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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Donald Rumsfeld, acusado ante la justicia por las torturas en Abu Grhaib

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Michael Ratner se convirtió en una de las voces más lúcidas y críticas del sistema judicial estadounidense.

Aunque su oficina se encuentra en el barrio chino de Nueva York, lo que hizo que fuera testigo directo de la barbarie de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas,en todo momento se opuso a la reacción de patriotismo desmesurado, sin autocrítica ni fisuras, que se apoderó de la política de los Estados Unidos y de sus medios de comunicación. Una reacción que parece haber entrado en declive tras la victoria demócrata de la semana pasada.

«Si traicionamos los valores sobre los que se asienta nuestro sistema de vida, hemos perdido la batalla«, me dijo en marzo de 2005, en su despacho de Manhattan. Esa misma semana, el semanario Newsweek había publicado un polémico reportaje sobre las vejaciones por parte de los soldados estadounidenses a los detenidos en Guantánamo.

Michael Ratner lleva treinta años luchando por los derechos humanos en los Estados Unidos. Comenzó defendiendo a los ciudadanos que se oponían a la guerra de Vietnam. Después se dedicó a denunciar los abusos de sus país en América Central (demandando a Ronald Reagan por su apoyo a los contra).

Fue el primer abogado estadounidense en defender a los presos en Guantánamo. Una decisión que lo llevó a recibir amenazas, insultos y duras críticas por parte de muchos de sus colegas. Pero él estaba convencido de que, más allá de lo que hubieran hecho, los detenidos merecían saber por qué estaban siendo privados de su libertad; tenían derecho a recibir un tratamiento digno.

Hacerlos prisioneros sin respetar la Convención de Ginebra, negándoles asistencia legal alguna, fue un grave error, que nos devolvió a los tiempos anteriores a la Carta Magna, cuando el señor feudal decidía sobre el destino de sus súbditos sin darles la oportunidad de compadecer ante un tribunal o defenderse. Hizo que George Bush se convirtiera en un dictador equiparable a Pinochet”, me explicó.

En primer lugar, Ratner se opone a la tortura de los detenidos porque afirma que degrada a la sociedad que la practica, que mina su base moral. En segundo, porque no garantiza que las confesiones conseguidas de esta forma sirvan como evidencia en un juicio. Pero lo más importante es el profundo daño que infringe a la persona que la padece. En muchos casos, como ya se ha demostrado, a hombres arrestados por equivocación que, tras haber estado detenidos durante años, fueron liberados sin recibir explicación alguna.

“En Irak las tropas norteamericanas ofrecían recompensas a quienes entregaran a un miembro de Al Qaeda o a un talibán. Fue así como cientos de hombres inocentes, delatados por mero afán de lucro, por envidias o por viejas disputas, llegaron a Guantánamo. Muchos eran apenas adolescentes, otros eran ancianos pastores que nunca habían empuñado un arma. Todos padecieron terribles vejaciones”.

A medida que pasaba el tiempo, y que se demostraban como falsas las tesis que sustentaron la invasión de Irak, y salían a la luz los casos de torturas a detenidos en Guantánamo y Abu Grhaib, diversos estudios jurídicos y asociaciones de derechos humanos comenzaron a sumarse a la labor emprendida por Ratner al frente de la organización que preside: el Centro por los Derechos Constitucionales. Tanto es así que hoy son más de cuatrocientos los abogados que defienden a los presos musulmanes en prisiones norteamericanas.

Ratner estuvo en Guantánamo en 1992. Viajó a la base militar norteamericana para defender a un grupo de refugiados haitianos a los que el gobierno de los Estados Unidos no había dejado entrar a su territorio por estar enfermos de sida. El lugar le pareció un “auténtico infierno”, en el que los hombres, mujeres y niño rechazados por la administración norteamericana no tenían forma alguna de escapar del tremendo calor.

Mañana, Ratner presenta, junto al fiscal Wolfgang Kaleck y varias organizaciones de derechos humanos, una demanda contra el antiguo secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, por la tortura de doce iraquíes en Guantánamo y Abu Grhaib.

Es la segunda vez que lo intenta. En 2004, los jueces alemanes le dijeron que debían esperar a ver si la justicia estadounidense se hacía cargo del caso. Dos años han pasado sin que eso sucediera. Pero lo que es más importante aún, Donald Rumsfeld ha dejado su cargo, por lo que no cuenta con inmunidad.

La idea, según manifiesta Ratner, es tratar de conseguir una condena que mande una señal clara al mundo en contra de las torturas y las detenciones ilegales. Pero, sobre todo, contra la impunidad. Para que los gobernantes sepan que corren el riesgo de ser juzgados si caen en la tentación de violar los derechos humanos.