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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Bad Religion, envejecer dignamente

Ahí estaban. Más viejos , con menos pelo y más barriga, pero con el mismo espíritu de siempre. Los californianos Bad Religion firmaron el pasado viernes una más que digna actuación en la madrileña sala La Riviera ante una audiencia entregada, aunque no excesivamente numerosa en comparación con otras citas.

Un momento deja vu me invadió al mirar a mi alrededor, poco antes de que el grupo pisara las tablas. Daba la sensación de que muchos los que estábamos allí éramos los mismos que llenábamos la propia Riviera cuando, en 1996, otra de las bandas punteras del llamado punk melódico que tanto pegaba durante aquellos años, NOFX, acudía a Madrid a presentar Heavy petting zoo. El pasado viernes, nosotros también éramos los mismos, pero igualmente más viejos, con menos pelo y más barriga. Y es que ha llovido un poco desde que escuchábamos las canciones de Bad Religion en cochambrosos walkman, aquellos que reproducían una y otra vez cintas decoradas con rotuladores de colores, de esas que rebobinábamos con un boli Bic para no gastar pilas… De entonces queda una generación que ahora ronda la treintena. Porque no nos engañemos: la mayoría de adolescentes de hoy no escuchan a Bad Religion.

En el ambiente se podía palpar un deseo: que toquen los hits. Y es que a pesar de que la banda de Greg Graffin estaba de gira para presentar su más reciente trabajo, New maps of hell, hasta el último mono de la sala había acudido para escuchar los inolvidables Generator, No Control, American Jesus, Do what you want o 21st Century Digital Boy y toda esa retaíla de pildorazos de descaro adolescente que les dieron la fama como padres de un estilo. Y así fue. Hace tiempo que Bad Religion saben lo que la gente quiere cuando va a verles, así que las concesiones a los temas nuevos fueron las justas y necesarias antes de comenzar a desgranar lo mejor de su repertorio clásico. Se agradece.

Mención especial merece la entrega de la banda al completo. Siguen transmitiendo la sensación de disfrutar sobre el escenario, capitaneados por un vocalista, el biólogo y autor de algunas de las letras más incisivas del punk Greg Graffin, que no cesó de animar al público durante todo el concierto.

En fin. Una noche que no pasará a la historia de nada ni obtendrá reseñas destacadas en los medios modernillos, pero que a muchos nos hizo volver a revivir, a base de coros y riffs memorables, aquellos años dorados de hormonas disparadas. Afortunadamente, todo ello sigue vivo en las canciones de grupos como Bad Religion.