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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Morir para contar a manos de Suharto

Greg Shackleton era un periodista que se había hecho a sí mismo, forjando su carrera desde abajo, en los estudios de Radio 3AW de Melbourne. Según su esposa, Shirley Doreen Venn, recién consiguió terminar el bachillerato a los 22 años de edad.

Tenía 29 años cuando la cadena de televisión australiana Channel 7 le dio la gran oportunidad de su carrera: viajar a la vecina Timor Oriental, situada a 450 kilómetros de Australia, para cubrir los enfrentamientos entre el Frente Revolucionario de Timor Oriental Independiente (FRETILIN) y grupos armados respaldados por Indonesia.

Lo acompañaban el cámara de televisión Gary Cunningham, de 27 años, y el técnico de sonido, Tony Stewart, de 21 años. El único del equipo con experiencia previa en conflictos armados era Cunningham, que a pesar de su juventud había estado ya trabajando en Vietnam. Llegaron a la zona el 10 de octubre de 1975.

En la ciudad timorense de Balibo, coincidieron con dos periodistas británicos: Malcolm Rennie, de 29 años, y su cámara, Brian Peters, de 30. Ambos trabajaban para la cadena Channel 9 de Sydney.

Apenas tuvieron tiempo de aclimatarse y comenzar a enviar los primeros reportes, cuando un grupo de soldados indonesios los asesinó a sangre fría. La excusa que luego dieron fue que los cinco periodistas eran “comunistas”. Se pusieron armas e informes entre los cadáveres para que así pareciera.

Sin embargo, los historiadores afirman que la razón de la muerte pasó por ocultar al mundo los terribles crímenes perpetrados por Indonesia contra la población civil de Timor Oriental, en una invasión frente a la que las grandes potencias guardaron silencio.

Un periodista comprometido

En las últimas imágenes que se tiene de Shackleton con vida, se lo ve pintando una enorme bandera australiana en la pared de la casa que emplearían como centro de operaciones periodístico. Aún hoy, su país nada ha dicho acerca de su muerte.

En el comienzo del documental, Who Killed the Balivo Five? , que podéis ver en este link, y que describe la muerte de Shackleton y sus compañeros, se lo muestra mirando a cámara con decisión, preguntándose por qué el mundo no hace nada para detener el asesinato de los civiles timorenses.

Una pregunta que tantos otros se hicieron ante el horror provocado por el dictador Suharto. Y que no tendría respuesta hasta 1999.

El silencio de Australia

El gran reportero John Pilger fue uno de los que más presionó al gobierno de Australia para que pidiera explicaciones al régimen de Suharto en Indonesia por la muerte de estos jóvenes periodistas a los que se conoce como los Cinco de Balibo.

La viuda de Shackleton, Shirley Doreen Venn, se convirtió en una infatigable activista de la independencia de Timor Oriental. El siguiente documental, «Balibo, The Final Chapter», muestra su lucha y los resultados de la investigación que realizó sobre la muerte de su marido.

En la tumba en que fueron enterrados en Yakarta, sin permiso de sus familias, se lee la siguiente inscripción: “No hay palabras que puedan explicar el sinsentido de estas muertes en Balibo”.

La salida del poder de Suharto en 1998, como consecuencia de la crisis económica y la represión de los estudiantes que terminó con la vida de 500 jóvenes, permitió que Timor Oriental avanzara hacia la independencia.

Cuando el 22 de septiembre de 1999, la fuerza internacional de la ONU entró en Dili, la capital de la isla, encontró un país devastado por años de ocupación militar, con el 70% de las infraestructuras destruidas y más de 200 mil ausentes, los refugiados en el extranjero.

La muerte de otro dictador…

Como tantos indonesios, usaba un solo nombre: Suharto. Antes de caer en las manos de una larga enfermedad, que llevó durante los últimos meses a los titulares de la prensa de todo el mundo a afirmar una y otra vez que se estaba a punto de morir, salía a correr por las mañanas y jugaba al golf en su casa situada en el centro de Yakarta.

A diferencia de otros brutales dictadores de su generación, como Mobutu Sese Seko, no tuvo que abandonar el país tras ser sacado del poder en 1998. Logró morirse, a los 86 años de edad, sin que lo juzgaran por haberse robado los miles de millones de euros que hacen de sus seis hijos parte de la elite adinerada de Indonesia.

Pero más dramático aún es el hecho de que nunca se enfrentara a los tribunales por las más de 500 mil muertes y desapariciones que sus 32 años de gobierno provocaron en Timor Oriental, Papúa Nueva Guinea y Aceh.

… otro dictador amigo

Fue el último exponente de una serie de tiranos que, durante la guerra fría, reprimieron a la población civil de sus países con la connivencia de EEUU.

Como señala Christopher Hitchens en su libro «Trial to Kissinger», el 7 de diciembre de 1975, día en que Suharto decide invadir Timor Oriental para combatir al movimiento democrático que había tomado el poder tras la retirada de Portugal, el presidente Henry Ford y su secretario de Estado, Henry Kissinger, estaban en Yakarta. Una invasión que, además de violaciones y torturas, costó la vida unas 200 mil personas, la mayoría civiles indefensos.

El mismo Henry Kissinger que dio luz verde también Augusto Pinochet, el otro tirano que se dio el lujo de escapar a la manos de la justicia aduciendo que gozaba de mala salud y de morir en su propio país. Como también lo hizo en los últimos años Suharto, que estaba acusado de haberse robado 14 mil millones de dólares, y que se libró de ir a juicio por endeble condición física.

Aunque resulte difícil de comprender, no son pocos los que hoy lloran la muerte de Suharto. Dicen que supo poner orden en ese vasto y complejo país que tiene 200 millones de habitantes, 300 etnias, 250 idiomas y más de 17 mil islas.

Afirman que le trajo prosperidad económica. Algo que se podría poner en duda ya que se trata aún de uno de los lugares más corruptos del planeta, en el que una de cuatro personas vive en la miseria.