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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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El final de una era: la muerte de Benazir Bhutto

La mujer ocupa un lugar marginal, postergado, en países como India, Pakistán y Bangladesh. Basta mencionar la relación entre la aportación que realizan a la economía de estos países, especialmente en las áreas rurales, y su escasa participación en la vida social más allá de la familia, la aldea y el mercado. Una gran paradoja: la mayor fuerza de estos estados, la que mueve sus economías, carece de voz, es dejada sistemáticamente al margen a la hora de tomar decisiones políticas.

En la India, cuando se le quiere desear buena suerte a alguien se le dice “Ojalá seas el padre de mil varones”, ya que las familias deberán pagar onerosas dotes por desposar a sus hijas mujeres. Una práctica prohibida por la Constitución, pero que se sigue llevando a cabo. Basta echar un vistazo a la sección de anuncios matrimoniales de periódicos como el Times of India o The Telegraph.

Los abortos selectivos y el asesinato de niñas recién nacidas – muchas veces envenenadas o colocadas bajo paños fríos para que mueran a la intemperie – son las manifestaciones más brutales de una zona del mundo en donde el desdén por la mujer es la norma.

Por eso, durante los cinco años en los que trabajé como periodista en Asia, me llamaba poderosamente la atención que tanto India como Pakistán y Bangladesh hubiesen tenido entre sus máximos dirigentes a mujeres.

La explicación viene por la saga familiar, por un apellido que vende entre el electorado campesino, al que le suena el nombre Bhutto o Ghandi, y que le es suficiente garantía de continuidad como para votarlo, aunque sea una mujer quien esté detrás.

La saga de los Gandhi

Aunque Nehru de apellido, ya que era hija del primer ministro Jawaharlal Nehru, Indira se casó con un hombre de apellido Gandhi, por lo que no sólo venía de una saga de políticos sino que llevaba un nombre atractivo para las masas. La marca del gran Mahatma, padre de la independencia India.

Indira Gandhi fue una primera ministra odiada y amada en partes iguales. Gobernó el país desde el 19 de enero de 1966 hasta el 24 de marzo de 1977, y desde el 14 de enero de 1980 hasta su asesinato el 31 de octubre de 1984. Las políticas de esterilizaciones forzosas le ganaron grandes enemigos, así como su intervención contra los sijs, que terminarían con su vida.

Su hijo Rajiv Gandhi, que sería el primer ministro más joven del país, sería asesinado en 1991. En esta ocasión los autores fueron los rebeldes tamiles.

Otra mujer, en Bangladesh

Sheikh Hasina Wazed fue primera ministra de Bangladesh entre 1996 y el año 2001. Hoy está en prisión acusada de extorsión. Su padre, Sheik Mujibur Rahman, lideró al país en la lucha de independencia contra Pakistán Oriental (en la que la ingerencia de Henry Kissinger resultó nefasta, como en tantos lugares del mundo) y fue su primer presidente.

Una lucha encarnizada, que terminaría con la vida de cientos de miles de personas y con la creación en 1971 de Bangladesh (que quiere decir en el idioma vernáculo: Hogar de los bengalíes).

Sheik Hasina recibió un durísimo golpe en 1975, cuando su padre, su madre y sus hermanos fueron asesinados durante un golpe de estado. En ese momento se encontraba en Alemania Occidental y se convertiría en un símbolo de la democracia, como Aung San Suu Kyi en Birmania.

Gobernó el país con mano dura. Curiosamente, en esta nación musulmana de 147 millones de habitantes, su principal rival fue otra mujer, Khaleda Zia, esposa de un renombrado político que también murió asesinado y primer ministra entre 1991 y 1996.

El trágico final de los Bhutto

Egresada de Harvard y Oxford, Benazir Bhutto ocupó el puesto de primer ministra de Pakistán en dos ocasiones: entre 1988 y 1990, y entre 1993 1996. Su padre, Ali Bhutto, fue presidente del país. Los perpretradores de un golpe militar en 1979 terminaron con su vida, y Benazir se convirtió en portadora del apellido familiar en la política.

La ecuación sería la misma que se repetiría en Bangladesh (y que no tuvo lugar con Sonia Gandhi, aunque su partido lo intentó, por el hecho de ser italiana): un nombre famoso, un familiar masculino muerto de forma trágica, y la pertenencia a un clan influyente y a un partido que la promoverían como sucesora de la estirpe.

Su muerte, hoy, a manos de islamista radicales, termina con una era en esta región de Asia, una era que podría haber vuelto si ganaba las próximas elecciones. Una era contestada por muchos – debido al clientelismo político y la corrupción -, pero que vista en retrospectiva parece dorada más allá de los errores de sus anteriores gobiernos.

Habrá que preguntarse si la guerra contra el terror de EEUU, incluidas la invasión de Irak y Afganistán, no está consiguiendo los objetivos contrarios a los que buscaba: radicalizar la región. Habrá que preguntarse cuántos años tendremos que esperar para que la mujer ocupe en estas sociedades el papel que merece. El valiente regreso de Benazir Bhutto a Pakistán tras ocho años de exilio, y su presumible ascenso al poder tras las elecciones de enero, podría haber significado un buen comienzo.