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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Vida de un periodista musical (I): entrevista a El Canto del Loco

La grabadora se ha atascado. Según la enciendo se apaga sola, la hija de la gran puta. Me la vendió un tipo de Valencia a través de Internet. Y no fue precisamente barata, no. Le mando un afectuoso saludo desde aquí.

Nada de eso importa ahora. Levanto la vista y tengo a los tres miembros de El Canto del Loco mirándome fijamente. En absoluto silencio. Dani Martín, David Otero y Chema Ruiz están sentados en la planta inferior de un lujoso restaurante del barrio de Salamanca, en Madrid. Y el tiempo no me sobra precisamente. Detrás de mí se irán cagando leches a una radio o una televisión. Me veo tomando nota de toda la entevista a mano, como ya me ocurrió hace años con el dúo barcelonés The Pinker Tones. Entonces se acabaron las pilas de la grabadora y tuve que tirar de boli. Pero claro, había varias diferencias con la situación actual. Aquella vez yo era un becario (a los que estas cosas se les pueden perdonar: va en sueldo), los Pinker Tones eran medio colegas y, sobre todo, la entrevista no iba a ser la portada del periódico al día siguiente.

Pienso que estoy absolutamente perdido cuando, de pronto, el dios de la tecnología decide echarme una mano (ya era hora, mamón): la grabadora se enciende milagrosamente y la entrevista arranca como si nada hubiese pasado.

El resultado lo habéis podido leer esta mañana en el diario de papel y en la web. Y yo añado un par de reflexiones off the record de las que no se reflejan en la entrevista.

– Lo dije en una ocasión: El Canto del Loco son gente bastante maja. Seguramente muchos penséis que Dani Martín es un chulo presuntuoso. Un macarra-pijo al que la vida le ha dado todo hecho. Pero lo cierto es que parece un buen tipo, alguien que dice lo que piensa pese a que suene impopular y un joven al que se la trae floja que cientos de miles de españoles lo pongan a parir, lo que tiene un indudable mérito. David, el guaperas, parece un chaval tranquilo y afable, lo mismo que Chema. Así que destapado queda el mito: ECDL no son unos gilipollas. Sólo son famosos haciendo lo que les mola. Y eso jode, es verdad.

– La entrevista tuvo un par de contradicciones evidentes. En su apasionada diatriba contra las descargas de Internet, el propio Dani se daba cuenta de que éstas también tienen cosas buenas. «En Venezuela no hemos vendido ni un disco pero vinieron a vernos 6.000 personas. Todas se habían bajado el disco de Internet». Va a ser que en todo lo malo hay algo bueno. Al final de la conversación, Chema me aseguró que ellos llevan una vida como la mía. Pero ay, amigo. Preguntados si se verían currando ocho horas en una oficina contestan que ni de coña. Claro.

– ECDL destilan una actitud un poco a la defensiva. Sabedores de que despiertan recelo, muchas de sus respuestas parecen orientadas a intentar justificar ciertas cosas. Un compañero de trabajo dice que lo peor de ECDL es que quieren tener actitud de rockeros cuando en realidad son unos moñas. Será eso.

Vamos a hablar de El Canto del Loco

Llevaba tiempo alargando la espera, tratando de evitar lo inevitable. Ya no hay excusas. Hoy es el día. Vamos a hablar de El Canto del Loco.

¿Y por qué? -preguntará alguno-. Pues porque Personas ha sido, de largo, el disco más vendido de 2008, según supimos ayer. ¿Y qué? -dirá otro- ¿Sólo por eso toca hablar de ellos? ¿No gozan ya de suficiente presencia mediática (a veces rayando los límites del derecho constitucional) como para que encima se les dedique una entrada en este blog? Pues puede ser. Todo es opinable.

El hecho es que, pese a que estamos hablando de un grupo con un poder de convocatoria casi sin precedentes en este país, el éxito de Dani Martín y los suyos es directamente proporcional a la hostilidad que despiertan. No falla. Cualquier información o entrevista con la banda madrileña como protagonista genera en esta web un entusiasta goteo de insultos y descalificaciones en forma de comentarios. Hoy (y aun a sabiendas de que me van a llover las collejas de lectores indignados), quiero romper un par de lanzas a su favor. No por nada, sino porque lo considero un ejercicio de honestidad por mi parte. Y porque todo es opinable.

– El Canto del Loco tiene canciones más que dignas. Siempre lo he pensado. Valga un ilustrativo ejemplo personal que, aunque no venga al caso, me apetece compartir: Hubo un tiempo en el que trabajaba en un minúsculo bazar de barrio, cambiando pilas de relojes y explicando el funcionamiento de los móviles a entrañables y despistadas ancianas. Los 40 Principales sonaban durante las ocho horas de jornada. Sin tregua. Por aquel tiempo, El Canto del Loco daban sus primeros pasos amparados por la todopoderosa emisora. Y creedme, entre Orejas de Van Gogh, Sueños de Morfeo, Daddys Yankies y demás basura sonora disparada a discreción, sus canciones se acababan agradeciendo. ¿Qué quiere decir eso? ¿Que en el país de los ciegos el tuerto es el rey? ¿Que la calidad del resto hace que ellos parezcan hasta buenos? Puede ser. Todo es opinable, ya se sabe.

– Dani Martín tiene talento para las melodías. Y eso tiene un mérito indudable. No se trata de componer canciones sesudas. Lo suyo es el pop rock asequible, radiable y de escucha fácil. Pero incluso para ese tipo de música también se necesita tener cierto don. Probablemente, muchos considerarán que las melodías de El Canto del Loco son ñoñas, sus letras insustanciales y el tono nasal de Dani Martín, irritante. Pero eso ya es otro tema. Y no deja de ser opinable.

– El Canto del Loco son gente maja, a pesar de ese deje ciertamente pijochulesco que arrastra su vocalista. Al menos esa es la impresión que me llevé al conocerles en su día. No es su simpatía (ni siquiera su habilidad para aparentarla, en caso de ser así) algo que interese especialmente a la hora de juzgar su música, pero la realidad es que, cuando un grupo triunfa al nivel que ellos lo han hecho, las críticas infundadas comienzan a derivar hacia el terreno de lo personal con una facilidad pasmosa. Nadie duda de que la envidia es uno de los deportes nacionales.

Y es que, al fin y al cabo, a todos nos encanta opinar. Viertan aquí su odio, pues.