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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

Archivo de la categoría ‘Debates’

Cantar en español, cantar en inglés

Aún no había llegado el frío, y al sol se estaba que daba gloria. Habíamos llegado al local de ensayo y nos habíamos encontrado con el otro grupo con el que compartimos el zulo. Los muy cabrones no habían avisado de que irían, pero para evitar la confrontación decidimos dejarles a lo suyo. Ya ensayaríamos por la tarde. Al fin y al cabo, compartir unas cervezas al sol también forma parte de tener un grupo.

Tan pronto cayó la primera salió un tema recurrente. «Deberías cantar en español en vez de en inglés», dijo mi bajista. El debate estaba servido. Sus argumentos eran consistentes:

– Se pueden expresar muchas más cosas en tu idioma materno que en cualquier otro.

– Uno siente mucho más la música si la canta en su propia lengua.

– Cuando se canta en inglés, quizá te entiendan un par. Si lo haces en castellano, hasta el último mono de la sala sabe de qué estás hablando.

– Hay algo de cobardía en usar el idioma de Shakespeare. Parece que todo queda bien.

A pesar de que compartía algunos de sus puntos de vista, no terminaba de verlo claro. Mis argumentos:

– No tiene nada de malo cantar en un idioma que no es el tuyo, sino hacerlo cuando no se tiene ni pajolera idea del mismo (lo que llega a ser realmente lamentable, no pondré ejemplos). Si el que canta tiene un nivel de inglés elevado, como afortunadamente es mi caso, es perfectamente viable.

– Toda la vida he escuchado mucha más música anglosajona que patria. Es así. Y se quiera o no, es una influencia impepinable.

– Del mismo modo, todas las canciones que he hecho en mi vida han sido compuestas en inglés. Cambiar ahora resultaría un poco forzado.

– No es que el inglés suene necesariamente mejor, pero sí tiene una fonética distinta que se adapta a determinados estilos de forma diferente a como lo hace el castellano.

Multitud de bandas de nuestro indie como Deluxe, Standstill, Sidonie, Manta Ray o The Baltic Sea decidieron en su día pasarse al castellano. Nunca descarté hacerlo con mi grupo, pero hoy por hoy ni siquiera me lo he planteado.

¿Vosotros qué opináis?

Los límites de la publicidad

Tantorio de la M-30. Madrid. Hace escasamente cinco minutos.

Media docena de coches fúnebres pasan por delante del recinto mortuorio. No son los típicos coches fúnebres. En el exterior llevan enormes frases que rezan cosas como «Nunca hice un trío», «Nunca salí del armario», «Nunca mandé a la mierda a mi jefe» o «Nunca me subía a un escenario». Los familiares contemplan sorprendidos la esperpéntica escena mientras un cámara corre de un lado a otro para tomar el mejor ángulo. En el maletero de los coches, la explicación a todo el entuerto: se trata de una campaña para promocionar un nuevo programa de la MTV, «Qué te gustaría hacer antes de morir», del que hoy mismo hablábamos en la edición impresa de este diario.

Lo más probable es que la cadena televisiva simplemente haya alquilado los vehículos para promocionar la serie en cuestión por toda la ciudad, y ahora tocase devolverlos al garaje. Y sin embargo, uno se pregunta si no se podían haber ahorrado de alguna manera el momento de pasar por delante de la entrada principal del tanatorio. O al menos, haber retirado la publicidad antes de hacerlo.

Yo soy un familiar y los coso a pedradas.

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Bon Jovi y el fanatismo garrulo

La libertad en Internet es maravillosa. Todo el mundo, hasta el último zoquete del globo, puede hacerse oír y conseguir que sus rebuznos tengan eco. Un servidor y este blog son buen ejemplo de ello.

Ayer leí un artículo de la edición española de Rolling Stone sobre Bon Jovi. En un tono abiertamente opinativo, el periodista Ivar Muñoz-Rojas disertaba sobre si la banda de Nueva Jersey merece el Premio Icono Global que va a recibir de manos de la todopoderosa MTV. Haciendo uso del sarcasmo, desmontaba esa iconicidad con cinco argumentos.

Hoy, tan solo un día después, asisto perplejo a la repercusión que ha tenido el reportaje de marras: Cientos de comentarios de lectores indignados que insultan al autor, grupos de Facebook creados por «Fans de Bon Jovi que odian la Rolling Stone» en los que seguidores de la banda animan a «quemar la revista» mientras otros cuelgan la foto del autor y exhortan al resto a mandarle mensajes amenazantes. Incluso foros extranjeros del grupo que  abogan por castigar de alguna manera a la edición española de la revista por publicar un artículo de esas características, ya que este tipo de publicaciones «sólo deben servir para promocionar a los artistas».

No sé si da miedo, risa o pena. Quizá un poco de cada.

El fanatismo en el mundo de la música siempre ha sido bastante sonrojante. Las groupies de los Beatles gritaban tanto en sus conciertos que era casi imposible escucharles tocar. Fue una de las razones por las que decidieron aparcar las giras.

Muchos hubieran pensado que hoy día, en plena era digital, el fenómeno «mi grupo mola y como digas lo contrario eres un inculto y me cago en tus muertos» disminuiría en tanto en cuanto la cultura y la información estuvieran al alcance del pueblo. Pero no ha sido así. Y a mí, qué queréis que os diga, me da cierta rabia. No porque haya sufrido las mismas presiones y amenazas cuando he osado meterme con determinadas bandas. No porque la gente siga empleando ese impagable argumento de «millones de personas no pueden estar equivocadas», conviertiéndose en moscas que degluten sin rechistar cualquier hez que las grandes multinacionales les meten por las orejas. No porque haya quien exija que la prensa musical sólo se dedique a hablar bien de esos mismos productos, transformándose así en un mero instrumento de promoción en el que no caben la disensión o la crítca. Sino porque al final, cada vez que pasan cosas como esta, uno se convence un poco más de que el ser humano es idiota en un porcentaje alarmantemente elevado.

U2: entradas más caras contra el CO2

Mira que procuro no dedicarle más de un post a determinados personajes del mundo del rock. Pero es que me lo pones difícil con tanta demagogia, Bono.

La última ocurrencia del eterno candidato a Nobel de la Paz (si se lo dieron a Obama ya se lo pueden dar a cualquiera) tiene miga: La banda irlandesa ha contratado los servicios de una empresa «para permitir a sus seguidores compensar las emisiones de CO2 que generan en sus desplazamientos hasta los conciertos», según leo en ABC. Lo harán a través de un suplemento en el precio de las entradas cuyo abono es opcional. Y ponen como ejemplo que, para un viaje de Londres a Tokio, habría que pagar 20 euros para compensar tales emisiones.

La primera en la frente de Sir Paul David Hewson y compañía cae por su propio peso: si como superestrella del rock estás tan preocupado por el medio ambiente, ¿no sería más coherente reducir tu caché en la proporción correspondiente y dedicarlo a tal fin? Porque, para quien no lo sepa, yo lo cuento: U2 cobra más de 3 millones de euros por concierto. Más allá de eso: ¿cómo predican U2 con el ejemplo? ¿Renuncian a viajar en su avión privado (un pedazo de bicho, por cierto) en aras de un transporte sostenible? No sé a vosotros, pero a mí me hierve la sangre con estas gilipolleces…

Quizá el demagogo sea yo.
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Ética y prensa musical

Cuando el señor Porfirio, mi profesor de ética periodística de la Complutense, nos hablaba de su asignatura en la facultad, se refería a conceptos que en ningún momento tocaban, ni siquiera de refilón, el mundo de la información cultural. Años después me he dado cuenta de que el componente ético tiene mucho más peso del que a priori cabría pensar en el área a la que me dedico. Y así, en días como hoy me pregunto qué opinaría el bueno de Porfirio de un par de debates que se han producido últimamente en la prensa musical de este país, y que tienen a la ética -esa palabreja tan a menudo empleada según convenga al que la nombra-, como telón de fondo.

El primero de esos debates explotó hace un par meses. Fue suscitado por Joan S. Luna, de la revista Mondosonoro, cuando criticó abiertamente en un post de su blog el tono y las formas de Quico Alsedo, autor de la bitácora musical de El Mundo, Rock and Blog. A los que somos lectores habituales de Alsedo no nos sorprendió que alguien saltara para criticar su peculiar estilo. Era una cuestión de tiempo. Al fin y al cabo, ya le saltan muchos de sus lectores, pero directamente al cuello, en cada uno de sus post. Porque Alsedo, cual Jiménez Losantos versión 2.0, genera odios y adhesiones a partes iguales. Eso sí, sus entradas, a menudo cargadas de inmisericorde mala baba, no dejan indiferente a casi nadie. Algunos creen que se pasa tres pueblos (su post de Los Planetas es, quizá, el ejemplo más claro); otros, que no hay que tomárselo tan en serio, que sólo es música. Y un servidor, que ha disfrutado leyendo algunos de sus post aunque no comparte su manera de decir las cosas, comprende un poco ambas posturas. Seguro que Porfirio tendría algo de luz que aportar al asunto.

El segundo de los debates es más reciente. De este último fin de semana, sin ir más lejos. Y también tiene al diario de Pedro J. Ramírez como protagonista.

Festival Low Cost. La crónica de Miquel González ensalza la actuación de los granadinos Lori Meyers… cuando estos no han tocado aún. La banda, estupefacta, lo cuenta en su twitter y la información corre como la espuma por la Red. Me imagino que el bochorno del periodista a estas horas debe ser mayúsculo. Porque, aunque redactar una crónica de un concierto al que no has asistido tiene un mérito indudable (el propio Quico Alsedo también lo hizo con el FIB), creo que no hay duda de que el viejo Porfirio atizaría un buen capón al señor González. Porque aunque a veces parezca que se pueden decir impunemente todas las tonterías del mundo desde un diario de tirada nacional, no es así. ¿O quizá sí?

La crisis, sólo para algunos

Hoy, los amantes de la música hemos amanecido con una buena noticia: En los dos primeros puestos de la lista de los discos más vendidos se alzan, triunfantes, Mägo de Oz y Los Planetas. Sin ser ninguno de los dos santo de mi devoción, es para estar orgullosos. Al fin y al cabo, se trata de dos grupos alejados del circuito mainstream. Pero hay un matiz: a día de hoy, basta con vender 4.000 copias (las que han vendido Los Planetas y las que, por otra parte, suelen vender de cada uno de sus discos) para alzarse con un meritorio segundo puesto en las listas. Eso demuestra que los que siempre compraron música lo siguen haciendo. Son aquellos que viven ajenos a costosos planes de promoción. Los que, por encima de todo, siguen demostrando su amor por la música. Aunque apriete la crisis.

¿La lió parda Miguel Ríos en un hotel?

El currículum de una estrella del rock no está completo hasta el día en que destroza una habitación de hotel. Pero no crean que la práctica se reduce a los años dorados del rock o a los más salvajes del género, no. En los últimos tiempos, gente como Andrés Calamaro, Amy Winehouse o Avril Lavigne han practicado tan (imagino) reconfortante terapia antiestrés. Hasta los castos y puros Jonas Brothers tuvieron su momento de rabia furibunda contra una lujosa suite londinense. Qué chachi molongui.

Por eso, cuando hace unos días se hizo público este vídeo, muchos le dieron total credibilidad. Al fin y al cabo, su protagonista es Miguel Ríos. Y Miguel Ríos es rockero, ¿no? Bueno, ese debate lo dejamos para otro día.

«Huele a fake que tira de espaldas», es uno de los comentarios más habituales sobre el vídeo de marras en muchos de los foros que se han hecho eco del tema. Sobre todo, al ver que el propio Miguel Ríos es el protagonista de otro vídeo en el que le suelta un crochet en las napias a alguien que se supone que es Loquillo:

El hecho de que ambos vídeos fueran publicados en Youtube dos días consecutivos apunta sospechosamente a algún tipo de campaña viral. Pero sea como sea, tiene cierta gracia. Hasta se ha creado un grupo en Facebook llamado «Miguel Ríos es el humo negro de Perdidos» ¿La conclusión? Han logrado que piquemos el anzuelo como buenos pardillos que somos y hablemos de Miguel Ríos, lo que a estas alturas y tratándose de él, no es moco de pavo.

Cuatro parlamentarios forman una banda de rock

Estos cuatro tipos de la foto con cara de que les esté pegando el sol en el jeto se llaman Ian Cawsey, Kevin Brennan, Greg Knight y Pete Wishart. Son ingleses y han formado una banda. Nada extraño, de no ser porque son miembros del parlamento británico. Y además, de partidos distintos: los dos primeros militan en el laborista, el tercero en el conservador y el último en el Partido Nacional Escocés.

El grupo responde al nombre de MP4 y acaba de publicar su primer disco, «Cross Party». Un álbum que, según sus propias palabras y en un alarde de originalidad, «bebe de influencias como The Beatles y Oasis». Los beneficios de las ventas del disco irán destinos a la ONG Help for Heroes, que ayuda a soldados británicos heridos. Todo como muy políticamente correcto. «Somos el único grupo que se deshará debido a diferencias políticas», han declarado sus miembros en un alarde de fino finísimo humor inglés.

No me puedo aguantar. Os tengo que hacer la preguntita de marras: ¿A qué políticos españoles te imaginas en una banda de rock? Os juro que yo lo he intentado, pero sólo veo claro a Caamaño en la batería (buenos palos tiene que arrear el amigo). También valdría como responsable de la seguridad del grupo.

Los gimnasios y la SGAE

Una noticia que ya nos viene resultando familiar, aunque quizá esta vez sea algo tan local que no trascienda a los medios: Un gimnasio de Trujillo (Cáceres), ha sido condenado a pagar 1.402 euros a la SGAE por emitir sus canciones sin autorización del organismo que dirige Teddy Bautista.

Recientemente, un amigo me contaba que en el gimnasio de su barrio, cada cuatro o cinco canciones, sonaba un anuncio de Spotify. Hay que ser cutres. En este país hemos elevado la máxima del todo gratis hasta el punto de que un gimnasio no puede abonar diez míseros euros al mes para no abrumar a sus musculados clientes con publicidad cada cinco minutos.

Siempre me pareció bastante ridícula la política de la SGAE de perseguir al pequeño comercio para rascar unos pocos cuartos. La polémica con las peluquerías catalanas rozó el esperpento. Pero el ejemplo anterior vuelve a dejar claro que existen soluciones apropiadas, asequibles y legales para que todo el mundo esté contento. O al menos para que no te den la brasa, que no es poco.

Punkis fachas

Hace unos años se me cayó un mito al enterarme de que Dave Smalley, líder de uno de los grupos de cabecera de mi adolescencia, Down by Law, era uno de los grandes puntales del llamado Conservative Punk, un movimiento formado por el locutor de radio Nick Rizzuto y apoyado por personalidades del género como el fallecido Johnny Ramone, el ex líder de los Misfits Michale Graves o el propio Smalley, autor de varios artículos en defensa de Bush y la invasión de Irak.

Pero ¿cómo? ¿Punkis conservadores? ¿Defensores de la tenencia de armas, patriotas recalcitrantes, militaristas y votantes republicanos? Así es. En la tierra de las oportunidades, salvo enseñar las tetas en televisión, todo es posible.

La existencia de una subcultura como Conservative Punk arroja una serie de interrogantes que me apetece debatir con vosotros, a ser posible, evitando los comentarios tipo «zparo es caca» y «pperros molan».

La cuestión está clara. ¿Se puede ser punk y conservador? ¿No es, de por sí, una contradicción tan poco comón como en la que incurre un cura rojo, un político honesto o un banquero honrado? ¿O es, por el contrario, una muestra de diversidad en un movimiento que debe caracterizarse por dejar a cada uno pensar y actuar con total libertad?