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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La secta mungiki decapita a sus adversarios en Kenia

Aprovecho la terrible situación de violencia tribal en Kenia, que tiene como principales protagonistas a los kikuyus y a los luo, para seguir escribiendo sobre los muginki, organización que se hizo famosa por decapitar a sus oponentes, beberse su sangre, y desmembrar a niños.

Tema esquivo y complejo el de las sectas secretas africanas, acerca del cual, siempre que desembarco en Nairobi, mi base en el continente, intento conseguir nueva información.

Como comentaba ayer, Hezekiah Ndura Waruinge, uno de los fundadores del grupo, afirma que surgieron en los años ochenta en forma de milicia popular, o escuadrones de la muerte, para proteger a los agricultores kikuyus en sus disputas territoriales con los masai y contra el gobierno de los kalenjin.

Dice que tomaron su modelo de organización de los guerrilleros mau mau, que lucharon contra el brutal poder colonial británico (sobre este periódico histórico os recomiendo el magnífico libro El mundo incierto de Vikram Lall).

En los años noventa, con el beneplácito del presidente Daniel arap Moi, los mungiki se trasladaron a Nairobi, donde se hicieron cargo por la fuerza del negocio de los matatu (minibuses) que como bólidos recorren la ciudad.

Se organizaron en células de 50 integrantes divididas a su vez en cinco patrullas. Y poco a poco, con el apoyo de políticos locales, se fueron haciendo cargo de otros negocios: la recogida de basura, la venta informal, la construcción ilegal.

En defensa de los «valores africanos»

Un rasgo que caracteriza a muchos de los miembros de la organización, en su mayor parte jóvenes kikuyus sin empleo, es que llevan el pelo a lo rasta. En teoría, su ideario se base en la defensa de los valores africanos y el desdén por toda influencia occidental, incluido el cristianismo. En las zonas bajo su control militan activamente a favor de la mutilación genital femenina, práctica prohibida por ley en Kenia y que se dejó de aplicar entre los kikuyus como consecuencia de la influencia de los misioneros occidentales.

En un artículo publicado en junio del 2007 por el New York Times, la encargada del distrito norte de Nairobi, Charity Bokindo, señala que va armada y lleva guardias de seguridad porque los mungiki la amenazaron con circuncidarla.

Los rituales de iniciación de los mungiki tienen lugar durante la noche, e incluyen el sacrificio de una cabra y la mezcla de su sangre con un brebaje de raíces silvestres que es bebido por todos. El hermetismo que rodea al grupo, y la violencia extrema de sus crímenes, le han hecho ganarse el calificativo de secta.

Según afirma Isabel Coello, corresponsal durante años de la agencia EFE en la región, los mungiki podrían contar con cuatro millones de seguidores, aunque la cifra que manejan las autoridades es de 500 mil integrantes.

Una organización criminal

Lo cierto es que más allá de sus supuestos “ideales africanistas”, y de la brutalidad inexplicable de sus crímenes, esta organización kikuyu actúa ante todo como un grupo criminal en toda regla. En Mathare, el segundo barrio de chabolas más grande de Nairobi, donde tienen su base de operaciones, empezaron a recolectar impuestos por el agua y la luz como si fuera la mafia siciliana. Hecho este que le valió la confrontación con los vecinos, que se organizaron en un grupo conocido como los Talibán (sin relación alguna con el islamismo).

También dominan el negocio de la venta de alcohol ilegal conocido como changaá, que en tantos casos a provocando ceguera a quienes lo beben (y que es más fuerte que el buzaá que bebo en el primer vídeo de Un día más con vida). Todo este entramado mafioso ha hecho que sus líderes amasaran verdaderas fortunas.

Pero su influencia además se extiende a ciertas zonas periféricas, donde aterrorizan a la población, y mantiene su poder a través de asesinatos horrendos. No es poca la gente que en Kenia cree que los mungiki cuentan con el apoyo de algunos políticos, ya que constituyen una importante fuerza de choque. Un apoyo que jugaría en contra a la hora de tratar de desarticular al grupo.

Guerra abierta y miles de muertos

En el año 2002, más de cincuenta personas murieron en enfrentamientos entre los conductores de matatus y los mungiki. Fue entonces cuando la justicia declaró ilegal a la organización. Entre los crímenes que se le achacan, está el asesinato de una familia estadounidense: Jane Kurua y sus dos hijas, que está siendo investigado por el FBI.

A lo largo del 2007 la violencia se ha recrudecido. Según el Washington Post, panfletos de los mungiki llamando a la gente a levantarse contra el poder y a recuperar los valores morales de antaño fueron repartidos por Nairobi.

Se cree que formaba parte de una estrategia de los mungiki para caldear el ambiente antes de las elecciones, ya que el candidato luo Raila Odinga era el favorito para ganar. En junio de 2007, en los distritos de Muranga y Kiambu, a unos cincuenta kilómetros a Nairobi, seis personas fueron decapitadas por los mungiki.

Organizaciones de derechos humanos como Aministía Internacional denuncian las matanzas indiscriminadas de la policía en su lucha contra los mungiki. En noviembre de 2007, la ONG Oscar Foundation Free Legal Aid Clinic-Kenya señaló que ocho mil personas habían sido asesinadas en cinco años, y que otras cuatro mil habían desaparecido.

Un drama africano

Ahora que la violencia tribal se ha apoderado de Kenia, algunos periódicos como el Herald Tribune han informado que los mungiki están encabezando a la respuesta contra los luo, que han matado a centenares de personas en los últimos días.

Aunque invisibles para el ojo del viajero occidental que llega a Kenia, país próspero como pocos en la región, para hacer el safari de rigor en Masai Mara, lo cierto es que las sociedades secretas como los mungiki tienen una larga historia en África, y hablan de la pobreza, la frustración, el tribalismo, la falta de educación y las oscuras tramas de poder político y corrupción que asolan al continente.