después de escuchar, un par de semanas antes de que salga a la venta, el nuevo disco de Fito y Fitipaldis. Nada nuevo bajo el sol y, al mismo tiempo, igual de correcto y bien facturado que siempre.

El clásico sonido de la banda es el eje principal de un álbum del que destacan temas como Qué necesario es el rock and roll o el que da título al álbum, primer single que ya suena en las radios. Un par de temas a medio tiempo (Catorce vidas son dos gatos, Que me arrastre el viento), una versión de La Cabra Mecánica y un cierre instrumental son otros de los ingredientes de un disco cortito (diez canciones) grabado el pasado verano junto a algún que otro músico de renombre. Como sustento, las siempre personales letras de un Fito que sigue en buena forma.

La fórmula mágica de Fito Cabrales consiste en facturar rock and roll para todos los públicos. Desde la fan de Amaia Montero al ex punki descafeinado. Desde el pijo a la choni poligonera. Prácticamente cualquiera se puede sentir identificado con sus letras y atraído por su sonido y sus canciones. Y eso no está exento de mérito. Porque el hecho de que, con la música que hace, sus discos sean potencialmente vendibles para casi cualquier sector sociológico le convierte en un artista que dignifica como pocos la música que suena en las radiofórmulas de este país.

Y además, me cae de puta madre.

Fito, poca cosa

Fito Cabrales forma parte de esa amalgama de músicos que, sin gustarme demasiado, se han ganado todo mi respeto. La suya es una carrera marcada por el amor a la música y la honestidad creativa. Se lo ha currado a base de buenos discos, así que merece estar ahí arriba (lo que no quita que muchos otros que se lo curran se coman los mocos injustamente, pero eso es otro cantar).

Hace un par de días vi un concierto suyo en La 2, dentro de un espacio que últimamente se dedica a programar, a altas horas de la noche, masivas actuaciones en directo, y que la semana anterior emitió otro del malogrado Michael Jackson (qué tiempos, qué bailes). El entrañable blanquinegro ya empezaba a dar muestras de pobreza compositiva, pero su montaje pirotécnico invitaba a quedarse dormido al ritmo de sus numerosos hits.

Lo de Fito era otro cantar. Sin artificio alguno, sus Fitipaldis tienen una solvencia admirable sobre las tablas y una entrega total ante el público. Y eso se nota, se transmite, a la hora de ver a una banda en directo.

Estos días, el pequeño y carismático bilbaíno promociona su recién publicada biografía, Soy todo lo que me pasa, escrita por Mario Suárez, en la que se define a sí mismo como “poca cosa”. No lo es, pues ha conseguido reinventarse a sí mismo tras su paso por Platero y tú y llenar los estadios de este país con una propuesta musical más que digna. Y eso es mucho decir.