Tras esperar durante varias horas en el refugio para niñas de la calle en el que Nelly trabaja, finalmente Cristina aparece en la puerta. Lo ha estado pensando. Y ha decidido tratar de dar un giro a su vida. Abandonar la dura realidad de las aceras: las drogas, los abusos, el frío, la exclusión.
Cuando la vemos entrar por la puerta sonreímos aliviados. La situación en que encontramos a Cristina esta mañana nos había resultado, tanto a Jerry como a mí, desgarradora, imposible de soslayar. Una y otra vez comentamos cuán terrible había sido su testimonio, la crónica que nos había hecho de su sino cotidiano.
Sorprendida ante la pulcritud y tranquilidad del centro de acogida, Cristina recorre sus pasillos hasta llegar al despacho de la mujer que es la artífice de esta iniciativa: Milred Mahlanga, una trabajadora social, de origen xhosa, que lleva años luchando por arrancar a las jóvenes de la sórdida vida en la calles. Conocido como Thembalethu Centre, el suyo es el único proyecto de Sudáfrica destinado a niñas sin hogar.
Oscilando entre el afecto y la determinación, Milred le habla a Cristina al tiempo en que Nelly le pasa el jabón y el shampoo. Le dice que esta es una gran oportunidad, que no la puede dejar pasar, y que ellas estarán allí para ayudarla.
Más tarde, hablando con Milred, me explicará que a muchas niñas les cuesta dejar las aceras porque han recibido golpes tan terribles de la vida que han perdido la confianza en los demás. «Cuesta entenderlo – me dirá -, pero bien o mal conocen y forman parte del universo de la calle. Es lo único que tienen».
Nelly le muestra a Cristina la ropa que tienen disponible para las recién llegadas. Me mira y se queja de que se les han acabado los zapatos, ya que el proyecto está pasando por un momento financiero muy complicado. «Si tuviéramos más fondos podríamos ayudar a muchas más jóvenes», afirma. «Sólo estamos Milred y yo». Cristina elige una sudadera y unos pantalones que se pondrá después de la ducha. El primer baño con agua caliente que se dará en meses.
Después llega el momento de la comida. Nelly y Milred siguen cada paso de Cristina, alentándola, preocupándose porque se sienta cómoda, integrada en el centro de acogida, en estos instantes iniciáticos. El compromiso de ambas mujeres, su silenciosa y abnegada labor, que parece ser capaz de paliar la falta de recursos, me despierta una profunda admiración.
A partir de hoy, Cristina comenzará a asistir cada mañana para recibir formación profesional. «Es demasiado mayor para retomar la escuela«, me dice Milred. «Sin embargo, en los talleres de costura, cocina e informática podrá aprender un oficio que esperamos que la ayude a dejar las drogas y la calle. Un oficio con el que poder ofrecer a su hijo un futuro mejor».
A pesar de los esfuerzos de Milred y Nelly, la historia de Thibekili, la otra joven que conocimos esta mañana y que lloraba desconsoladamente en las aceras de Johannesburgo, tendrá un final muy distinto.