Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Exportar nuestras miserias (turismo sexual y globalización)

Alain Berutti, un electricista milanés de 30 años, entró al juzgado sonriente, levantando el dedo anular para burlarse de los periodistas que allí nos habíamos congregado. Nos dijo que había mantenido relaciones sexuales con cuatro niños para sentirse joven, para experimentar sensaciones nuevas, “como un acto deportivo”.

Los magistrados camboyanos lo condenaron a diez años de prisión, mucho menos de lo que habría recibido en Italia. Pero aquella sentencia no fue más que un hecho aislado dentro de un mar de corrupción y negocio basado en los niños.

Bastaba caminar por el bulevar de Phnom Penh para ver cómo los turistas occidentales recogían a los menores en sus coches y los llevaban a los hoteles.

Durante tres meses seguí a uno de ellos, un ciudadano belga, junto a Hang Vibol, un trabajador social camboyano. Llevamos las fotos a la policía, pero no hubo forma de empujarlos a actuar. Uno de los niños que tenía relaciones con él, Dum, de ocho años, me dijo que lo hacía porque era muy pobre. “A veces no me paga, sólo me invita a comer helado y patatas fritas”.

Lo acompañé hasta su casa, una mísera chabola de chapa y cartón perdida en las afueras de la ciudad. Su madre, una mujer soltera que tenía ocho hijos más, sabía que Dum se prostituía: “Sacrifico a uno para no morirnos de hambre. ¿Qué voy a hacer?”.

La globalización ha empequeñecido a nuestro mundo. Pero en vez de convertirlo en un sitio más justo, en el que podríamos velar por la gente más postergada, lo ha transformado en un gran burdel que sirve para que estos hombres enfermos, que se aprovechan del poder del euro, puedan viajar a los países del Tercer Mundo y destruir la vida de los niños. En lugar de enviar lo mejor que tenemos en Occidente, los recursos financieros, la tecnología, exportamos nuestras miserias.