Mañana se celebra en Madrid la final nacional de la Batalla de los Gallos. Para los que no saben de qué va el asunto, lo resumo: dos jóvenes suben a un escenario y, micro en mano, rapean por turnos rimas improvisadas ridiculizando al contrincante. Vale todo: desde criticar el aspecto físico o la forma de rimar del otro hasta acordarse de su madre, siempre con el objetivo de arrancar la mayor cantidad de aplausos, gritos y loas por parte del público asistente. La cosa no es moco de pavo. No cabe duda de que los participantes en la Batalla de Gallos hacen alarde de un ingenio y potencial creativo espectacular, pues para improvisar de esa manera hace falta una buena dosis de talento. Y aun así, a veces no deja de resultarme altamente ridículo el chulerío y la pose que en ocasiones rodean a no pocos artistas del mundo del hip hop. Hay quien defiende, incluso, que es un mal ejemplo para los chavales. Tampoco es para tanto. Al fin y al cabo todos hemos sido un poco gallitos alguna vez.