Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Más reflexiones sobre el asesinato de los periodistas de Reuters en Irak

En el libro “Guerra”, Gwynne Dyer muestra cómo se logra que un joven recluta, que se crió en una sociedad donde el asesinato es el más atroz de los crímenes, acepte la idea de matar y esté dispuesto a hacerlo sin vacilación ante las órdenes de sus superiores o por propia iniciativa.

Como tantas otras de decenas de millones de soldados que había aprendido desde la infancia que matar estaba mal y luego habían sido enviados a matar por su país estaba indefenso para desobedecer, ya que había caído en las manos de una institución tan poderosa y sutil que podía revertir rápidamente el adiestramiento moral de toda una vida.

Dyer describe la forma en que el Ejército acoge a los reclutas siendo adolescentes, los aparta del resto de la sociedad, los maltrata físicamente, les inculca un exacerbado sentimiento de pertenencia a un grupo y de lealtad a los compañeros, para alcanzar este objetivo.

Recoge testimonios en Parris Island, donde se entrenan los futuros marines. Esos muchachos que cantan al marchar: “Altamente motivados, verdaderamente dedicados, retozando, pisoteando, con sed de sangre, locos por matar, reclutas del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, ¡SEÑOR!”.

Los seres humanos son bastante maleables, especialmente en su juventud, y en todo joven hay actitudes con las que el ejército puede trabajar: los valores y las posturas heredades –y recordadas de manera más o menos útil – de los guerreros tribales que alguna vez fueron el modelo a imitar de cualquier niño. El machismo anárquico del guerrero no es lo que los ejércitos modernos realmente necesitan en sus soldados, pero los provee de un prometedor material bruto para la transformación que deben llevar a cabo.

Esos mismos muchachos que llegan hoy al frente para descubrir que la guerra convencional, entre Ejércitos, es algo de tiempos pretéritos. Hoy las contiendas armadas tienen lugar en zonas urbanas, donde las fuerzas insurgentes se confunden con los civiles, donde la contención y las labores de inteligencia tienen mayor importancia que el poderío armado, dando más vigencia que nunca a la vieja máxima de Mao Zedong que sostiene que «la guerrilla se mueve entre la población local como pez en el agua».

Nuevos escenarios de guerra

Como ya vimos en este blog, recién el año pasado Robert Gates comenzó a reflejar esta transformación en el presupuesto de Defensa de los EEUU, poniendo fin a proyectos faraónicos como el caza F22 y el Future Combat System, para apostar por gastos orientados a la lucha contra grupos insurgentes. También hemos hecho referencia al proceso de reflexión iniciado hace seis años por el Comité Internacional de la Cruz Roja para adaptar el Derecho Humanitario, las leyes que deben regir la guerra y permiten juzgar a quienes las violan, ante los desafíos de las guerras asimétricas.

La pregunta que cabe hacerse es si el entrenamiento de los soldados ha variado. O, lo que es más difícil aún, ¿cómo hallan el equilibrio entre romper las barreras psicológicas y morales de los reclutas ante la posibilidad de terminar con la vida de otro ser humano, y la realidad que encuentran en Irak o en Afganistán, donde apenas llegan a enfrentarse abiertamente a los enemigos y lo que encuentran a diario, a todas horas, son hombres desarmados, mujeres, niños y ancianos?

En este blog hemos seguido de cerca los crímenes cometidos por militares de EEUU en Irak: las matanzas de Haditha y Hamdania, la violación y asesinato de la joven de 14 años Abeer Qasim Hamza. Se trataba en su mayoría de jóvenes soldados, algunos con antecedentes penales. Culpables, sin duda, como lo han demostrado los tribunales, del más vil desprecio hacia la vida ajena. Pero también cabe preguntarse hasta qué punto influenciados por el discurso plagado de mentiras, de pretendida confrontación global entre civilizaciones, latente de fanatismo, de la administración Bush.

Como en el caso de las torturas en Abu Ghraib o en Bagram, el mensaje de la cadena de mando ha tenido no poco ascendiente sobre estos crímenes, sobre esta incapacidad para no ver al otro, al iraquí y al afgano, como un todo, para discernir entre combatientes y civiles. Y así lo denuncian no pocos veteranos, que han vuelto a EEUU conmocionados ante lo presenciado en estas guerras.

El helicóptero Apache

Pero no debemos confundirnos con respecto a las imágenes del asesinato de los periodistas de Reuters en Bagdad que salieron a la luz el lunes. Las voces que escuchamos son las de los tripulantes de un helicóptero Apache. No se trata de soldados rasos, sino de hombres en cuyo entrenamiento se han gastado ingentes cantidades de dinero – en Gran Bretaña, la formación del piloto cuesta 4 millones de euros – pues es una de las máquinas más complejas, modernas y costosas que hay hoy en el terreno.

El helicóptero Apache lleva dos tripulantes. Tiene un valor por unidad de 60 millones de euros. Es capaz de terminar con 128 tanques enemigos en menos de 30 segundos, como lo hicieron ocho unidades en Irak. Cuenta con cámaras de vídeo que pueden amplificar hasta 127 veces un objeto, y leer así la matrícula de un coche a 4,2 kilómetros de distancia.

La inmoralidad del artillero que decide disparar contra un vehículo que se detiene a recoger al conductor de Reuters herido resulta aún más flagrante, si es correcto observarlo desde este punto de vista. Y que luego, cuando descubre que había dos menores en el interior de la camioneta, culpa a los padres por “haber llevado a los niños a la batalla”. «Así es», le responde el piloto.

¿Los llevaron a la guerra? Más bien se encuentra atrapados en la guerra. No forman parte de un todo. Son civiles desarmados que se acercan a ayudar a una persona en desgracia, que pretenden llevarla a un hospital. ¿Cómo no fue capaz de ver y comprender esta realidad un hombre cuyo entrenamiento ha costado tanto dinero, cuya seguridad no está en riesgo sino que observa la situación desde la distancia?

Esperemos que se lleve adelante la investigación anunciada ayer por el Ejército de EEUU, que se castigue a los culpables y se brinde cierto solaz a las víctimas, y que esto genere un proceso de reflexión fundamental para otro escenario, Afganistán, donde las muertes de inocentes por ataques aéreos han sido desde 2006 moneda corriente hasta llegar a poner en jaque a la propia campaña militar allí desplegada.

Reflexiones sobre el vídeo del asesinato de periodistas de Reuters en Irak

Hace varios días que corría en la red la noticia de que Wikileaks iba a revelar información que comprometía a las Fuerzas Armadas de EEUU en el asesinato de civiles. Se creía que se trataba de las imágenes que mostraban la muerte de inocentes en Afganistán acerca de las que había hablado el general David Petraeus en mayo de 2009.

Wikileaks es una organización que se dedica a filtrar documentos – de allí viene el apellido leak de su nombre – en muchos casos clasificados para que periodistas y lectores los analicen. “En su corta vida es probable que haya generado más exclusivas que el Washington Post en 30 años”, la elogiaban hace unos meses en el periódico The National.

Finalmente, el documento que ayer se hizo público no era aquel sobre el que tanto runrún había en Internet, sino un vídeo que muestra el momento en que el artillero de un helicóptero Apache estadounidense mata con disparos de una ametralladora de 30 mm a dos periodistas de las agencia Reuters en Bagdad. Hecho que sucedió el 12 de julio de 2007. Y en el que también fueron asesinadas otras nueve personas y dos niños resultaron heridos.

Se trataba de Namir Noor-Eldeen, fotógrafo iraquí de 22 años, y de Saeed Chmagh, su conductor y asistente, de 44 años de edad y padre de cuatro hijos. Otros cuatro periodistas de Reuters, un palestino, un ucraniano y dos iraquíes, ya habían perdido la vida en Irak como consecuencia de las acciones de los soldados de EEUU.

El ucraniano que murió en Bagdad fue Taras Protsyuk, que se encontraba con José Couso en el hotel Palestina el 8 de abril de 2003. Irak ha sido el conflicto más sangriento para la prensa desde Vietnam. Entre 2003 y 2009 fallecieron 139 profesionales de la información.

El Pentágono, sin coartada

Aquella mañana de 2007, quizás el año más violento desde la invasión de 2003, Namir Noor-Eldeen y Saeed Chmagh se dirigieron al barrio bagdadí de al-Amin al-Thaniyah, situado al este de la ciudad, pues habían recibido noticias de ataques aéreos de EEUU.

Al llegar hablaron con un grupo de hombres, uno o dos de los cuales estaban armados. Namir Noor-Eldeen se asomó para fotografiar a un Humvee que se encontraba aparcado a varias manzanas. Los testigos señalan que el barrio estaba en calma en esos instantes, que no había enfrentamientos.

Reuters trató de obtener las grabaciones efectuadas por el helicóptero Apache, amparándose en la Freedom of Information Act, pero sin éxito. El vídeo que acaba de destapar Wikileaks echa por tierra las explicaciones dadas en su momento por el Pentágono:

No matamos a civiles de forma deliberada. Tomamos muchas precauciones en prevenir esta clase de acciones. Sé que dos niños resultaron heridos, e hicimos todo lo posible por ayudarlos. No sé cómo los niños resultaron heridos.

Nos puede ayudar a comprender mejor lo que ocurrió aquel mismo día, la crónica que escribieron dos reporteros del Washington Post que iban empotrados con los soldados de EEUU en Bagdad.

Gatillo fácil

En sus dos versiones – la original de 38 minutos y la edición corta y con explicaciones – enseña cómo se disparó a los civiles sin que hubiese intercambio alguno de fuego, contradiciendo la versión dada por el Pentágono.

Wikileaks consiguió el vídeo de una fuente militar anónima y a la que se agradece “su coraje” en los créditos. En un principio los miembros de la organización se encontraron con que el material estaba encriptado, aunque finalmente lograron acceder a su contenido.

Este vídeo, además de dejar en mal lugar al Pentágono, reafirma la necesidad que tantas veces expresamos en este blog en los últimos años de que las incursiones aéreas de EEUU deben responder a reglas de enfrentamiento que salvaguarden la vida de los civiles. Algo que los altos mandos en Afganistán están finalmente intentando.

Esperar ahora que se juzgue a los responsables de la acción, visto lo sucedido con José Couso, resulta ilusorio. Lo más probable es que nadie pague por este crimen de gatillo fácil.

También podemos sacar como conclusión la importancia que tiene la red y organizaciones como Wikileaks, que además envía gente al terreno a realizar investigaciones, para desvelar esta clase de documentos, ocupando un espacio que hasta ahora era exclusivo del periodismo tradicional.

Foto: Reuters.

Los soldados israelíes podrían haber matado deliberadamente al cámara de Reuters

Justamente ayer comentábamos la importancia de los informes de organizaciones como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y Betselem.

Informes realizados por expertos que no en pocas ocasiones resultan una suerte de protección, de mirada objetiva y razonablemente confiable, ante los intentos de manipulación de los gobiernos cuando se embarcan en acciones armadas.

La cobardía de los líderes

En este sentido, siempre me ha llamado la atención cuán pusilánime y contradictoria es la actitud de tantos líderes que, como dijo la gran periodista israelí Amira Hass, deciden que “ellos matarán y otros morirán”.

Por una parte apoyan las decisiones de bombardear zonas altamente pobladas, pero luego no tienen la valentía de asumir las bajas de civiles y se amparan en eufemismos como “daños colaterales”, en argumentos como el empleo de “escudos humanos”, o en el nefasto mantra el siglo XXI, repetido hasta el paroxismo: el terrorismo, en cuya supuesta lucha se cometen crímenes tan atroces como dirigidos a diseminar el terror.

Los cómplices, los serviles

Claro que se trata de una propaganda destinada a quienes ven la televisión, a la hora de cenar, frente a la mesa, y no se cuestionan la veracidad de estas afirmaciones porque buscan la forma de acallar sus conciencias, de sumarse a la mentira colectiva que ellos también repetirán a sus conocidos, amigos y familiares.

Se suele decir que la primera baja de la guerra es la verdad. Sentencia que siempre me ha parecido desatinada. Lo que sucede es que a los políticos se suma el coro mediático de turno, cómplice y servil, que sirve de amplificador de las mentiras.

En definitiva, pierden la razón y la sensatez bajo la avalancha de tergiversaciones y sentimientos exacerbados por el nacionalismo, el miedo, el racismo y el odio. Tiempos oscuros para el pensamiento libre, empático, para los que se oponen al uso de la fuerza y apelan por el diálogo.

Pero la verdad no desaparece. Está allí, en la voz de cada víctima inocente. En su historia, personal, con nombre y apellido, en su retrato. El problema es que esta voz suele encontrar tan pocos amplificadores como gente dispuesta a escucharla de forma honesta.

Contra la mentira

La organización con base en Nueva York, Human Rights Watch, ha mostrado a lo largo de los años su compromiso en la denuncia de los crímenes de guerra.

Lo hizo con respecto a la familia Galia en Gaza. Aunque el coro mediático – al que vergonzosamente se sumaron algunos «columnistas» españoles que nunca han estado en la franja – señalaba que fue culpa de “minas plantadas” por Hamás en una playa pública, lo cierto es que el informe de HRW demostró que no fue así, que los siete integrantes de la familia Galia murieron bajo fuego israelí.

La misma conclusiones que alcancé en Gaza tras entrevistar a testigos y supervivientes, aunque no faltaran los exaltados y delirantes de siempre que hablaban de “imágenes manipuladas”, de “montaje”, como suelen hacer, al igual que sus líderes políticos, en lugar de asumir la verdad, pedir perdón en respeto a los muertos, a los inocentes, sean del color que sean.

O simplemente tener el coraje de decir: “Sí, ha sido consecuencia de nuestra estrategia y la asumimos plenamente”. Opción que me parecería más digna.

No, resulta más sencillo intoxicar, desprestigiar, difamar a periodistas como Lefteris Pitarakis, que se jugó bajo las bombas en Líbano para dar testimonio de la segunda masacre de Qaná en 2006.

Un fotógrafo con una vasta experiencia a sus espaldas que tuvo que soportar los agravios de tantos cobardes que desde la comodidad de sus casas y redacciones lo acusaban en sus periódicos y blogs de manipular las fotografías.

Los muertos existieron. A los supervivientes también las pudimos conocer en Viaje a la guerra. Y el tiempo demostró que los improperios de los aduladores de la sangre y el poder resultaron falsos.

Fadel Shana

Ahora Human Rights Watch ha sacado un comunicado sobre el asesinato la semana pasada de Fadel Shana, cámara de Reuters, en Gaza. Sobre cuya muerte ya se han vertido numerosas falsedades en Internet.

“Los investigadores de Human Rights Watch en el terreno encontraron evidencia que sugiere que la tripulación de un tanque israelí disparó de forma temeraria o deliberada contra el equipo periodístico”.

Comunicado que analizaré mañana junto a otra noticia de gran importancia que podría marcar un punto de inflexión por parte del Ejército de Israel hacia las víctimas civiles de sus acciones armadas.

Fadel Shana, séptimo periodista asesinado por el Ejército israelí

En el cuerpo de Fadel Shana, el cámara de Reuters asesinado ayer por el Ejército israelí, se encontraron dardos de metal de una pulgada de largo, conocidos en el argot militar como “flechettes”.

También había rastros de este armamento, que se desprendió del obús disparado por el tanque hebreo, en el chaleco antibalas que llevaba puesto y en el que se leía en letras fluorescentes la palabra: PRENSA, así como en su coche, claramente identificado como un vehículo empleado por periodistas.

Se trata de un arma controvertida, cuyo uso se trató de evitar ante el Tribunal Supremo hebreo, pero sin éxito. Especialmente, por sus efectos indiscriminados.

Human Rights Watch ha condenado el empleo de esta munición, que despliega cientos de dardos por el aire, en zonas habitadas por civiles. El Tsahal la había dejado de utilizar en Gaza en 2003, aunque luego la rescataría en Líbano en 2006.

En el caso de Fadel Shana, que no hacía más que cumplir con su deber de informar, los dardos le entraron a través del cuello y el hombro, alcanzado su pecho y parte de la espina dorsal. El reportero que lo acompañaba, sonidista, se encuentra en estado crítico.

El editor en jefe de Reuters News, David Schlesinger, afirmó que “la evidencia del examen médico subraya la importancia de una investigación imparcial y honesta por parte del Ejército de Israel y de su gobierno”.

Otra investigación, que si se lleva a cabo, se sumará a la larguísima lista de las que ya ha realizado el Ejecutivo de Ehud Olmert. Desde la muerte de la familia Galia en junio de 2006, pasando por la segunda matanza de Qaná en julio o el asesinato de la familia Al Kafarna de Beit Hanún en el mes de noviembre del mismo año.

Indiferencia ante los civiles palestinos

El gobierno de Israel ha dejado en claro en la guerra de Líbano de 2006, y en su actuación a lo largo de los últimos dos años en Gaza, que la Cuarta Convención de Ginebra, que establece el deber de respetar la vida de los civiles en un conflicto armado, no es una de sus prioridades.

El bloqueo mismo de Gaza constituye una violación de la legalidad internacional y el Derecho Humanitario. Como lo es también el empleo de personas a modo de escudos humanos, una práctica habitual de ese ejército que en algún momento de la historia se llamó el “más moral” del mundo.

También en la incursiones armadas en Gaza, el completo desdén por la vida de los civiles se hace evidente para quienes realizamos un seguimiento exhaustivo del número de víctimas.

Entre julio y septiembre de 2006, el Tsahal mató a 450 personas en Gaza, la mitad eran mujeres y niños (aunque luego Ehud Olmert dijera ante el parlamento israelí que eran terroristas, lo que levantó las críticas de numerosas organizaciones de derechos humanos).

Otro reportero muerto

En aquel verano sangriento de 2006, que pasé en Gaza, otro vehículo de Reuters fue alcanzado por las balas israelíes. Y de las guardias que realicé en el hospital Al Shifa, recuerdo el arribo también de conductores de ambulancias heridos, así como de Ibraheem al-Otlah, cámara de televisión alcanzado por varios disparos, cuya tía lloraba a la puerta de la sala de operaciones.

El mismo Fadel Shana ya había sido había sufrido heridas en agosto de 2006, cuando un avión israelí disparó contra el vehículo en que viajaba, también identificado como un coche de prensa. Tenía 21 años. Y podría haber decidido cambiar de profesión, pero siguió adelante.

Rescato de aquel tiempo la entrevista que realicé con el cámara de la agencia Ramatán, Zakaria Abu Hardib, que fue herido en dos ocasiones mientras realizaba su labor en Gaza.

A pesar de no controlar bien el brazo derecho debido a las lesiones, pudo filmar los segundos que siguieron a la muerte de la familia Galia en la playa de Yabalia, en junio de 2006. Material por el que recibió el premio del Rory Peck Trust.

Una reflexión impostergable

El Ejército israelí ha matado a siete periodistas desde el año 2001. El caso más sonado fue el del británico James Miller, que también tuvo la desgracia de filmar su propia muerte.

El último, hasta ayer, Imad Ghanem, cámara de televisión que retrataba cómo sacaban a heridos del campo de refugiados de Bureij cuando fue asesinado en julio de 2007.

Cabe preguntarse si la rabia de los soldados israelíes, ante la muerte de sus tres compañeros, explica de alguna manera que en su incursión ayer en Gaza mostraran tan poco aprecio por la vida de los inocentes como Fadel Shana (o de los cinco niños que también mataron).

También creo pertinente indagar qué impacto tienen en estos jóvenes soldados mensajes políticos que amenazan con un “holocausto” en Gaza, o los llamamientos de ciertos líderes ultraortodoxos a la venganza contra los palestinos. Según el rabino Shmuel Elyahu, «se debería colgar de un árbol a los hijos de los terroristas».

Situaciones que un Estado que se denomina a sí mismo como “la única democracia de Oriente Próximo” y al que se le llena la boca hablando día tras día de “terrorismo”, debería examinar y repensar, tanto como el uso de los «flechettes» en zonas urbanas.

Por ahora, más que reflexiones, lo que deseo es expresar mi admiración y aprecio por todos los profesionales que en Gaza se juegan la vida día a día para contar la noticia.