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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Abandonar la vida en las calles, una oportunidad para Cristina

Tras esperar durante varias horas en el refugio para niñas de la calle en el que Nelly trabaja, finalmente Cristina aparece en la puerta. Lo ha estado pensando. Y ha decidido tratar de dar un giro a su vida. Abandonar la dura realidad de las aceras: las drogas, los abusos, el frío, la exclusión.

Cuando la vemos entrar por la puerta sonreímos aliviados. La situación en que encontramos a Cristina esta mañana nos había resultado, tanto a Jerry como a mí, desgarradora, imposible de soslayar. Una y otra vez comentamos cuán terrible había sido su testimonio, la crónica que nos había hecho de su sino cotidiano.

Sorprendida ante la pulcritud y tranquilidad del centro de acogida, Cristina recorre sus pasillos hasta llegar al despacho de la mujer que es la artífice de esta iniciativa: Milred Mahlanga, una trabajadora social, de origen xhosa, que lleva años luchando por arrancar a las jóvenes de la sórdida vida en la calles. Conocido como Thembalethu Centre, el suyo es el único proyecto de Sudáfrica destinado a niñas sin hogar.

Oscilando entre el afecto y la determinación, Milred le habla a Cristina al tiempo en que Nelly le pasa el jabón y el shampoo. Le dice que esta es una gran oportunidad, que no la puede dejar pasar, y que ellas estarán allí para ayudarla.

Más tarde, hablando con Milred, me explicará que a muchas niñas les cuesta dejar las aceras porque han recibido golpes tan terribles de la vida que han perdido la confianza en los demás. «Cuesta entenderlo – me dirá -, pero bien o mal conocen y forman parte del universo de la calle. Es lo único que tienen».

Nelly le muestra a Cristina la ropa que tienen disponible para las recién llegadas. Me mira y se queja de que se les han acabado los zapatos, ya que el proyecto está pasando por un momento financiero muy complicado. «Si tuviéramos más fondos podríamos ayudar a muchas más jóvenes», afirma. «Sólo estamos Milred y yo». Cristina elige una sudadera y unos pantalones que se pondrá después de la ducha. El primer baño con agua caliente que se dará en meses.

Después llega el momento de la comida. Nelly y Milred siguen cada paso de Cristina, alentándola, preocupándose porque se sienta cómoda, integrada en el centro de acogida, en estos instantes iniciáticos. El compromiso de ambas mujeres, su silenciosa y abnegada labor, que parece ser capaz de paliar la falta de recursos, me despierta una profunda admiración.

A partir de hoy, Cristina comenzará a asistir cada mañana para recibir formación profesional. «Es demasiado mayor para retomar la escuela«, me dice Milred. «Sin embargo, en los talleres de costura, cocina e informática podrá aprender un oficio que esperamos que la ayude a dejar las drogas y la calle. Un oficio con el que poder ofrecer a su hijo un futuro mejor».

A pesar de los esfuerzos de Milred y Nelly, la historia de Thibekili, la otra joven que conocimos esta mañana y que lloraba desconsoladamente en las aceras de Johannesburgo, tendrá un final muy distinto.