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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Desde Beirut: Hezbolá y su «victoria divina» contra Israel

El año pasado, durante la guerra de 33 días entre Israel y Hezbolá, los soldados de la organización chií resultaban invisibles no sólo para los periodistas, que no consiguieron ni una sola instantánea de los comandos del Partido de Dios, sino para los mismo miembros del ejército hebreo, que parecían no encontrar la forma de evitar que los misiles katyusha cayeran sobre su territorio y que sus tanques merkava fueran sistemáticamente destruidos en ciudades como Bint Jbeil, por más que habían reducido a escombros el sur de Líbano.

Hoy, en este primer aniversario del final de la guerra entre Israel y Hezbolá, de la que la organización militar, política y social de Sayed Hasan Nasralá se proclamó vencedora en la tan alardeada «victoria divina», los retratos de estos soldados se ven por todas partes. Sus imágenes pueblan las calles de Dahiye, el enclave chií en Beirut, pero también buena parte del resto del país, en grandes fotos que anuncian que el 14 de agosto, día del final de la contienda, marca un hito: la primera vez que el ejército de Israel, imbatido hasta el momento en sus numerosas guerras contra los árabes, debía retirarse sin conseguir sus objetivos y aceptar la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad que ponía fin a las hostilidades.

El informe del juez israelí Winograd sobre la guerra ha sido tremendamente crítico con los mandos políticos y castrenses hebreos. Según un programa de televisión, la popularidad de Ehud Olmert es del 0%. Ninguna de las personas encuestadas afirmó que lo volvería a votar en el caso de que se presentase a nuevas elecciones. El fracaso de la campaña articulada por el ejecutivo de Olmert en Líbano resulta evidente, tanto fuera como dentro del país, ya que la estrategia de castigo colectivo a la población civil libanesa con el bombardeo indiscriminado de objetivos no militares, que provocó más de mil muertos y un millón desplazados, contribuyó también al desprestigio de la imagen de Israel en el mundo (sigo sosteniendo, como lo sostuve en su día, que Ehud Olmert debería dar cuentas no sólo ante sus compatriotas sino ante un tribunal internacional por sus violaciones de la Cuarta Convención de Ginebra).

Pero de allí a afirmar rotundamente, como hacen los líderes de Hezbolá, que se trató de una victoria – dejemos a un lado el adjetivo «divino», incomprensible para los que somos ajenos a toda religión -, hay un largo tramo, sobre todo al recorrer los barrios de Dahiye afectados por los bombardeos, en los que más de cien edificios fueron reducidos a escombros. Demasiadas vidas perdidas, demasiados daños a las infraestructuras, para sostener que alguien pudo haber triunfado en semejante despliegue de odio, muerte y devastación.

Una amiga periodista, de una importante cadena internacional, me llama para decirme que hoy Hezbolá presenta en Dahiye un videojuego en el que explica cómo supuestamente vencieron a Israel y cuyos protagonistas son esos comandos que hasta ahora eran invisibles. Tomo un taxi, me acredito en la oficina de comunicación de Hezbolá – Estado dentro de un Estado, en el que te dan hasta sus propios pases de prensa – y me dirijo al evento, al que también asisten reporteros de medio mundo. El nombre del videojuego: «Special Force 2».

Hezbolá ha poblado el Líbano de carteles que anuncian la victoria: fotos de helicópteros, tanques y una corbeta israelíes alcanzados por misiles del Partido de Dios. Y su última estrategia en esta otra guerra, la de la propaganda, ha sido crear una suerte de parque temático, de Disneylandia (o mejor dicho, Hezbolandia), en medio de los suburbios chiíes, con el nombre «La tela de la araña», para mostrar a la población cómo fue articulada la victoria, cómo las tropas hebreas caían en la tela de araña del grupo de Nasralá. Un paseo por salas con efectos especiales de humos y luces, entre vídeos, fotos y restos de helicópteros, tanques y uniformes israelíes.

En este marco tan curioso, por no decir surrealista, en el que las formas de comunicación netamente estadounidenses son utilizadas justamente para atacar a Estados Unidos e Israel – sólo parecían faltar las palomitas, las gorras de béisbol y las hamburguesas -, comienza el acto a la hora programada: las cinco de la tarde.

Continúa…