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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Joyas de otro tiempo (IV): Benny Goodman

Una vez más, os invito a un largo viaje en el espacio tiempo. Sólo hace falta trasladarse 7.045 kilómetros hacia el oeste y cien años atrás en la historia para, cual Richard Alpert cualquiera, aterrizar en Chicago y asistir en vivo y en directo al nacimiento de Benny Goodman, un hombre que en cuestión de un par de décadas iba a convertirse en el gran protagonista de la era dorada del swing. Oh sí, swing. Viajemos, pues.

Hasta mediados de los años 30, el jazz, el blues y el propio swing eran cosa de negros. No había más. Los negros ya no eran esclavos, pero la gran mayoría de sus trabajos consistían en servir o entretener a los blancos. Y qué graciosos y marchosos eran, oiga. Pero una vez más, y tal y como ha ocurrido desde entonces y hasta Eminem pasando por Elvis, tuvo que aparecer un blanco en escena para demostrar que a veces (y sólo a veces) lo podemos hacer tan bien como los propios negros. Y así, ni corto ni perezoso, aquel niño judío de gafotas se puso a soplar un clarinete. ‘Pues no la hace mal el chaval’, debió pensar su padre, y le puso a tocar en la sinagoga. Hizo bien.

Benny Goodman era un genio. Poco después de empezar a tocar, con sólo 12 años, ya era la estrella de la sinagoga de su barrio. A los 14 dejó los estudios para dedicarse profesionalmente a la música, y a los 16 se unió a la banda de Ben Pollack, quien años después sería apodado «el padre del swing». Como todo aquel que combina talento, tesón y buena estrella, Goodman se abrió un hueco en el mundo de la música para alcanzar el éxito.

El swing es esa música que te hace caminar como si acabases de echar el mejor polvo de tu vida. Ese ritmo que te hace bailar aunque no quieras. Esa sensación eléctrica que recorre tu cuerpo de la cabeza a los pies, pasando por los dedos de la mano, que chasquean a ritmo de bombos, cajas y timbales vertiginosos. Pura vida. Y el bueno de Goodman (valga la redundancia bilingüe), supo entenderlo y comunicarlo como nadie. Con 25 años formó su propia orquesta, alcanzó el número 1 con el single Moon Glow y formó por la prestigiosa emisora radiofónica NBC, para cuyo programa Saturday night Let’s Dance ofrecían una hora de música en directo. Aquello sólo fue el principio de una carrera imparable en la que coqueteó con otros estilos como el bebop o el cool jazz y realizó extensas giras junto a Louis Armstrong. Su vida, y sobre todo, su éxito, se plasmaron en la película de 1955 The Benny Goodman Story, protagonizada por Steve Allen y Donna Reed.

Benny Goodman falleció en 1986, a los 77 años. Concluyó así una vida dedicada al jazz en cuerpo y alma. Miembro del jazz hall of fame desde 1957, muchos le reverencian como el mejor clarinetista de la historia. Woody Allen, fan confeso, le ha rendido homenaje en la banda sonora de muchas de sus películas, contribuyendo a recuperar unos sonidos que para muchos nunca cayeron en el olvido. Pero por encima de todo, Goodman será recordado por abrir puertas y estar por encima de cualquier tipo de prejuicios. Y es que, al final y como siempre, para tocar una música u otra no es necesario pertenecer a una raza, religión o clase social concreta. Sólo hace falta tener alma, pasión y swing.