Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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En las prisiones de Argentina (2)

Las estadísticas disponibles parecen respaldar como ciertos los episodios de violencia cotidiana que nos narraba Carlitos: las luchas con facas y arpones, los robos, el acoso a los recién llegado, las violaciones. Según un informe de 2008 elaborado por el Comité de la Tortura de la Comisión de la Memoria de la provincia de Buenos Aires: un preso murió cada tres días en cárceles bonaerenses.

De los 112 presos fallecidos, el 41% resultó ser muertes traumáticas como consecuencia de peleas o heridas de arma blanca, suicidios por ahorcamiento, electrocución, asesinatos y otros. El 57% fueron casos no traumáticos, evitables y que tuvieron origen en enfermedades que podrían haberse curado.

Los hechos violentos, sólo en las cárceles de esta provincia – que a día de hoy cuenta con 24 mil internos -, sumaron 585 al mes. Los más comunes fueron las riñas entre internos, autolesión, agresión al personal e intento de suicidio.

“Si hay violencia en la sociedad, estando en la cárcel los presos se vuelven más violentos y duros”, me explica Eduardo García, Prefecto de la Unidad Penal número 24 de Florencio Varela, que aclara que en otras secciones de menor seguridad de la prisión los internos llevan una vida más tranquila (algo que también pude ver durante la estadía en el penal).

Una investigación de la Procuración General de la Nación publicada por la Agencia de Noticias de la CTA, reveló que en 2007 el 37 % de los varones detenidos habían sido agredidos físicamente. Un 58 por ciento sufrió golpes con palos, puños, patadas, empujones. El sistema penitenciario argentino tiene 63 mil internos.

Fotos: HZ

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Violencia, drogas y armas en las prisiones de Argentina (1)

“Lo primero que tenés que hacer cuando llegás a un pabellón de población es conseguirte un arma, porque sabés que te van a venir a buscar y te vas a tener que defender”, explica «Carlitos» al tiempo en que se arremanga la camiseta para mostrar la sucesión de cortes que le cruzan los brazos. “Te fabricás el arma con lo que sea: la esquina de una mesa de plástico, una percha. Todo en la cárcel sirve para pelear”.

Carlitos es originario de la localidad bonaerense de Quilmes. Tiene 25 años, está casado y lleva cuatro años tras las rejas. Espera salir en el 2011. Fue detenido por la policía bonaerense después de robar una fábrica metalúrgica. “El dato nos lo tiró el sereno. Nos dijo que en la caja había 200 mil dólares. Nos la jugamos, porque a dos cuadras había una comisaría. Tuve en las manos mucha guita, pero nos paró un patrullero cuando huíamos y se pudrió todo”, explica.

Narra las peleas que ha protagonizado en prisión con evidente orgullo, poniéndose de pie, moviendo los brazos en el aire (al igual que Maradona, tiene tatuados en ellos los nombres de sus dos hijas). “Cuando llegué a Olmos saltó uno con una faca y nos agarramos. Al final el tipo me dijo que tenía aguante, que podía quedarme”. Del arribo a otros centros penitenciarios no salió tan bien parado. “En Junín, que es el más jodido de todos, me hicieron este agujero en la cabeza. Cuando mi mujer me vino a ver yo casi no podía caminar”.

De los presos que pueblan las angostas habitaciones y el pasillo del pabellón seis de la sección de máxima seguridad del la unidad penitenciaria número 24 de Florencio Varela, Carlitos es sin dudas uno de los más elocuentes. A tal punto llega su verborrea y la violencia de los incidentes que narra, que si no fuera porque le han dejado tantas cicatrices en el cuerpo, resultarían difíciles de creer.

“Alguna vez me pasó que me robaran todo al llegar a un pabellón de población, así que cuando conseguí una faca tuve que salir yo a robar para tener algo de ropa y unas zapatillas”, asegura para matizar a continuación que le han «sacado todo» excepto el poncho rojo con el que pelea y que ahora cubre las dos angostas ventanas de su habitación. «El poncho es el orgullo del preso», sostiene.

La locuacidad de Carlitos no alegra demasiado al funcionario de prisiones que me acompaña en la visita. En especial cuando el preso de Quilmes saca una de las armas y nos la enseña para que la retratemos. Un arma a la que llama “tumbera”, como todo lo que tiene que ver con la cárcel: “la tumba”. Si es larga, tiene una cuchilla en la punta y un palo a modo de mando, se trata de un “arpón”. Si es corta, entonces se trata de una “faca”.

Foto: HZ

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