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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Eh! y Pony Bravo, en el teatro Lara

Cada vez me gusta más ver conciertos en teatros. Será porque me da la sensación de que la gente guarda un respetuoso silencio que invita a concentrarse en cada detalle de la actuación. Será porque todo el público puede disfrutar de una visibilidad casi perfecta… O será porque me estoy haciendo (un poco) mayor y de vez en cuando me gusta estar apoltronado en una butaca disfrutando de un buen concierto. El hecho es que, para determinados tipos de música, me parece una opción de lo más sugerente.

Ayer me acerqué a ver el concierto de Eh! (en la foto) y Pony Bravo en el madrileño teatro Lara, y una vez más pude confirmar, punto por punto, el párrafo anterior. Cerveza en mano, vibré con dos de las propuestas más interesantes que se pueden encontrar hoy en día en la música independiente española. Dos maneras radicalmente distintas de entender la música con un punto en común: la intensidad y el gusto por los desarrollos cuidados.

Definir a los sevillanos Pony Bravo es una tarea ardua. Suenan a rock andaluz y a blues, a reggae jamaicano y a swing. A folk, a electrónica, a punk, a copla y a western. Suenan a todo y, al mismo tiempo, sólo a ellos mismos. Apoyados en una base rítmica hipnótica y en el personal timbre de una voz inquietante y profunda, han logrado construír un universo propio, surrealista y adictivo. Con razón todo el mundo habla de ellos. Ayer defendieron las canciones de su debut, «Si bajo de espaldas no me da miedo y otras historias» (descargable de manera gratuita desde su myspace) con una solvencia que casi asusta a estas alturas de carrera discográfica. «El rayo», «El piloto automático», «Trinchera», «Guarda forestal» sonaron redondas y compactas. Junto a ellas, temas nuevos que darán qué hablar («La rave de Dios» no tiene desperdicio). Y al final, el público se pone en pie y se rompe las manos a aplaudir. Bravo, Pony.

Como no tienen vídeo oficial, os dejo un playback de «El Rayo» colgado por una fan. No tiene desperdicio.

Lo de Elías Egido es para echarle de comer aparte. El catalán, residente en Madrid desde que abandonara su labor como bajista de Standstill, ha dado forma en Eh! a un proyecto instrumental en el que la experimentación, el buen gusto y la intensidad afloran a cada nota, a cada silencio, a cada instante. Rodeado de diez experimentados músicos -violín, chelo, teclado, xilófono, guitarras, batería…- desplegó sobre el escenario del Lara todo un abanico de emociones impredecibles en forma de notas que bien podrían poner magistral banda sonora a cualquier filme de suspense. Jazz, post-hardcore, electrónica… filmcore, lo llaman algunos. Por momentos, su propuesta llega a dar auténtico miedo por lo sobrecogedor de su épica y su orquestado caos. «33 de 48», uno de los discos más sobresalientes del año pasado, tendrá su continuación en una reválida que el grupo grabará este mismo verano. Y sus seguidores, que siguen creciendo de forma exponencial, nos frotamos las manos.

eh!

A estas alturas del partido no me sorprende que tan pocos medios se hagan eco de propuestas como la que hoy os traigo. Estoy más que acostumbrado a que las tendencias musicales, y especialmente en el terreno del indie nacional, sigan patrones que nunca he acertado a entender, y se dediquen a encumbrar a grupos de medio pelo que, por alguna razón, vuelven locos a inmensas cantidades de gente. El de hoy, muy probablemente, nunca lo hará. Y aunque no me sorprenda, me da un poco por el culo. Porque son discos tan llenos de buen gusto como este los que verdaderamente dignifican la música que se hace en este país.

eh!, escrito así, con minúscula y exclamación, es el arriesgado proyecto personal de Elías Egido, ex bajista de los barceloneses Standstill afincado en Madrid. Rodeado de un equipo de experimentados músicos procedentes de bandas como Tokyo Sex Destruction o Lisabö y haciéndose cargo de los bajos, contrabajos y programaciones, además de la dirección musical, Elías ha dado forma a este magno «36 de 48» (bcore). Un disco puramente instrumental, lleno de recovecos por explorar e ideal para conformar la banda sonora de una película de cine negro.

Ese gusto por las bandas sonoras, tan presente en este álbum, ha llevado a algunos a hablar de la influencia en Elías de maestros del género como Ennio Morricone o John Barry e incluso a calificar su música con el apelativo de «filmcore». También a que comparen su trabajo con la experimentación de bandas como Tortoise. En la práctica, y más allá de comparaciones, estamos ante un disco que destila libertad creativa por los cuatro costados: diez canciones que introducen al oyente en un singular e impredecible carrusel de emociones a través de estilos tan dispares como el jazz, el rock o la electrónica, y en el que sorprende el empleo de instrumentos tan poco habituales como theremin, la calimba o el serrucho con arco. Un disco envolvente y adictivo. Un disco mayúsculo. Aunque se escriba en caja baja.