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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Mohamed Yunus y la guerra contra la pobreza

En año 2002 viaje a Dhaka, la capital de Bangladesh, para conocer en profundidad el trabajo de Mohamed Yunus, quien la semana pasada fue anunciado como ganador de un más que merecido premio Nobel de la Paz.

Durante un mes visité sus proyectos, hablé con la gente que participa en ellos y mantuve varias conversaciones con él. Lo que me había llevado a emprender el viaje había sido su extraordinaria autobiografía: Hacia un mundo sin pobreza.

Recuerdo que una tarde, tras haber salido de las oficinas del Grameen Bank, epicentro de la labor de Yunus, encontré a un niño de la calle que me llamó la atención. Corría el mes de agosto, por lo que el monzón no dejaba de asolar la ciudad con sus interminables lluvias.

El niño se llamaba Mohamed Ershad. Vivía en la acera junto a su familia. Habían llegado desde el campo huyendo de la miseria pero no habían logrado prosperar. Seguían allí, en la calle, durmiendo sobre unas telas raídas, sin más posesiones que unos utensilios de cocina y un baúl con ropa. Y ahora que las vías de circulación se inundaban como consecuencia del monzón y las malas infraestructuras, su existencia resultaba sumamente más dura y miserable aún.

Me detuve fascinado a observar a Ershad que, a pesar de todo, como sacando provecho de la adversidad, y sin renunciar a su espíritu de niño, jugaba con unos amigos en un charco que se había formado en el pavimento. Con una tabla de telgopor, una pila y un pequeño motor, había creado una suerte de barco que hacía correr por el agua. Semejante prueba de ingenio me dejó maravillado.

La labor de Yunus parte de una premisa: cientos de millones de personas se encuentran atrapadas en la miseria no por falta de voluntad de trabajo o capacitación, sino por carecer de capital para poner en marcha iniciativas que les permitan salir de la pobreza.

La brillante idea que tuvo, y que articuló junto a sus alumnos de la Universidad de Chittagong tras haber vuelto a Bangladesh en 1972 de estudiar en los Estados Unidos, fue brindar pequeñas cantidades de dinero a las mujeres más postergadas de su país para que pudieran justamente superar la ausencia de capital. Un dinero que dedicaron a crear pequeños negocios, que comenzaron a devolver de forma regular, con apenas un 2% de morosidad en los pagos, y que a la gran mayoría les permitió progresar.

Visité a diversos grupos de mujeres para conocer sus impresiones, la forma en que trabajan. En la actualidad, miles de instituciones brindan microcréditos en todo el planeta. Hay congresos anuales dedicados a este sistema de redistribución de la riqueza. Hasta en España, decenas de ONG y ayuntamientos los han empezado a otorgar. Especialmente a mujeres inmigrantes. Se estima que 66 millones de personas los reciben cada año.

Los negocios que emprenden con el dinero que reciben van desde poner en marcha pequeñas cooperativas textiles, gracias a la compra de máquinas de coser, hasta adquirir teléfonos móviles y dar vida a improvisados locutorios que permiten a la gente comunicarse a pesar de la falta de líneas fijas.

Otra de las ideas brillantes de Yunus fue otorgar el dinero a mujeres que formaran parte de un grupo. De esta formaba fomenta la interacción en la comunidad, la mutua colaboración. Todas son responsables de la que no paga.

No me extiendo más sobre los microcréditos porque mucho ha salido en la prensa a lo largo de los últimos días. Sí me llamó la atención no haber leído nada sobre el último gran proyecto de Yunnus, y por el que parecía tan entusiasmado, que consistía en llevar la informática a los más pobres.

A través de una rama del consorcio Grameen estaba poniendo en funcionamiento escuelas de computación en los lugares más remotos de su país y gestionando los recursos para que allí llegara Internet.

Estaba convencido de que el mundo futuro estaría dividido entre quienes acceden a la información y quienes se quedan fuera. Por eso quería cubrir Bangladesh, que tiene 122 millones de habitantes, de repetidoras que permitieran acceder a la web. Recuerdo que me puso el ejemplo de un grupo de agricultores del norte que ahora podían consultar por Internet los precios en el mercado central antes de vender el arroz a los intermediarios. Posibilidad que los ayudaba a ganar más dinero.

Por otra parte, sabía que la informática podría ser un buen medio para sacar a al gente de la miseria. Al tratarse de algo nuevo, no relacionado a casta alguna, abría nuevas puertas a los pobres, como está sucediendo ahora en la India.

Lo interesante y acertado del planteamiento de Yunnus es que, a diferencia de otras fórmulas para luchar contra la exclusión social, no cuestiona la esencia del sistema capitalista, sino que, con sus propias reglas, busca hacerlo más equitativo. Lo que dice, en definitiva, es que si vivimos en tiempos de libre mercado y democracia debemos organizarnos para que el capital llegue al mayor número de manos posibles.

El sistema capitalista no es digno de mi apoyo o devoción, creo que nos hacer permanecer en la dialéctica darwiniana de la confrontación, de la lucha por la supervivencia, haciendo que nuestros progresos en la humanidad sean, ante todo, formales. Han cambiado los medios, las reglas, pero seguimos enfrentados por sobrevivir.

Creo más en cooperar que en competir. Sólo así se explican nuestras diferencias, ya que nos hacen complementarios. Y además, esto haría que todos fuéramos necesarios, útiles, y no sólo los más fuertes y mejor preparados.

Pero lo cierto es que en este mundo tan desigual, en el que 3.000 millones de personas viven con menos de dos euros al día, y 800 millones padecen hambre de forma crónica, la pobreza es una de las batallas más importantes que debemos enfrentar. Y el camino creado y emprendido por Mohamed Yunus se presenta como una opción realista y efectiva.

No nos podemos perder en debates mientras haya tanta gente sufriendo. Hay que actuar, como lo propone ahora la semana de acción contra la pobreza, que en cierta medida es lo que parece apoyar la concesión del premio Nobel de la Paz a Mohamed Yunus.

Del recuerdo personal que guardo de él, resalto ante todo la cordialidad, la sonrisa, acompañada por una mirada intensa, decidida, pletórica de luz. No tenía prisas y respondía a mis preguntas con detenimiento.

Un hombre brillante, honesto y a la vez humilde, carente de vanidad. En ningún momento te hacía sentir que estabas frente a alguien que había cambiado el destino de tantos millones de personas.

Una humildad que también se ve reflejada en la esencia de su labor. Confía en la gente, en sus potencialidades, por más pobres que sean (a diferencia de lo que plantean quienes se dedican a la caridad). Y sabe que lo único que necesitan es recibir las oportunidades y los medios para prosperar. El joven Ershad, con su bote a motor en las lóbregas aguas del monzón bengalí, me parece el ejemplo perfecto.

¿Si hubiese tenido recursos y educación, a dónde podría haber llegado con semejante ingenio y creatividad? ¿Cuántos genios, cuántos hombres y mujeres brillantes, que podrían haber dado tanto a la humanidad, están atrapados en la miseria? ¿Cuánta gente tenaz, emprendedora, deseosa de progresar, se encuentra apartada del mundo? Todos perdemos al no poder romper con este orden tan desigual.