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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Last FM, la penúltima revolución

Últimamente ando enganchado a esta peculiar plataforma que en los últimos años ha revolucionado el concepto de la música online. Con unos 20 millones de usuarios, Last FM se ha convertido en la radio mus¡cal preferida por los internautas y en una auténtica revolución online.

Para quien no sepa de qué estamos hablando, Last FM es, en líneas generales, una red social en forma de radio por Internet que va delimitando nuestros gustos a medida que vamos escuchando canciones. De esta forma, podemos introducir el nombre de uno de nuestro grupos preferidos para descubrir artistas de estilos similares, entrar en contacto con gente que tenga gustos parecidos o recomendar canciones a amigos, entre otras cosas. Es gratuito, aunque existe la opción de pagar tres dólares al mes para obtener una serie de beneficios (como no tener publicidad), y se puede escuchar sin descargarse absolutamente nada, aunque es recomendable bajarse un pequeño player que ocupa pocos megas.

Los grandes conglomerados empresariales vinculados al negocio se dieron cuenta de que sale rentable permitir que la gente tenga acceso a gran cantidad de música. En mayo de 2007, el gigante mediático CBS desembolsó 280 millones de dólares para hacerse con la incipiente plataforma. El pasado mes de enero, Last FM daba un paso de gigante al firmar un acuerdo con las cuatro grandes discográficas (EMI, Sony, Universal y Warner) para ofrecer sus temas en streaming de manera gratuita. Hace pocas semanas, Portishead presentaba en exclusiva su flamante Third en la plataforma… Y lo que queda por llegar.

La cultura musical se hace extensible a cualquiera que disponga de una conexión a Internet y la suficiente inquietud como para descubrir cosas nuevas. De hecho, iniciativas como Last FM contribuyen indudablemente a que la gente escuche más música, y por lógica aplastante, compre más discos y acuda a más conciertos. Martin Stiksel, uno de los directivos de la plataforma, anunció recientemente que las ventas de música en Amazon vinculadas a la red de Last FM han aumentado un 119% desde que ambos portales unieron sus fuerzas. Los datos parecen hablar por sí solos. Pero más allá de los sustanciosos beneficios para algunos, lo que a nosotros nos importa es poder tener la posibilidad de acceder a un universo sonoro casi inabarcable.

¿Tenéis un perfil en Last FM? ¿Esucháis otras radios por Internet?

Avalancha de basura

Que el nivel de nuestra televisión roza lo infumable no es noticia. Pero lejos de valorar la supresión de El Tomate (¿qué tendrá en la cabeza esa gente que se ha manifestado a las puertas de Tele 5 pidiendo que no lo retiren?) o la última hazaña de cualquiera de los repugnantes personajes que abundan en la pequeña pantalla, me voy a centrar en esos programas que utilizan como pretexto la música en cualquiera de sus variantes para ofrecer a los telespectadores un lamentable espectáculo de ceporrismo catódico.

La última moda de nuestra televisión son los programas en los que, a modo de cásting, decenas de incautos se pasean ante un sesudo jurado que evalúa, con frecuente desprecio y prepotencia, sus variopintas habilidades sobre el escenario.

La fórmula funciona. No hay más que ver la cantidad de imitadores que tiene el formato, que hace que sea difícil no toparse con uno de ellos incluso para los que apenas vemos televisión. Primero Tele 5 estrenó Tú sí que vales y después Cuatro reclamó a bombo y platillo que su programa, Tienes talento, era la genuina copia del original británico.

Parte de la culpa del éxito la tiene Paul Potts, ese orondo y simpático galés ex vendedor de móviles que llegó al corazón de millones de ingleses con su impresionante interpretación operística.

Sus padres debían tener bastante mala baba para llamarle así teniendo ese apellido. O eso, o no sabían de la similitud del nombre con el del sanguinario dictador camboyano. El hecho es que la caja tonta tenía reservado un papel de excepción para Potts. Y es que al público le encanta la clásica historia del hombre corriente que de pronto goza de su minuto de gloria y sus años de dividendos. La fiebre por la ópera, ya en boga desde que ese esperpento de grupo llamado Il Divo reventara las listas de ventas con su mezcla de pop pasteloso y gorgoritos, ha provocado que por el plató del programa de Cuatro hayan desfilado varios aspirantes a la fama que, en un alarde de originalidad, cantan la misma canción (eso sí, con menos aptitudes).

Pero lo peor de todo no son los concursantes, cuyo único delito es al fin y al cabo intentar sacar partido a sus habilidades para olvidarse de la hipoteca. Lo peor es el jurado, esa pléyade de sabidillos que sacan a relucir toda su vena dramática para ofrecer incontestables sentencias sobre lo bueno y lo malo, lo mediocre y lo aceptable. Javier Sardá, ese gran comunicador (aunque lo que comunique sea pura bazofia) y David Summers, de los Hombres G, abandonaron el barco a las primeras de cambio en los respectivos concursos de Tele 5 y Cuatro, en una decisión que les honra. Los sustitutos han sido Los Morancos y Miki Puig. Qué nivelazo. En la línea de algunos concursantes que han dejado momentos impagables en apenas unos días:

Muchos os preguntaréis qué tiene que ver éste post con la música. Poco. Lo mismo que estos programas. Pero me da rabia que este sea el nivel medio de la oferta musical televisiva en nuestro país. Luego nos quejamos de que triunfen los Bisbales y compañía. Tenemos lo que nos merecemos.