Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Sobre cómo se falsifican unas zapatillas Nike o Adidas (1)

“Cuando nos quedamos sin logos y etiquetas de Nike o de Adidas llamamos a un número de teléfono y pasa una camioneta que nos los trae. No sabemos quién es esa persona ni de dónde los saca”, explica Oscar, mientras camina entre las máquinas de su taller clandestino de zapatillas. Un universo de claroscuros y silencios, situado en los márgenes de la sociedad, que recuerda en cierta medida al que Roberto Saviano describe en el libro “Gomorra”.

“Yo era zapatero. Fabricaba y tenía tiendas en Floresta. Me iba muy bien. El menemismo, con sus importaciones baratas, me arruinó”, continúa Óscar. “Bueno, no sólo a mí. Hubo muchísimas personas que habían pasado la vida haciendo zapatos y que terminaron trabajando de albañiles o de obreros para no morirse de hambre”.

Como vimos en anteriores ocasiones, el gobierno de Carlos Menem (1989-1999) aplicó un drástico programa de ajuste de corte neoliberal – desmantelamiento del Estado de bienestar, privatizaciones de sectores estratégicos, reducción de aranceles a las importaciones, mantenimiento por ley de la paridad entre el dólar y el peso -, que destruyó cientos de miles de puestos de empleo y aumentó exponencialmente la pobreza en Argentina.

“En el año 2000 comencé a fabricar zapatillas en una habitación, con la ayuda de mi familia. Poco a poco fui creciendo. Ahora tengo esta casa, un depósito que estamos construyendo atrás, en el patio. Y espero que todo siga prosperando”, explica Oscar, que tiene en el controvertido mercado de La Salada a uno de sus mayores clientes. “Trabajamos catorce horas al día. Toda la semana. Incluidos sábados y domingos”.

De las paredes del taller de Oscar cuelgan almanaques con fotos de mujeres desnudas y herramientas que se suceden entre estanterías atiborradas de telas, moldes de madera y plantillas de caucho. Sobre cada una de las máquinas de coser hace equilibrio un tubo de neón suspendido apenas por alambres. El aspecto general del taller, en el que prima el olor a goma y pegamento, es de precariedad, por lo que no desentona con el entorno: una de las barriadas más postergadas y violentas de la provincia de Buenos Aires.

Foto: HZ

Navidades en el mercado de la falsificación más grande de América

Si hay un símbolo de la transformación que ha sufrido la Argentina a lo largo de los últimos 20 años, desde que Carlos Menem lanzara su agresivo programa de reformas neoliberales, ése es sin dudas el mercado de La Salada, al que la Unión Europea calificó recientemente como “un emblema mundial del comercio y la producción de mercadería falsificada”.

Ubicado en el barrio bonaerense de Ingeniero Bunge, abre dos veces por semana: miércoles y domingo. Los miércoles lo hace desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana.

Las cifras generales de este mercado resultan de vértigo: se extiende a lo largo de 20 hectáreas que transcurren paralelas al hediondo curso de agua conocido como el Riachuelo, cuenta con unos 6.000 puestos de venta, cada vez que abre factura más de 6 millones de euros y el valor del metro cuadrado comercial supera al de Puerto Madero (una de las zonas más exclusivas de la Argentina).

Como estamos en vísperas de Navidades, esta semana abre el día martes. Hacia allí me dirijo, no sin cierta aprensión pues La Salada se encuentra en una zona marginal – donde hace dos años entrevistamos a las “Madres del paco” – y porque mi guía me ha citado a las dos de la mañana para que vea el mercado «a tope”.

Y así es, está a tope cuando entro en el pabellón conocido como Punta Mogotes – tiene otros dos: Urkupiña SA y Cooperativa Ocean – y nos sumergimos en la hacinada multitud, cuyo transcurrir resulta infatigable, sobrecogedor. Abundan las versiones “truchas” – jerga argentina que quiere decir “falso”, “apócrifo” – de marcas como Armani, Levis o Adidas. Los precios apenas alcanzan la tercera parte de los originales. «Es el shopping de los pobres», me dice Mariela, que avanza junto a sus dos hijos cargadas de bolsas negras rebosantes de género.

En su mayoría los compradores vienen desde el interior de la Argentina o desde países limítrofes para llevarse el género con el que se calcula que alimentan a más de 300 ferias. Arriban en autobuses y en furgonetas. No faltan vehículos herrumbrosos, chocados. La Salada abre de noche para permitirles no perder tiempo ni dinero pernoctando en Buenos Aires y regresar a sus destinos lo antes posible. Algunos realizan el extenuante periplo todas las semanas.

Que este vasto mercado surgiera en 1991, época en que Carlos Menem lanzaba su brutal programa de ajuste estructural, no resulta una coincidencia. Aquellas nefastas políticas desguazaron y vendieron a precio de saldo al Estado argentino. Rompieron el contrato social y dejaron a una vasta parte de la población sin protección ni seguridad alguna por parte del gobierno. La Argentina, que hasta ese momento había sido un país con una pujante clase media, con cierto andamiaje social, pasaba a tener una estructura más parecida a la de sus vecinos latinoamericanos.

Ante la ausencia de un Estado justo y eficiente, y la necesidad de la gente de seguir luchando para salir adelante, surgen estructuras paralelas, informales, de economía sumergida y de subsistencia como La Salada, a la que no en vano llaman la “Ciudad del Este” de Buenos Aires.

Foto: HZ